Este esquema simple me ha servido muchas
veces para errar lo menos posible. No lo he encontrado
en ningún tratado de
psicología sino en la experiencia del día a día.
Las percepciones que vamos teniendo del
mundo van conformando el pensamiento y, a través de éste, vamos tomando
posiciones, anhelos, ideologías, morales, éticas o elecciones de cualquier tipo
en nuestra vida. Estas elecciones conforman nuestra forma de comunicarnos, ya
sea oral o escrita, y nuestras acciones.
Esto es lo que se esperaría de un ser
racional como Mr Spock (para el que no conozca las maravillas de Star Trek, un
ser guiado exclusivamente por la lógica y jamás por los sentimientos). Pero
nuestro vulcaniano y orejudo amigo no nació en nuestro planeta, ni se educó (o
deseducó más bien) con las estrecheces de miras de los terrícolas.
Pero no es lo que suele suceder en
nuestras maneras de vivir y sentir. Por encima de esta lógica aplastante
aparece la palabra mágica: emociones, así, con letra de mayor tamaño acorde con
la importancia que tiene en nuestras maneras de ser. Es lo que realmente marca
el camino de la percepción, pensamiento y acciones. Es lo que distingue al ser
emocional, lo que somos, con el ser racional, lo que decimos o creemos ser pero
que estamos profundamente equivocados, ya que racionales sólo son los
vulcanianos.
Nuestras percepciones no son objetivas. Un mismo acontecimiento visto u oído
por mil personas puede ser estimulante para unos, decepcionante para otros,
repulsivo, maravilloso o insultante. Sin embargo, todos los vulcanianos
reaccionarían de la misma manera ante ese acontecimiento. ¿De qué depende
nuestra reacción)?: de nuestro estado emocional en ese momento, de si nos
sentimos felices, tristes, si nuestra pareja nos ha puesto los cuernos, si
tenemos rabia incontrolada en nuestro interior y un sinfín de etcéteras. Pero a
su vez estas percepciones pueden inflamar aún más las emociones con las que
hemos recibido el acontecimiento.
Esta percepción subjetiva va forjando
nuestro pensamiento, que por mucho
que creamos que es racional, y a veces lo es, realmente está influenciado de
una manera tajante por nuestras percepciones y, por ende, por nuestras
emociones. Si el pensamiento fuera racional, y por tanto lógico, todos
pensaríamos exactamente igual.
Este pensamiento es el que comunicamos en nuestras relaciones (en
un estado ideal de libertad, falta de prejuicios y suponiendo sinceridad, que
es mucho suponer) y a la vez es el que nos hace actuar/elegir. Pero como no hay un estado ideal de libertad, falta
de prejuicios ni sinceridad, demasiadas veces decimos una cosa (lo que queremos
que los demás perciban de nosotros) y hacemos otra radicalmente diferente (lo
que realmente somos). Es por ello que, nunca se dirá demasiadas veces, a la
gente se le conoce no por lo que dice (que hay auténticos maestros de la
palabra) sino por lo que hace.
Se hace lo que se piensa, y se piensa
dependiendo de como se percibe y se percibe dependiendo del estado emocional en
que te encuentras.
Hasta aquí todo parece fácil, pero no lo es
en absoluto. Los hay que hablan o actúan sin pensar. ¿Qué les lleva a actuar
así?: las emociones que sienten. Cuando sucede esto solemos equivocarnos y
tendemos a justificar lo que hemos hecho de manera tan precipitada construyendo
un pensamiento que no existía realmente en el momento de hacer la acción.
También hay gente que piensa y, de
acuerdo a ese pensamiento, sólo percibe lo que da la razón a su tesis.
Otros perciben y directamente actúan sin
pasar por el tamiz del pensamiento, por ejemplo cuando nuestro estado emocional
está secuestrado por el miedo.
Otros sienten sin llevarlo al pensamiento
ni al lenguaje/acción. El ZEN es un ejemplo.
El enamoramiento es el mejor ejemplo que
se me ocurre para entender este galimatías. Percibimos a otro ser ya sea por su
aspecto físico, olor, timbre de voz, sonrisa, etc. Pasa a emoción: amor. Ese
amor empezamos a justificarlo con el pensamiento y endilgamos al susodicho
sujeto todo tipo de bondades, algunas ciertas y otras más falsas que los rolex
de los manteros, lo que nos lleva a hablar (generalmente tonterías) y actuar
(si no eres demasiado tímido). Durante unos meses sólo percibimos lo que
afianze lo que pensamos del otro, lo que lleva a que actuemos de manera más
contundente.
Pero como el príncipe no es azul (lo
siento por los pitufos) ni la princesa es tan rosa, llegan las decepciones, lo
que comporta un estado emocional diferente y, con ello, unas percepciones
diferentes, ya sean más realistas o incluso al contrario, tan irrealistas como
las primeras pero del signo contrario: sólo tiene defectos. Lo que lleva a que
pensemos y actuemos de manera diferente.
En resumen, nuestras emociones tallan lo
que somos. Intentar ser frío, desapasionado al 100% y tomar todas las
decisiones con la lógica no es humano ni deseable, aunque sí nos podría
convertir en el vulcaniano del año.
Pero lo contrario tampoco es sensato. El
tamiz de la razón, aunque poco poderoso, puede ser suficiente si lo sabemos
utilizar para no cometer demasiados errores.