viernes, 14 de mayo de 2010

Tartamudo

Con 5 años tuve, a la vez, una fiebre reumática y paperas. Recuerdo semanas de cama, hospital, dolores, pero nada de eso me dejó huella. Después de esa experiencia empecé a tartamudear, y cada día que pasaba era peor. No era capaz de decir una sola palabra seguida. Una frase se me hacía eterna. Cada palabra era una humillación y un sufrimiento. Cada parón se acompañaba de todo tipo de muecas con la cara y el cuello en un intento vano de ayudar a la laringe en este trago. Me veía indigno, absurdo, tonto e incapaz de provocar en alguien un sentimiento de amor. La mayoría de la gente se reía de mí.

Para terminar de mejorar el cuadro, padecí durante 10 años más lo que se llama Corea de Sydenham, más conocida como baile de San Vito, una complicación neurológica de la fiebre reumática. Consistía en espamos musculares bruscos con movimientos incontrolables de músculos de la cara, manos y, lo peor, de los pies, con caídas contínuas que provocaban más risas.

Nunca he comprendido ese extraño sentido del humor que consiste en reirte del sufrimiento y la debilidad del vecino.

No sé como reaccionan otros tartamudos, pero yo lo hice muy mal. Era un niño huraño, silencioso, agresivo, serio y triste. Siempre he sido alto y fuerte y he hecho ejercicio toda mi vida. Mis músculos me sirvieron para amedrentar a mis compañeros y vengarme de ellos a torta limpia. No pasaba un solo día en el colegio que no tuviera al menos una pelea. No toleraba que nadie se riera de mí y, el que lo hacía, lo pagaba. Muchas veces salía perdiendo en las peleas, pues me pegaba con cuatro o cinco a la vez, pues todos tenían amigos excepto yo. Pero el número de contrarios nunca fue obstáculo para liarme a guantazos y, aunque fueran muchos, todos se llevaban una buena tunda, aunque yo terminara destrozado. Y después, los seguía para que cuando se quedaban solos, se enfrentaran de nuevo cara a cara conmigo, en una pelea más limpia de uno contra uno y ahí, no tenía rival. Poco a poco, se dieron cuenta que jamás rehuiría una pelea y que cada risotada iba a ser causa de una paliza y me gané el ¿respeto? de todos. Nadie osaba meterse conmigo ni reirse de mí.

Pero los adultos eran diferentes. Comprar cualquier cosa era un suplicio que duraba horas. Tenía que ensayar cientos de veces las palabras adecuadas y que me salían mejor para no tartamudear. Pero cuando me tocaba el turno y pedía lo que fuera a comprar, tardaba una eternidad en conseguir expresar lo que quería. Y contra las risas de los adultos no tenía defensa ni ataque posible. Y si me decían, que me tranquilizara y hablara despacio o me terminaban la frase, era aún peor.

La gente creía que era un poco subnormal, porque usaba multitud de muletillas y, en muchas ocasiones, al no saber pronunciar la palabra correcta, tenía que buscar alguna con significado similar, pero generalmente eran una mala opción, por lo que mi expresión era muy pobre.

Otra reacción fue la competitividad. Desarrollé una competitividad brutal. Era la manera de demostrar a todos que yo era mejor que ellos en cualquier actividad, cuando en realidad me consideraba el ser más monstruoso del mundo. En todos mis exámenes durante años saqué un 10. Sólo suspendía dibujo y trabajos manuales y, a pesar de eso, dedicaba miles de horas para mejorar estas dos asignaturas, pero nunca lo conseguí. Tuve la suerte que eran dos asignaturas consideradas como menores y no me importaba demasiado no ser el mejor en ellas.

Mis padres lo hicieron bien, pero me daba cuenta que sufrían mucho. Para evitarlo, en la adolescencia, los fines de semana hacía como que quedaba con amigos para salir, pero en realidad me iba solo al parque y dejaba pasar varias horas hasta que era hora de regresar. Intentaba que creyeran que hacía una vida normal y que tenía una infancia y adolescencia feliz y completa. Mis moratones crónicos de mil peleas, eran supuestas lesiones deportivas, que ellos hacían como que lo creían.

Lo que más recuerdo de mi padre, y una de las cosas más bellas que he vivido, fue un día mientras estábamos en el campo, que se paró, me miró a los ojos y me dijo: Juan, ¿sabes lo que más me gusta de tí?. No, le respodí. Tu tartamudez. Porque eres un hijo tan perfecto que la tartamudez te hace más humano.

Desde los 12-13 años me empezaron a gustar las chicas, pero eran seres imposibles de alcanzar, Estaba enamorado hasta las trancas de Esther, pero jamás me acerqué a ella ni cambié una sola palabra. Era un amor furtivo y platónico. Una niña de ojos azules, tan preciosa, muy parecida a la cantante Jeanette (mi otro gran amor de adolescencia) era demasiado para un ser horrible como yo.

Con 16 años, durante las vacaciones en Mijas, una chica que se llamaba María Dolores, me amó, me besó y me descubrió lo que había detrás de la tartamudez: un ser humano con capacidad para amar y amarse.

Todo cambió desde entonces. Ahora sé que siempre tartamudearé, aunque he conseguido mejorar mucho, pero sólo es una pequeña dificultad que tengo. No soy tartamudo. Soy Juan y tartamudeo, ni más ni menos.

73 comentarios:

Kaken dijo...

Me parece estupendo, en general, reconocer dificultades y no etiquetarse en ello.
Quién me iba a mí a decir que hace 30 años tu forma de hablar sería determinante en que me decantara por tí¡
Te quiero.

Juan dijo...

