martes, 16 de junio de 2009

Fortaleza y debilidad

Hacía tempo que no me asomaba por esta ventana. Soy un auténtico vago, no tengo perdón de Dios (ni falta que me hace).

Pero hoy me apetecía escribir un poco y darle trabajo a mi pobre teclado, algo oxidado ya del poco uso.

Recientemente he tenido interesantes conversaciones sobre la debilidad y fortaleza personal y me he dado cuenta que, en diferentes sociedades, el tema se trata de manera totalmente distinta.

En USA, la Alemania nazi o entre los masai, por poner tres ejemplos (de muchos miles que se podrían poner) en que la fortaleza es sinónimo de éxito, el fuerte es el que, normalmente, tiene la sartén por el mango. Siempre tiene la razón, ya sea porque la tiene o porque la impone, y cuenta con un nutrido grupo de débiles, aborregados que precisan estar en el lado vencedor, que confirman su infalibilidad. El fuerte es el elegido, el deseado, al que se pone de ejemplo para toda la sociedad, el espejo en el que hay que contemplarse y, todo aquel que ose ponerlo en duda, es barrido sin contemplaciones.

En la cultura adoradora del vencedor, sin embargo, hay muy pocos que consiguen el éxito y, el resto de la “chusma”, son fracasados.

Sin embargo, hay otro tipo de sociedad, entre las que incluyo a la España actual, que erigen al débil en el modelo a seguir. Es todo un orgullo pertenecer a este colectivo, ridiculizando al fuerte. Ser hijo de un personaje importante es contraproducente. Lo que se aplaude es ser hijo de un obrero, contra más humilde mejor. El buen estudiante es ridiculizado, lo que mola es el que suspende hasta el recreo. El empresario, por muy honrado que sea y por muchos puestos de trabajo que cree, siempre es mirado con ojeriza y, contra más fuerte sea su empresa, más antagonismo despierta.

Ambas maneras de conformar la sociedad pecan de lo mismo: prejuicios. Se valora, no lo que se es o como se es, sino lo que se consigue. Si obtienes muchos suspensos, eres un fracasado en USA o un héroe en España.

Al fuerte se le convierte en prepotente si se le aprecia en exceso y al débil se le convierte en mas débil si se le mima en su debilidad.

Hay que respetar la fragilidad, pero no hay que fomentarla.

Hay que respetar la fortaleza, pero no a costa de hundir al menos dotado.

Hay que respetar al ser humano por lo que es, no por lo que consigue.