sábado, 20 de octubre de 2012


Esta tarde la ternura, el amor y la felicidad han llamado a mi puerta. 

Abrir el alma a los recuerdos, a las sonrisas pasadas, a la inocencia, a la generosidad sin límites. 

Abrir las puertas a la vida para que entre a raudales.

Abrir el corazón al abrazo infinito, al primer libro juntos, a la primera feria, al primer día de playa con vosotros, al primer día de colegio, a las primeras notas, a vuestro primer día de teatro.

Alguna vez estuve cansado pero siempre, siempre ilusionado.

Esta tarde he vuelto a ver vuestras fotos y la vida sigue entrando por mi puerta.

lunes, 15 de octubre de 2012

Compasión y compatía


Según el DRAE, la compasión es un sentimiento de conmiseración y lástima que se tiene hacia quienes sufren penalidades o desgracias.

Es un sentimiento que es valorado como positivo, y lo es, pero dependiendo del uso que hagamos del mismo.

Para la inmensa mayoría de la gente, la compasión exige que te dé pena el sufrimiento ajeno y, en consecuencia, adoptas las medidas necesarias para ayudar a mejorar. Esta manera de compadecer me disgusta enormemente. No supone un intercambio en un plano de igualdad, sino un dar desde una perspectiva de superioridad sobre el sujeto que sufre. Nos hace sentir bien porque añade un halo de bondad a nuestra imagen. Nos “sacrificamos” por los demás con fines realmente egoístas.

Salgo con fulanito porque me da pena el pobre, que está muy solo. Si fulanito se enterase de que sales con él “por pena” ¿Cómo se sentiría?. No hay verdadera generosidad en este acto, más bien una reafirmación de superioridad. 

Intento huir de la pena y de este concepto de compasión, aunque no siempre lo logro, y emplear otro tipo de compasión que creo mucho más justo y saludable para todos: la empatía activa, la COMPATIA (aclaro que esta palabra no existe, la acabo de inventar). Supone conectar con el otro y responder mejor a sus necesidades, en una relación bilateral en la que el afecto mutuo es el único pago para ambas partes. Das afecto y recibes afecto. Tú no eres el generoso y el otro el beneficiario de tu generosidad.Tu das afecto y recibes afecto en un plano de absoluta igualdad. 

Si sales con fulanito es que realmente quieres estar con él y, sin lugar a dudas, esa relación beneficiará enormemente a ambos. No hay lugar para la pena.

Con este concepto de compatía mejora nuestra manera de relacionarnos al cambiar el deber, que siempre agota, por el placer.

martes, 9 de octubre de 2012

Estilo de vida saludable y enfermedad


Se sabe que la triada comer bien (que no mucho), hacer ejercicio y evitar los tóxicos conforman el estilo de vida saludable que nos protege de enfermedades.

Pero lo que no se sabe tanto, y la experiencia de cualquier médico observador así lo atestigua, es que si bien es cierto que no llevar una vida saludable lleva a enfermedades, es mucho más frecuente que la enfermedad sea la responsable de llevar un estilo de vida sano.

Parece un contrasentido, pero no lo es. Cuando a una persona se le diagnostica una enfermedad puramente orgánica (ojo, que lo de puramente es falso, pero me sirve para explicarlo mejor), como un infarto, una diabetes, colesterol alto o hipertensión, suele esforzarse mucho en comenzar a tener hábitos de vida más sanos. El hipertenso se priva de sal, el que tiene colesterol se da cuenta de pronto que existen las verduras y frutas, el diabético suprime azúcares refinados o el que ha sufrido un infarto deja de fumar y comienza a hacer ejercicio para fortalecer el corazón. En estos casos, la enfermedad propicia realizar una vida más sana.

Pero la mayoría de problemas de salud que nos aquejan no son puramente orgánicos, es más, en la mayoría la organicidad sólo es la manifestación de heridas emocionales.

Una persona que siempre está estresada, tensa, preocupada por todo, que tiene la sensación de que tiene que luchar duramente para conseguir algo, que tiene que apelar continuamente a su fuerza de voluntad para hacer lo que debe, en vez de tener la motivación, y por consiguiente el entusiasmo, para hacer lo que quiere, que no sabe delegar y todo lo tiene que hacer en primera persona para que salga bien, que se siente obligada por su “conciencia” a sufrir por todo y por todos, una persona que demasiadas veces se siente culpable, en vez de responsable, que continuamente se castiga con pensamientos de si será lo suficientemente buena. En resumen, una persona (y son mayoría) que no ha conseguido un equilibrio interior, una paz consigo misma y con su entorno. Una persona que más que amar lo que hace, sufre por lo que hace y por lo que no hace y le gustaría hacer.

El mundo es como es y no como nos gustaría que fuera y, en el mismo instante que aceptes este mundo, estarás mucho mejor preparado para cambiarlo, no con fuerza de voluntad sino con motivación.

Este tipo de personas (no todas las características mencionada se tienen que dar) pueden hacer las cosas por amor, pero no con amor, y esto supone tal esfuerzo mental y emocional que se “agotan”, se embotan, no encuentran salidas. Este brutal desgaste emocional se traduce en comer mal y a deshoras, en no hacer ejercicio, a veces lleva a entregarte a tóxicos, como el alcohol, tabaco, helados, pasteles, que te dan una pequeña alegría pasajera en un calvario continuado. Y lo que es peor, a relacionarte poco y mal con su entorno: pareja, hijos, amigos, etc.