Hasta las dificultades tienen su lado bueno. Jejejejeje.

Sin este problema ahora sería otra persona, no sé si mejor o peor, pero seguro que diferente.

Lenka dijo...

Qué duro cuando un niño debe enfrentarse a la incomprensión. Me cabreo cuando oigo decir que los críos son crueles, como si lo llevaran de serie, aprendido misteriosamente y muy a pesar de los adultos. Es falso. Los niños son de este planeta, no marcianos, y aprenden del entorno. Mi hermano pasó una fase de abusón de patio (era el más grande, pero también torpe, así que se ganaba el ¿respeto? sacudiendo). No sé dónde lo aprendió (pelis? Viendo a otros niños? Da lo mismo), porque en casa no fue. En cualquier caso, nuestros padres hicieron lo que debían, censuraron su conducta y le enseñaron otros modos.

Lo que quiero decir es que no siempre aprendes cosas negativas de tu familia directa, pero creo que siempre aprendes de alguna parte, de tu entorno. De los estímulos que te rodean, lo mismo la gente del barrio que los hermanos, los colegas o la tele. Aprendes de la realidad que vives. Por eso me revienta eso de que los niños son crueles, suena a excusa. Hoy recuerdo a la nena que iba conmigo a la guarde y que tenía Síndrome de Down, y recuerdo la crueldad de otros niños. Incluyendo la mía, porque mi modo de defenderla era tremendamente brusco. Es algo que me perseguirá siempre, y me pregunto de dónde demonios saqué la conclusión (a mis cuatro años!) de que aquella niña era de algún modo inferior (no distinta, no, inferior) y había que defenderla por ello. Supongo que mi intención no era mala, pero qué equivocada! Y qué fea, en realidad! Recuerdo que la cogía de la mano y la medio arrastraba de acá para allá, para "protegerla" de peligros y de las mofas de los otros. Jugaba con ella, pero, claro, siempre mandaba yo.

De dónde saqué esas ideas? Seguramente porque oí comentarios "bienintencionados" de algunos adultos que decían cosas como "pobre Fulanita", "qué desgracia para los padres", "fíjate, tener un hijo así" o "es retrasadita". Y lo asumí todo. Qué oirían los niños que la maltrataban? Prefiero no pensarlo.

Te felicito por tu lucha, Juan, sinceramente. Celebro cómo lo ves ahora y cómo de honesto eres con lo que eras, cómo lo encajabas y cuánto cambiaste. No creo que haya otra forma de crecer (de crecer bien). Yo miro atrás muchas veces y en muchas cuestiones se me cae la cara. Pero creo que eso es sano. Tirando balones fuera no se aprende. Es decir, opino que los niños son "menos culpables" porque aprenden de otros, pero de todas formas sé que si tengo hijos procuraré que nunca sean como fui yo con mi compañera, fuera culpa mía o no. Da igual.

Y me alegro del comentario de tu padre (qué hombre más sabio!!) y del amor de María Dolores, que supo ver. Y, por supuesto, del buen ojo de Kaken!!!! Me alegro también (ya entiendes cómo, seguro) de que supieras sacar las ventajas de tus cualidades, de las obviamente buenas y de las menos obvias. Desde luego que sin esos problemas serías otro distinto. Y resulta estupendo que seas precisamente tú. Por cierto, que aunque no hemos coincidido muchas veces, nos conocemos en persona. Y te aseguro que, de no ser porque nos lo cuentas, jamás en la vida habría notado tu tartamudez. No sé si llegué a notar algo en su día, si fue así no lo recuerdo para nada. No me dejó la menor huella. Supongo que eso indica que no es ni de lejos lo más relevante de tu persona, vaya. No más que si tienes algún lunar que tampoco recuerde hoy. Te describiría de muchas maneras, pero ya ves, ese detalle no lo mencionaría, porque me pasó inadvertido.

Juan dijo...

Es que ya lo tengo bastante superado. Sólo en momentos de tensión se me nota más.

En su momento, todo giraba en torno a la tartamudez. Era tartamudo y ésa era mi propia definición sobre mí. Un defecto me definía. Lo tenía siempre muy presente. Cada vez que tenía que hablar era consciente de lo que era. Todo cambió por ensalmo (gracias a María Dolores) cuando me dí cuenta que yo era una persona completa y compleja y la tartamudez sólo era una de mis muchas características. Esto me enseñó para muchas otras cosas: no definir a nadie según una característica, ya sea defecto o virtud. Para mí nadie "es" facha o de izquierdas, católico o gay, gordo o flaco, pijo o cani. Y eso me ha ayudado a tener amigos de todo pelaje y a enriquecerme de todo y de todos. A luchar activamente contra mis prejuicios (que es una batalla no finalizada).

Mi agresividad desapareció por completo desde los 16 años y dejé salir mi parte más femenina con total libertad (tenía asustados a mis padres, que creían que era gay).

Posteriormente Kaken también me ayudó mucho actuando de la mejor forma posible: con total naturalidad, amándome como un todo, sin dar más importancia a lo que no la tiene.

El amor es curativo para muchas cosas, y aquí lo fue sin duda.

Con respecto a lo que te pasó con cuatro años, no tienes ninguna responsabilidad. Lo que hiciste, bien o mal, fue por bondad. Y además, aprendiste de ello. Más no se te puede pedir.

Lenka dijo...

