martes, 19 de agosto de 2014

Capítulo de El Elfo oscuro. RA Salvatore

Retazos de oscuridad Es bueno estar en casa. Es bueno oír el viento del valle del Viento Helado, sentir sus vigorizantes punzadas, un recordatorio de que estoy vivo.

Parece una cosa muy evidente (que yo, que nosotros, estamos vivos) pero me temo que olvidamos demasiado a menudo la importancia de ese simple hecho.

Es muy fácil olvidar que se está realmente vivo. O al menos, olvidar apreciar que se está realmente vivo, que cada amanecer es tuyo para verlo y cada ocaso es tuyo para disfrutarlo.

Y todas las horas entre ambos, y todas las horas que siguen al anochecer son tuyas para hacer lo que quieras.

Es fácil perder la posibilidad de que cada persona que se cruza en tu camino se convierta en un acontecimiento y en un recuerdo, bueno o malo, la posibilidad de llenar las horas con experiencias en vez de tedio, la posibilidad de romper la monotonía de los momentos que pasan. Esos tiempos perdidos, esas horas de monotonía, de rutina, son el enemigo; son pequeños tramos de muerte dentro de los momentos de vida.

Sí, es bueno estar en casa, en la tierra indómita del valle del Viento Helado, donde los monstruos vagan en abundancia y los forajidos acechan en cada recodo del camino. Hacía años que no me sentía tan vivo y satisfecho.

Durante mucho tiempo luché contra el legado de mi pasado oscuro. Durante demasiado tiempo luché contra la realidad de mi longevidad, sin querer aceptar que probablemente moriré mucho después que Bruenor, Wulfgar, y Regis. Y que Catti-brie.

¡Qué tonto soy al lamentar el final de sus días sin disfrutar de los días que ella, que los dos, tenemos ahora! ¡Cuán necio soy al dejar que el presente se convierta en pasado, mientras me lamento de un hipotético (y sólo hipotético) futuro!

Vamos muriendo a cada momento que pasa de cada día.Ésa es la verdad inexorable de esta existencia. Es una realidad que puede paralizarnos de miedo, o una que puede fortalecernos con la impaciencia, con el deseo de experimentar, con la esperanza (¡mejor dicho, la voluntad!) de buscar un recuerdo en cada acto; con la satisfacción de estar vivo, bajo la luz del amanecer o bajo las estrellas, con buen tiempo o en una tormenta. Bailar a cada paso, a través de jardines de flores radiantes o de mantos de nieve.

Los jóvenes saben esto que muchos viejos, o incluso gentes de mediana edad, han olvidado. Ésta es la fuente de la irritación, de los celos que muchos sienten hacia los jóvenes. Cuántas veces he oído esa queja tan corriente:

 —¡Ay, si pudiera volver a esa edad, sabiendo lo que ahora sé!

Esas palabras me hacen gracia, porque la queja debería ser:

—¡Ay, si pudiera recuperar el deseo y la alegría que conocí entonces!

Al final he llegado a comprender que ése es el sentido de la vida, y en esa comprensión he encontrado el deseo y la alegría. Una vida de veinte años en la que ese deseo y esa alegría, esa verdad, es comprendida, podría ser más plena que una vida de siglos con la cabeza gacha y la espalda encorvada.

Recuerdo mi primer combate junto a Wulfgar, cuando lo conduje contra fuerzas muy superiores y gigantes poderosos con una amplia sonrisa en los labios y unas enormes ganas de vivir. ¡Qué extraño que a medida que fui consiguiendo cosas que podía perder, permití que mi deseo disminuyera!

Ha hecho falta todo este tiempo, amargas pérdidas, para reconocer la insensatez de ese razonamiento.

Ha hecho falta todo este tiempo, de regreso al Valle del Viento Helado después de entregar inconscientemente la Piedra de Cristal a Jarlaxle y acabar al fin (y para siempre, espero) mi relación con Artemis Entreri, para despertar a la vida que es mía, apreciar la belleza que me rodea, buscar y no evitar la emoción que está ahí para ser vivida.

Quedan preocupaciones y miedos, por supuesto. Wulfgar se ha alejado de nosotros (no sé adónde) y temo por su mente, su corazón, y su cuerpo. Pero he aceptado que su camino tiene que elegirlo él, y que él, por el bien de los tres (mente, corazón, y cuerpo), tuvo que alejarse de nosotros.

Rezo sin embargo para que, pese a su alejamiento, nuestros caminos vuelvan a encontrarse, para que reencuentre el camino a casa. Rezo para que tengamos noticias de él que calmen nuestros temores o para que nos impulsen a recuperarlo.

Pero puedo ser paciente y convencerme de lo mejor. Ya que al cavilar en mis temores por él, estoy rindiendo el propósito entero de mi propia vida.

Eso no lo haré.

Hay demasiada belleza.

Hay demasiados monstruos y demasiados forajidos.

Hay demasiada diversión.

Drizzt Do'Urden

lunes, 11 de agosto de 2014

El logro

Cuando amamos, nuestros instintos nos aconsejan que abracemos al ser amado para protegerlo de cualquier peligro. Intentamos que nuestros hijos no cometan errores que les pueda dañar. Deseamos que nuestra pareja no se exponga a peligros que le puedan destruir. 

Es un abrazo que impide crecer a nuestros seres amados. Es el abrazo que pretende controlar, que no confía. Puede, “en el mejor de los casos”, que con esta manera de abrazar consigamos que no se equivoquen, pero también impedimos que logren tener el éxito que ellos desean, les quitamos la posibilidad de realizar sus sueños. 

El logro es un ingrediente básico de la felicidad, el elemento que cimenta la confianza en uno mismo para aspirar a metas mayores. Es el componente que nos insufla esa necesaria autoestima que nos permite pensar que vivir merece la pena. 

El amor no debería abrazar para proteger sino para consolar y animar. El amor que protege es egoísta, porque en el fondo no queremos el bien del ser amado, sino nuestro propio bien al no querer perder a esa persona especial.  


No hay mayor ni mejor amor que el que deja volar libre a lo que más quiere.