sábado, 8 de noviembre de 2008

Orígenes del sexismo y machismo

Aunque no es políticamente correcto, cuando se quiere buscar el origen de las conductas humanas, una referencia necesaria reside en nuestro ser más primitivo, en el animal que somos. Y nuestro animal está condicionado por dos variables, la genética y el entorno. Se podría añadir una tercera, que es la inteligencia, pero pienso que ésta, en buena medida, es fruto de la interrelación entre las dos anteriores.

Para algunos existe un determinismo genético que puede explicar por sí mismo los comportamientos. Para otros, la educación recibida es el único factor a considerar.

No estoy de acuerdo con ninguna de las dos posturas.

Los genes no determinan, sólo predisponen. Por poner un ejemplo ilustrativo, una persona puede tener unos genes que predispongan a tener una cierta altura. Sin embargo, la dieta recibida, el ejercicio que se haga o la existencia de determinadas enfermedades en la infancia, puede hacer que alguien que podría medir 1,90 se quede en 1,50 o viceversa. Esto es válido para cualquier característica física o intelectual.

La educación o la interactividad con el entorno tampoco se pueden considerar como los únicos responsables de ser como somos. Es evidente que nacemos con distintas capacidades que podemos mejorar o no desarrollar, pero el que nace con un nivel intelectual bajo nunca va a ser un Einstein.

Se tiene la tendencia, perfectamente comprensible, a ignorar los genes cuando se habla de actitud ante la vida. Se debe, en primer lugar, al peligro de achacar a los genes muchos errores cometidos. “No tengo la culpa de mis actos, han sido guiados por mi propia naturaleza que no se puede dominar porque está en mi genes”. Despenalizar faltas, reemplazar las responsabilidades ante la inevitabilidad de nuestra composición cromosómica es un argumento falaz porque, como he puesto de manifiesto, la genética no es determinante. Pero que no sea determinante no significa que no sea importante para conocernos mejor y poder explicar de manera más adecuada muchos acontecimientos. Sólo con el conocimiento podemos ser más libres y dar mejor respuesta a los problemas que se van planteando.

En segundo lugar, el hecho de que los genes no los podemos cambiar y la educación sí, pone un mayor énfasis en ésta como motor de cambio. Esto es correcto pero, si obviamos la herencia, ese cambio estará viciado ante el desconocimiento de nuestras esencias originales.

Importancia de la genética en el origen del machismo y sexismo

El hombre es, en general, más fuerte, más rápido y más agresivo que las mujeres. Estas diferencias radican en los genes. Estas cualidades puramente físicas contribuyeron a que, en el reparto de tareas en las sociedades primitivas, el hombre se dedicara a cazar o buscar alimentos en el exterior, al tener mayores probabilidades de éxito que las hembras. Estas en cambio, tenían una mayor capacidad de organización, estabilidad y cohesión de la tribu, además de ser las encargadas de parir. Aunque no creo en la existencia de un instinto maternal (un instinto, por definición, se tiene que dar en toda la población y no sólo en una parte) sí que existe en la mujer un mayor impulso maternal que en el hombre (con todas las excepciones que se quieran). Con este reparto de tareas se fue aposentando un reparto de roles, que sirvieron en su momento para la supervivencia de la especie.

Pero no hace falta ir a la prehistoria para buscar las causas del machismo. Basta pasarse por una guardería y observar a los niños pequeños. Los varones, se dan cuenta que son más fuertes y veloces que las niñas y, este hecho, puede ser el primer paso para iniciar lo que define la RAE como machismo: actitud de prepotencia de los varones respecto de las mujeres. Si no se corrige adecuadamente, tanto en la guardería como en la familia o en la sociedad en general, obtendremos como premio al machito de turno en el futuro. Afortunadamente, es una especie en vías de extinción porque en este machismo, las mujeres sí están de acuerdo en condenarlo casi unánimemente. Cada vez están más aislados socialmente este tipo de individuos, aunque desgraciadamente, todavía seguiremos siendo testigos de sus brutalidades. Mucho más preocupante que el machismo es el sexismo porque, éste, si está ampliamente enraizado en nuestra sociedad.

Los hombres y las mujeres somos diferentes, no sólo físicamente. Estas diferencias, de nuevo, vienen facilitadas por los genes pero enormemente matizadas por la educación. Estas diferencias han sido instrumentalizadas, no para un mejor conocimiento mutuo y propio, sino para la creación de ROLES DE OBLIGADO CUMPLIMIENTO. Se han simplificado las esencias hasta el punto de crear características exclusivas de sexo: la sensibilidad es una característica femenina y sólo femenina. La agresividad es masculina y sólo masculina.

Pues no, la mayor o menor agresividad es una característica que se puede dar en cualquier persona, sea del sexo que sea y la sensibilidad igual. No existe exclusividad, aunque se pueda dar en distintos porcentajes en cada sexo.

La diferencia puede ser fuente de riqueza o de disputa, depende de cómo la utilicemos. Hasta ahora, el hecho diferencial entre sexos ha servido para manipular a unos y otras, para construir una sociedad basada en los prejuicios y no en las individualidades personales. Y esa sociedad sexista no la han construido sólo los hombres, sino también muchas mujeres que se sienten más cómodas con el rol femenino asignado y, no se conforman con vivirlo, sino que también lo intentan imponer al resto de mujeres.

Hay feministas que intentan transmitir la imagen del macho dominador y la hembra víctima. Parecen más interesadas en erradicar el machismo (que es casi exclusivo de hombres) que el sexismo (en donde la responsabilidad se reparte, aunque no en igual proporción, entre hombres y mujeres), siendo éste último, como ya he explicado, mucho más extendido y desestabilizador.
En el sexismo las víctimas y los verdugos son hombres y mujeres.

El enfoque anti-sexista me parece más positivo y veraz que el enfoque feminista anti-machista. En el primero, todos somos responsables de cambiarlo porque todos somos víctimas. En el segundo se tiende a hacer responsables a las mujeres de implicarse en el cambio mientras que los hombres se limitan a transigir/conceder.

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