Yo creo que se me puede pedir una cosilla más. Que si algún día tengo enanos ellos no tengan que avergonzarse de mayores por cómo trataron a ningún compañero. Desde luego haré lo posible para que no sea así. Para que siempre tengan claro que no hay nadie inferior, nunca, bajo ningún concepto. Y que ayudar a quien lo necesita es algo que se hace desde el respeto, de igual a igual, y por una cuestión de justicia, sin más. Intentaré enseñarles a ser solidarios, justos, respetuosos. No a tener lástimas, ni compasiones, ni a suspirar "pobre Fulanito". No, porque al final todo eso suena a lo que suena. A tener claro que el otro es menos que tú. Y no, no quiero repetir eso jamás si está en mi mano.

Juan dijo...

Efectivamente, las lástimas y compasiones son formas de sentirse superior. Y no suelen llevar a mejorar al otro sino a protegerlo. Y la protección es el primer paso hacia la inutilidad.

Seguro que lo vas a conseguir con tus enanos porque los pitufos, con lo que ralmente aprenden no es de lo que les decimos sino de nuestros actos.

Sra de Zafón dijo...

“No existe reversibilidad posible después de un trauma, lo que hay es una obligación de metamorfosis….El transtorno puede repararse, incluso de forma ventajosa, pero no es reversible”


“El arte, la creatividad, el compromiso relacional en psicoterapia o las actividades grupales son otros poderosos factores de resiliencia. De hecho se trata de un proceso bastante parecido a construir una novela, una película o un ensayo fiolosófico, con nuestra propia biografía. Se trata de convertirnos de nuevo en los autores y protagonistas de nuestra vida”.


“El afecto es el gran tejedor de la resiliencia. Basta con que haya una persona en la vida del herido que le escuche, le acompañe y restablezca el vínculo roto para que se produzca el comienzo de la recuperación física y emocional.”

“La fantasía es el recurso más preciado de la resiliencia. Cuando, ante alguien que nos aprecia, logramos poner palabras al trauna y reinterpretarlo como historia de superación, volvemos a ser dueños de nuestro destino.”

Si no lo tienes ya, intenta conseguir la edición especial del Nacional Geographic dedicada al cerebro y las emociones, el Editor es Eduardo Punset.

Sigo

Sra de Zafón dijo...

Creo que los que más capacidad tenemos para la ensoñación, y con ello capacidad para construir nuevas historias, o maneras de contarnos los acontecimientos traumáticos, más posibilidades tenemos para recolocarnos en nuestro propio mundo en posición ventajosa.

Si aún encima lo hacemos bajo el prisma de los vencedores, (con la sensación de haber vencido a los acontecimientos traumáticos), nos gustaremos más que antes (crearemos nuestro propio mito) Con esto, no sólo hemos admitido el acontecimiento traumático, si no que lo hemos moldeado para sacarle provecho, y nos sentiremos “héroes” en nuestras propias batallas.
¿Pero cómo alcanzamos el logro ?
La ensoñación, el arte, la creatividad nos ayudan a “reinventar” nuestra biografía, a vivirla desde otras perspectivas y contárnosla de modo generoso y heroico. Pero además de este proceso íntimo, necesitamos reconocer esa imagn nuestra en la mirada de alguien que nos aprecie.

Creo que dentro de ti, Juan, vive una fábrica de ensoñaciones que hace que tu vida interna pueda siempre a los acontecimientos dolorosos, no por que no sientas dolor, si no porque instintivamente recurres a la ensoñación para transformarlo. Te aferras a lo hermoso y sueltas lastre, distrayendo lo feo. Esa es la mayor cualidad, para mí, de resiliencia, si aún encima encuentras personas que acojan y mimen tu manera de tratar el dolor y las cosas feas, y compartan lo hermosos que sacas de ello, has vencido al hecho traumático con creces.

Encontrar personas que “nos convienen” también tiene mucho de resiliencia, pero esa ya sería otra historia.
Besos, Juan, mi enhorabuena!

Kaken dijo...

Y porqué sería otra historia?
Pregunto.

Kaken dijo...

Otrosí,en clave psicológica has clavado lo que pienso de cómo es Juan,Chusa.
Pero a veces parece que es "demasiado pasota".
Y no, no creo que el haya vencido sus traumas, creo más bien que los ha engañado.
En cualquier caso es un tío estupendo.

Sra de Zafón dijo...

Buenos días!
La inteligencia emocional y social suele acompañar a la resiliencia, pero eso daría para otro comentario bien laaaargo :-)

Yo he hecho el perfil de resiliente, no de Juan, sólo que leyendo esta entrada suya lo he “etiquetado” con esa ventajosísima cualidad para ser feliz.
Besos

Sra de Zafón dijo...

Sobre “vencer” los traumas y “engañarlos” también me daría para un larguísimo comentario, pero intentaré resumir lo máximo posible.
La huella traumática queda grabada, además de en el cortex, (de modo más o menos consciente) en la amígdala y en otras partes del sistema límbico o emocional. (De modo totalmente inconsciente) Y es ahí donde se disparan las alertas y nacen los bloqueos, las fobias y el estrés.
De poco sirven las palabras o el intento de pensamientos positivos para llegar a estos lugares que tienen la llave de nuestra tranquilidad. Ahí solo se reconocen patrones de emociones y sentimientos. Así que sólo podemos modificar la huella traumática a “golpe” de emociones, y en alguna medida, de sentimientos. Y eso como más fácilmente se consigue es a través del “engaño” a esta parte del cerebro.

Primero: Con la distracción
Entretenimientos que nos ayuden a salir del dolor y la frustración de no se capaz de dominarlo.
Porque aferrarnos al dolor y convertirnos en víctimas, intentando que los demás se pasen la vida compensándonos por lo que nosotros no sabemos compensarnos, sólo es perder el tiempo en lo mismo de lo mismo.

Segundo: con la inducción
de emociones placenteras que nos aportan la calma y el placer precisos para vencer el exceso de cortisol (resumiendo mucho) que hemos dejado de poder gestionar.