A veces, también a base de fuerza de voluntad, se ponen a régimen o se apuntan al gimnasio, pero es un esfuerzo añadido, un nuevo deber que más tarde o temprano se abandona. Incluso hay algunos que se pasan al otro extremo y se obsesionan con llevar una vida hipersana, pero éstos, más tarde o temprano, también terminan estallando, como sucede cuando no hay equilibrio.

No es fácil encontrar el camino de la paz personal, y sin lugar a dudas se debe comenzar por comprenderse mejor, por ser honesto con la propia biografía y saber los porqués de muchas reacciones que tenemos. Aprender a desaprender lo aprendido.

lunes, 8 de octubre de 2012

Educación en Finlandia y Senegal



En este artículo de ABC me ha llamado la atención algo que ya he escrito en este blog  en varias ocasiones: la mejor educación no la consigue la escuela sino toda una sociedad implicada en la mejor formación de los pequeños.

Muchas veces me da la impresión que en España la mayoría de niños sólo se educan en el colegio. Parece que los padres tan sólo están para alimentarlos, vestirlos y soportar el coñazo de unos mocosos. Y si los padres sólo están para eso imagínense los vecinos, amigos y el resto de la sociedad en general.

Parece que en Finlandia sucede todo lo contrario, es la colectividad la que se implica en la formación y el colegio sólo es un buen complemento. Su sistema educativo poco tiene que ver con el ministro de educación y los políticos. Son los finlandeses en bloque los que educan a los pequeños. De ahí vienen los excelentes resultados que consiguen sus alumnos.

No conozco nada del sistema educativo de Senegal. Posiblemente en cuanto a escuelas y medios sean infinitamente peores y cuenten con muchísimos menos recursos que las españolas. Pero en general en Africa, y en particular en los países subsaharianos, es la tribu entera la que educa al niño y, aunque la mayoría no terminan siendo arquitectos, ingenieros o físicos, esos niños reciben una magnífica formación y se nota en los subsaharianos que viven en España: personas con lo mínimo, que son felices, dicharacheros, buenas personas, nada agresivas, que se ayudan mutuamente y que no tienen una mala mirada para nadie (contando con las excepciones que siempre las hay). Pero las segundas y posteriores generaciones, “educadas” en nuestros colegios y en nuestra sociedad, pierden todas esas virtudes y en demasiados casos se ven avocados a la marginalidad violenta.

Algo hay que aprender de la educación en Finlandia y en Senegal: o educamos todos o de nada sirve pedir más recursos al Estado. El colegio, sin la sociedad en pleno educando, apenas tiene sentido.

domingo, 7 de octubre de 2012

Los buenos


Siempre han existido personas que se han creído con una moralidad superior a los demás. Que su virtud es la correcta y hay que imponerla a todos.

Van de santurrones por la vida, con muy buenas palabras, con unos sentimientos puros y bienpensantes. Todo este buenismo termina en el mismo instante en que otros no están de acuerdo con ellos. Es entonces cuando sacan su verdadera naturaleza agresiva empleando, en el mejor de los casos, la violencia verbal con insultos a los descarriados, o la violencia legal, prohibiendo actitudes que, sin obligar nadie, asquean al santo y, en el peor de los casos, emplean la violencia física.

En España sabemos mucho de ellos. Muchos piadosos católicos, a lo largo de los siglos, se han considerado los jueces del bien y del mal.

Estamos escapando del yugo católico, pero no del yugo buenista, vestido con distintos ropajes pero con idénticas intenciones.

Ahora toca ser buenísimo con los animales, lo cual me parece perfecto para el que así lo sienta. El problema es que el que siente a los animales de manera diferente es tachado por estos buenísimos-con-los-animales como auténticos cafres, asesinos que merecen ser empalados, matados o cogidos por el toro en la plaza. En este tema, de momento, sólo hay violencia verbal y legal.

Ahora toca ser buenísimo con las mujeres y, si para ello, hay que criminalizar a los hombres, bienvenido sea. Si para ello hay que multar o prohibir la prostitución (me refiero a la que libremente ejerce una persona, no a la criminal), que se haga, con el aplauso de los buenísimos.

Ahora toca ser buenísimo con el pueblo, que al parecer, no tiene culpa de nada. Hay carta libre para emplear la violencia verbal contra políticos, banqueros y empresarios, pero que nadie se meta con el pueblo, es incorrecto. Al fuerte hay que fustigarlo y al débil alabarlo, al margen de que muchos fuertes han contribuido a hacer una sociedad mejor y muchos débiles son auténticos sinvergüenzas. Pero criticar al fuerte es muy goloso y muy bien visto hoy en día. Se juzga a la gente por lo que tienen o han conseguido y no por lo que valen. Y en ese juicio, el que tiene es condenado y el que no tiene es absuelto.

Las acciones que dañen a otras personas no se deben permitir. Pero aquellas que cada uno pueda escoger sin perjudicar a los demás, deben ser libre. Quien esté en contra del aborto, que no aborte. Quien esté en contra de las corridas de toros, que no acuda a ellas. Quien no quiera cazar que no cace. Quien esté en contra de los uniones homosexuales que no se case con nadie de su mismo sexo. Quien no se quiera prostituir o acudir a la prostitución, que no lo haga. Quien no se quiera desnudar en una playa, que utilice el bañador. Quien crea que los políticos, banqueros o empresarios lo están haciendo mal, que den un paso adelante y hagan una nueva forma de hacer política o economía o que creen empresas.