Tercero: con la creencia
Viviéndonos y sintiéndonos (por lo tanto creyéndonos) capaces, y por tanto, supervivientes de nuestra propia película de terror (trauma)

Estas tres cosas se consiguen con ensoñaciones, (inventándonos realidades paralelas, pintando, escribiendo, haciendo arte) Viendo pelis que nos hacen reír, programas de tv banales que nos nos hagan revivir nuestros dilemas morales, o las emociones intensas de los protagonistas, si no que nos permiten tener la mente más o menos atolondrada :-) y quieta. (Aunque lo ideal sería la meditación... )
Evocando y/o fabricando momentos hermosos a través de la imaginación, la música, etc y haciendo consciente el disfrute de la percepción sensitiva en todas sus facetas (sabores, olores, tactos…)
Una vez que somos capaces de distraer nuestros pensamientos , inducir nuestras emociones hacia el placer de la percepción sensorial, y hemos “ensoñado” o creado a través del arte, una visión sobre nosotros mismos que nos gusta mucho más que la que teníamos, ya hemos “engañado” o “domesticado” al monstruo encerrado en nuestro inconsciente. Y normalmente, ya podemos ponerle las palabras adecuadas y contarnos, con generosidad (hacia nosotros mismos, sobre todo) y heroísmo, la versión de los hechos traumáticos.
Si aún encima conseguimos que esa visión “heroica” (de vencedores) la reconozca una sola persona que apreciemos y/o admiremos, habremos vencido al trauma sin ninguna duda.

Podemos seguir siendo tartamudos o saltando ante la visión de una culebra, pero eso no nos impedirá ni seguir hablando sin complejos, ni pasear por bosques por ejemplo.

El único camino para vencer un trauma es el engaño al cerebro emocional, eso no impedirá nuestra lucidez, si no que aportará el terreno para librarnos de todo lo que conlleva sufrir un trauma e impedirla.


he escrito a todo correr y si me pongo a repasar ya no puedo mandaros esto, así que besos y perdones :-)

Juan dijo...

Uff.

Me has calcado Chusa.

Nunca me han hablado así y nunca he relacionado muchas facetas que has comentado con mi trauma. Me abres ventanas que desconocía de mí mismo.

Como dice Kaken, más que superar el trauma, lo he engañado o toreado, porque sigue ahí dentro. Pierdo mi sentido de la realidad en cuanto me enfrento con un tartamudo. Surge en mí la mayor de las ternuras, mucha más que cuando estoy ante otra persona que sufre por cualquier otro problema.

Me has clavado Chusa y me has dado claves para comprenderme mejor a mí mismo que nunca se me habían ocurrido que pudieran tener relación.

Tengo muchas ensoñaciones y fantasías. No sé si has leído Ana, la de tejas verdes. Pues esta novela me enganchó enormemente porque me sentía muy reflejado en ella.

Soy capaz de hacer consciente cada uno de los placeres que me rodean, por mucho que los repita. Soy capaz de hacer consciente cada desayuno que tomo, cada café que me tomo, cada paseo por el campo, cada vez que me acuesto disfruto de la cama. Disfruto activamente de cada minuto. Hasta disfruto de lo que no me gusta, como ir al gimnasio a diario, gracias a que me lo paso bien activamente con las relaciones que hago con la gente que va.

Soy un melómano y mi vida está rodeada de música.

Y aunque nunca me he considerado creativo, todos los que me rodean dicen lo contrario.

Vivo de una forma en que la realidad está plenamente integrada en mi ser, a través de la lógica y el razonamiento, pero a la vez, tengo una vida emocional muy intensa.

Hasta hace poco, cuando me perdía "en Babia" yo contestaba a los míos que ponía la mente en blanco. No lo sabía expresar de otra forma. Un buen amigo me comentó que en realidad lo que hacía era meditación. Después leí algunas cosas Zen y descubrí que hacía algo muy parecido al Zen, sin saber que lo hacía.

Y todos estos hechos jamás los había relacionado con un trauma. Realmente me has abierto ventanas que no pienso desaprovechar. Muchísimas gracias.

Un abrazo gordísimo.

Kaken dijo...

Es muy interesante lo que cuentas, Chusa, ya me gustaría a mí tener esos conocimientos.
Indagaré por la red a ver si consigo ampliarlos, aunque lo veo difícil ¿alguna sugerencia?
Gracias.

Sra de Zafón dijo...

Buenos días, Juan

Pues me alegro que de nuevo la descripción de cómo suele funcionar el mecanismo de la resiliencia te haya calcado.

Creo recordar que alguna vez, (en no sé qué entrada tuya) te sugerí que leyeses sobre resiliencia porque por tu manera de expresarte me parecías muy cercano, instintivamente, a esta forma de funcionar. Ásí que probablemente si que te haya clavado.
(Es que lo de ser vaca debería de puntuar en mi curriculum laboral de chamana, jajajaja) .

Me encantaría saber cual es el concepto de superar un trauma que tiene Kaken, con el que tú me prece entender estar de acuerdo, al menos con estas palabras:

"Como dice Kaken, más que superar el trauma, lo he engañado o toreado, porque sigue ahí dentro. Pierdo mi sentido de la realidad en cuanto me enfrento con un tartamudo. Surge en mí la mayor de las ternuras, mucha más que cuando estoy ante otra persona que sufre por cualquier otro problema"

Aquí, yo no veo por ningún lugar que no hayas superado el trauma, ni que siga ahí, si no todo lo contrario, has sido, y eres capaz de sentir la mayor de las ternuras por el ser que has sido tú y que tanto te horrorizaba.
El adulto que hay en ti acoje al niño que eras con la misma intensidad de ternura, que el de tu sufrimiento por aquel entonces.
(Aquí ya me meto en la terapia transacional, jajajajaja, ser vaca es lo que tiene, tanta hierba de arriba abajo jajajaja)

¿Dónde está el trauma, Juan? Esa metamorfosis que has logrado cambiando las emociones de dolor y rabia, y la creencia de sentirte un ser horrible, por el sentimiento de ternura ( y empatía), ¿no te parece la prueba de que el trauma ya es un recuerdo?


Mi curiosidad sobre vuestro concepto de trauma y de cómo superarlo no es mal sana, o por demostrar nada, que lo sepáis, sólo que pienso que hay muchos conceptos sobre ésto rulando por medios profesionales, (que yo padecí en su momento), que dan por saco y no ayudan nada.

Besos
Me voy a por el segundo desayuno.

Sra de Zafón dijo...

Kaken, no te había leído. Mientras escribía me llamaron por teléfono y ya escribiste tú, luego me fui a redesayunar y ahora he venido al ordenata y te he encontrado.

Sugerencias? los conocimientos teóricos me los han proporcionado todo lo que cae en mis manos (y en mis oídos) sobre cerebro y emociones, patrones y redes neuronales, etc : Damasio, Lakoff, Goleman,Gardner,Schereiber, Laborit,Eric Berne, Manciaux...
Muchas publicaciones, artículos...

Los conocimientos prácticos, unos cuantos traumas propios, unos cuantos reveses de la vida,pero, sobre todo, el contacto directo con gente con traumas y problemas muy jodidos: delincuencia, marginación, maltrato, abusos, guerras, hambre, torturas, que han sido capaces de disfrutar de la vida siendo honrados y buena gente. Yo creo que la resiliencia es instintiva, pero que se puede educar.

Ya le dije a Juan que creo que os encantará el National Geographic editado por Punset. (Creo que lo compré a mediados de mayo) Es muy ilustrativo y ameno, todavía no lo he leído entero pero lo que leí hasta ahora me ha gustado mucho.

Sobre la resiliencia este libro está muy bien
http://www.agapea.com/libros/La-resiliencia-resistir-y-rehacerse-isbn-8474329698-i.htm

Besos.

Kaken dijo...

"¿Dónde está el trauma, Juan? Esa metamorfosis que has logrado cambiando las emociones de dolor y rabia, y la creencia de sentirte un ser horrible, por el sentimiento de ternura ( y empatía), ¿no te parece la prueba de que el trauma ya es un recuerdo?"

Esta frase es para enmarcarla, muy buena, totalmente de acuerdo y coincido contigo con la imagen de acogimiento del niño que fuimos, desde ese punto inicié yo mi recuperación.
Tomo nota de tus fuentes, muchas gracias.
Y otra duda, por si lo sabes y te apetece contarlo ¿que sucede cuando alguien con un trauma no tiene apoyo afectivo alguno, si no todo lo contrario?
Seguro que es difícil generalizar, pero por si se te ocurre alguna ideilla....gracias :-)

Kaken dijo...

En cuanto al concepto de trauma como tal, no me lo había planteado hasta ahora. Más bien me limitaba a comtemplar el hecho traumático, sus síntomas e intentar paliarlo.
Con tus comentarios me ha cambiado un tanto la idea de cómo abordarlos y lo que significa superarlos.
Supongo que hay que aprender a aceptar que van a estar siempre en el recuerdo, pero provocando emociones positivas en vez de negativas (cosa que a mí no me sucede aún del todo, me queda rencor y rebeldía).
Algo así como que se puede aprender a vivir con cicatrices en vez de con heridas abiertas.
Bes.

Lenka dijo...

No sé qué pensaréis los demás. Yo tengo la certeza de que arrastro cada uno de mis traumas como una vieja cicatriz de guerra. Para nada creo haberlos vencido. Todo lo que soy ahora, a los 32, es fruto de lo que fui, de lo que era, de cómo logré irme construyendo. Para bien y para mal. Tengo la idea, además, de que las cosas que nos marcaron en la infancia tienen la capacidad (tremenda) de hacer heridas gigantescas. Que cicatrizan, sí, pero que están. Curiosamente no hay NADA de mi vida adulta (ni el peor de los golpes) que me afecte lo más mínimo en comparación con algunos recuerdos oscuros de la infancia.

Porque esos episodios te convierten de nuevo en niño, no importa el tiempo que haya pasado. Ahora mismo puedo pensar en la época del cáncer de mi padre, y nada, cero. Recuerdo que lo pasé mal, la incertidumbre, cómo secretamente me iba preparando por si llegaba lo peor aunque por fuera eran todo sonrisas y ánimos. Pero ya está, pasó, listo. Será porque lo enfrenté de adulta, qué sé yo, no tengo idea. Pero si evoco la tarde aquella en que mi padre me llevó al colegio, y cuando apenas había subido cuatro escalones me entró una congoja insoportable y tuve que salir corriendo detrás de él para preguntarle si se iba a divorciar de mamá... pues ya está, listo, no importa que hayan pasado 23 años, vuelvo a tener 9, se me encoge el corazón y se me llenan los ojos de lágrimas.

Las heridas de la niñez (o así lo siento yo) son brutales. Lo son porque cuando las sufriste no tenías armas para defenderte. Y aunque ahora las tienes, es un poco tarde. Así que no, qué va, no desaparecen. Vives con ellas. Las arrastras para siempre. Me cortaría la lengua antes de decirle esto a mis padres, pero hace años que tengo muy claro que ciertas conductas suyas me convirtieron en una tullida emocional. Y eso seré el resto de mis días.

Me siento afortunada, feliz, absolutamente. Es la verdad. Pero esas heridas están, y estarán. Las llevo conmigo y nunca jamás van a desaparecer. Porque un mínimo recuerdo te mete un empujón y te arrastra a esos 9 años, y olvidas todo lo que sabes. Vuelves a vivirlo con una intensidad aplastante. Indefensa otra vez, como aquel día. Idéntico. Respiras hondo, razonas, lo reinterpretas con tus 32 años de ahora, comprendes y "se te pasa". Lo que significa que logras volver a cerrar la caja con llave. Y sigues andando.

Exacto, ya no son heridas abiertas, son cicatrices. Pero están. Y bien, no pasa nada. Vives con eso, eres feliz, y hasta las miras de vez en cuando porque son parte de ti, y porque te enseñan cosas. No te curas. Nunca. Al menos yo no. Me curé de otras posteriores, algunas más grandes, pero no de aquellas. Y creo que le pasa lo mismo a mucha gente. Por eso mi abuelo ha superado cosas demoledoras, pero no puede hablarme de su orfandad a los once años sin que se le salten las lágrimas. Un olor, una sensación, cualquier cosa que te devuelva allí te hace trizas por un momento. Tragas saliva y sigues caminando. No, no lo superas, pero vives con ello. Y, qué cojones, creo que eso ya es bastante.

Sra de Zafón dijo...

Buenas noches, Kaken
Te he leído, pero hoy no puedo pararme como mereces.
Tu pregunta es muy abierta y dificil de responder,pero aún así intentaré escribirte mañana.

Un beso

Kaken dijo...

Es cierto, Lenka, los traumas infantiles son brutales. Y generalmente son causados precisamente por aquellos que se supone que están para educarnos y amarnos y en momentos decisivos, donde somos plastilina moldeable.
Se supone que formamos nuestra imagen como si nuestros padres fueran el espejo en el que nuestra imagen se refleja, y en demasiadas ocasiones se trata de espejos rotos .

Yo pienso que los traumas se pueden "curar" con una larga rehabilitación, dependiendo de los casos, con ayuda psicológica o por uno mismo, como en el caso de Juan.

Por lo que cuentas, Lenka, no parece que algunas cosas que te duelen hayan quedado donde deben, en el pasado. Si lo revives y te vuelve a causar dolor, problablemente no has cerrado del todo la herida, aún no tienes cicatriz.
Quizás lo que necesites sea, precisamente, hablarlo con tus padres....

A día de hoy no me considero fruto de mis traumas (traumas de verdad, de gran calibre), me considero una luchadora que se ha convertido en una mujer honesta a pesar de ellos.
Y estoy muy orgullosa de no haber repetido los errores que otros cometieron conmigo (hace sólo 5 años hubiera sido incapaz de contar esto, jejej).

Seguramente algo se pueda hacer para que no te sientas tan mal ante esos recuerdos, Lenka.
Bes.

Claro, Chusa, es una pregunta bastante tontorrona, por amplia y vaga y compleja. Pero al hilo delo inmportante que es tener afectos sanadores se me ocurrió pensar en la cara contraria de la moneda de Juan.
No hay prisa, seguro que lo que escribas será interesante, gracias¡

Juan dijo...

Supongo que hay traumas y traumas. Chusa tiene mejores respuestas. Voy a leer más al respecto y voy a intentar conseguir el artículo del National Geographic.

De momento voy a exponer lo que pienso, que está sujeto a lo que lea a partir de ahora y a lo que exponga Chusa.

Hay ciertos traumas en la infancia que, si se superan, nos hacen personas más maduras, completas y, sobre todo, equilibradas, armónicas. Pero hay otros traumas que son mucho más difíciles de superar y siempre quedan cicatrices, como decís Lenka y Kaken.

La tartamudez,teniendo al lado a personas que te quieren y te apoyan, puede ser un ejemplo de problema que te hace más fuerte y equilibrado.

Pero el maltrato infantil por parte de los que te deben de amar y proteger, el abuso infantil, o traumas importantes de los que no te puedes defender por no tener armas con 7-8 años ni los que te deber apoyar lo hacen, tienen que dejar una huella emocional difícil de borrar.

Juan dijo...

Pero no debe ser imposible. Difícil sí, pero no imposible.

No sé si es un buen consejo, ni siquiera sé si es necesario darlo o si tengo derecho a hacerlo, pero Lenka: ¿alguna vez te has sentado con tus padres, juntos o por separado, y les has contado todo lo que sentiste?. Sin necesidad de respuestas ni justificaciones, sólo contárselo, sin pedir ni esperar ningún tipo de explicación. Sólo llorar, si lo necesitas, y expresar la soledad y la pérdida que sufriste y como la sentiste. Y otra cosa, busca en tu interior si te sentiste de alguna forma culpable de su separación.

Parece una tontería, pero la culpa tiene muchas caras y, aunque la lógica te diga que tú no eres culpable de nada, hay muchos niños que se han sentido culpables de la separación de sus padres y no han sabido detectarla y, de esta manera, no han podido combatirla.

Son simples ideas, posiblemente muy equivocadas.

Un abrazo Lenka.

Lenka dijo...

Sí que lo hice, sí. Tuve que hacerlo, además. Tenía 18 años entonces y llegué al extremo de decidir que quería morir. Y al momento, no sé cómo, decidí que no, ni de coña. Estaba tan agotada mentalmente que no encontré ninguna razón para no morirme (allí y entonces, y sé que había miles, pero no las veía o no me bastaban), pero con todo y con eso decidí que no, que seguro que era mejor esperar. Tampoco creía que aquello tuviera arreglo ni sentido, pero era mejor esperar, de todos modos. Por si resultaba que al final sí que tenía arreglo. Lo que parecía obvio es que morirse sí que no tenía arreglo ninguno.

Seguí pensando un poco más y de pronto lo entendí. No, no lo entendí, entendí una parte. entendí todo lo que había pasado en mi familia, por qué, qué había llevado a mis padres a esto y lo otro, que eran personas, que habían amado, odiado, deseado, que conocían la ilusión, el sexo, la mentira, el error... lo mismo que yo había empezado a experimentar. Tampoco lo razoné, fue como un fogonazo. De repente pensé (no lo había hecho antes) que mi madre había sido una chica de 18 años, como era yo, con un novio, como el que yo tenía, que, casualmente, era mi padre. Y me dio como un flash en medio de la cabeza. Lo traduje a mi idioma, o al menos al que yo hablaba entonces (que era más incompleto que el que hablo ahora, pero desde luego tenía más vocabulario que el de mis 9 años).

El mundo dejó de girar en torno a mí. Las cosas no me pasaban sólo a mí, ni eran sólo injustas conmigo. Así que sí, me senté con mis padres, les dije que me habían hecho un daño enorme, pero que les quería, les entendía y desde luego les perdonaba. Y fue una pedazo de catarsis que no veas.

Y durante años las cosas fueron muy bien. Y luego se torcieron otra vez. Lo que pasa es que ahora estoy cansada. Lo admito. Así a lo tonto, llevo 22 de mis 32 años cargando con un peso, y me he hartado. Porque es que ahora quiero vivir yo mi vida y que me dejen en paz. Creo que tengo derecho a ello. Si ahora hablara con ellos sería para decirles eso: estoy harta. Sois adultos, joder. Ya basta. Dejadme vivir en paz, estoy agotada de cargar con vuestras historias. No os da un poco de pena pensar en cómo me seguís machacando, cómo seguís siendo un lastre colgado al cuello de vuestra hija, oh, vuestra niña a la que tanto queréis?

Pero no me sale todo eso, porque ahora tengo 32 años y les entiendo todavía más que a los 18. Y les quiero. Mucho más que entonces también. Y no quisiera hacerles el menor daño. Francamente. También entiendo que no es muy justo, que no tengo yo por qué seguir carretando con esto. Pero bueno, lo llevo más o menos a cuestas, tiro, soy razonablemente feliz (muchísimo más que a los 18, eso puedo jurarlo), me he curtido más, asumo mis pequeñas taras... y puedo con ello. Por eso admito no haberlo superado, sólo encajado. Me basta, por ahora. Que me cuento mentiras piadosas? Seguro. Pero sí es cierto que me siento feliz. Y que no quiero hablar esto con ellos. No, con ellos no. Les he asumido también. Me encantaría sentarme con un completo desconocido y largarlo todo. Puede que algún día haga eso tan chic de tener mi propio loquero. Porque, además, nunca les he tenido manía, como otra gente. Al contrario, creo que es muy útil eso de largarle a alguien a quien la cosa no le salpica!

En fin, sobre todo creo que ya no hablo de esto con ellos porque estoy tan agotada del tema que prefiero ignorarlo. Seguro que no es buena idea, lo sé. Pero es que, entre tanto, lo que quiero es vivir.

Besotes a todos!

Juan dijo...

¿Y crees que has podido sentir algún tipo de culpa?.

Muchas veces la lacra en estos casos es una culpa que no has reconocido.

Kaken dijo...

Sólo te diré una cosa, Lenka, y con el mayor cariño que puedas imaginar: a veces es necesario que los hijos eduquen a los padres.
No te dejes, no te dejes¡¡
Besotes y fuerza y honor.

Kaken dijo...

En fin, no me puedo resistir...
Tener loquero no es un lujo o una pijada, es un recurso más a nuestro alcance que está más que justificado y es necesario la mayoría de las veces, sobre todo si el paciente está abierto a los cambios para solucionar su problema.
Muchas veces ignoramos lo que realmente necesitamos en base a que es caro, puedo tirar, no es tan importante....¿que no?
Un buen psicólogo nos mejora nuestra corta vida a ojos vista, a por ellos¡¡¡

Lenka dijo...

Seguramente sentí culpa en su día, Juan, porque creo que casi todos los niños la sienten. Pero sí que creo que eso lo tengo superado del todo hace tiempo. Si algo nos recordaron muchas veces nuestros padres es que nada de lo que estaba pasando era culpa nuestra. Al menos eso sí que nos lo dejaron clarito.

Sí que quedan culpas, pero son otras, nuevas y diferentes. A ratos te preguntas si no puedes (ahora, con tus años) hacer algo más para que las cosas vayan mejor. Obviamente mis padres están separados y ya está, eso no va a cambiar ni nadie lo pretende (ni ellos ni sus hijos!) pero sí que te comes a veces la cabeza pensando si no podrías hacer algo para que tuvieran mejor relación (como la lograron tener en su día). Por un lado te hartas y sueltas un: "anda y que les den morcilla, que ya son mayorcitos!!!" pero por otro dudas, dudas. No es culpa exactamente, pero se parece. Se parece porque te sientes en el medio (el niño triangulado!!!!), siempre mediando, siempre calculando no pasarte en el amor que das a uno o a otro, siempre procurando ni dar ni quitar la razón a ninguno de los dos, siempre pensando cómo decir: "mira, en esto creo que te equivocas tú" sin hacer daño. Es complicado.

Kaken, mi madre me dijo eso mismo una vez: que los hijos educan mucho y muy bien a sus padres, no sólo al revés. Es bonito a ratos, a veces es un peñazo total y muy agotador. Yo creo que he llegado a una de esas fases de agotamiento.

Y sí, lo del loquero no es ni un lujo ni una vergüenza. Es una herramienta. Saludable y útil muchas veces. No vamos al médico cuando tenemos gripe? Yo siempre lo he visto con la misma naturalidad. Y, además, nunca he pretendido que nadie me encuentre la fórmula mágica. Es más un deseo de hablar con total libertad y que me escuchen. Que me acompañen en ese camino. Porque, al final, creo que las opciones las encuentra uno mismo. Puede haber recetas para aprender a relajarse, para que sea más fácil decir "no", para muchas cosas, pero cada cual es un mundo y al final los pasos los das tú mismo. Eso creo, al menos. Aunque la ayuda está muy bien, sin duda.

Sra de Zafón dijo...

Es la segunda vez que escribo más o menos esto, aquí, de un tirón, la primera no quedó ...me va a dar algo:-)

Os decía que leyéndoos me salen las palabras agrupadas bajo títulos

Traumas, apoyos, fogonazos, etc
Así que volveré a escribir pero esta vez en un word, (si es que parezco tonta conociendo mi red)

Traumas:

Hay traumas y traumas.

Unos, como las enfermedades o los accidentes, o los desastres naturales, no suelen tener un culpable asociado a un con rostro humano. Al menos hasta que aparece el primer maltratador (humillador, abusador, etc) que refuerza ese trauma.

Otros, como ocurre con la guerras, la tortura y masacres, sí tienen rostro humano: el soldado que mata a tus padres, o que te obliga a matarlos a ti, o el torturador que te viola o te arranca una mano, pero detrás de ellos todavía existe un culpable mayor: una ideología, una religión y , sobre todo, un desapego afectivo.
Pero si el trauma, sea físico o psíquico, lo profesa algún miembro de tu familia, o la familia entera, (por su pasotismo o consentimiento) el asunto adquiere un tinte emocional pendular.

Me explico:
Por un lado está el dolor de ser maltratado (de la manera que sea) y por otro el dolor de sentir rabia por el maltratador, ya que normalmente le tienes cariño, y tendrá que pasar mucho tiempo hasta que decidas, “hacerle daño tú” (desenmascararle, si puedes, o alejarte y pasar de todo tipo de relación, (todo esto que para los demás no es hacer daño la víctima suele vivirlo así, porque siente culpa)
Si eres niño, además de depender física y emocionalmente de su entorno, le quieres, y él, o ella, lo saben y juegan con ello. Pasa con los niños y con un montón de mujeres maltratadas, (pero esta ya sería otra historia).
Pero en el caso del niño, “el péndulo” emocional está servido. Ahora me quieren, ahora no me quieren, ahora lo hago bien, ahora lo hago mal, ahora me gusta lo que hago (actúo como me gustaría hacerlo frente al agresor: rechazando “su afecto y/o maltrato) ahora no me gusta lo que hago (consiento que me cubra de afecto y en el momento del maltrato no lanzo mi ira contra él, por tanto soy débil, no me gusto, soy una caca, no valgo para nada)
Siempre que hay un maltrato por parte de personas en las que se quiere y confía, la víctima se tambalea en esa dualidad por algún tiempo, hasta que encuentra los recursos con los que "combatir" y sacarse de encima la culpa, aunque a veces esa manera de sentir se instala y cueste mucho desprenderse de ella.

Creo que nadie puede valorar qué es más traumático si un terremoto, una guerra o una violación, por ejemplo. Indudablemente la capacidad para gestionar el dolor de cada uno es la única medida en todo esto. Yo puedo decir que me ha hecho más daño alguna palabra de mi madre sobre la livianidad de los malos tratos que he recibido, que el propio maltrato, las balas de goma , o las quemaduras del tubo de escape de mi moto. Y lo digo convencida, porque conozco mis dolores, pero nunca podría valorar el dolor de nadie. Aclarado esto, creo que de las peores cosas que puede ocurrirle a un niño, y a cualquier víctima, es que su propia familia teja un entorno en el que la vida siga como si no hubiese ocurrido nada, cuando es evidente que ha habido un crimen (abuso, maltrato).
Aunque, muchísimas veces, sólo una educación pésima: machista, autoritaria, o tan "relajada" que el niño pueda vivir a merced de sus emociones y apetitos, si ningún control, ya llegue para hacer estragos de todo tipo.

Sigo

Sra de Zafón dijo...

Apoyos:

También creo, que lo mismo que no se puede medir “el peso y profundidad” de uno u otro trauma, tampoco se puede medir la sensación de abandono afectivo y ni siquiera de apoyo.
Quizás una persona sienta que no ha tenido ningún apoyo mientras sufría, y otra persona que viviese la misma situación (aunque sea algo imposible) encontraría el apoyo necesario, porque sabría buscarlo, porque cuando se forjó su primer vínculo afectivo (en los primeros años de su vida) adquirió una serie de recursos : seguridad e “independencia” , seducción para atraer la atención y conmover al adulto que le cuida, etc ) y con estos recursos un temperamento que le permite encontrar la compañía “adecuada”, que mencionaba como otra gran habilidad en uno de mis primeros comentarios.
También puede ocurrir que una persona no “reconozca” el apoyo si no se ajusta exactamente a sus demandas específicas, pero, ocurriese lo que ocurriese, a nada de esto debemos otorgarle la capacidad de determinar cómo vivir el presente y el futuro.

De cualquier modo se haya sufrido cualquier tipo de trauma, se haya tenido apoyo o no, nuestra labor es gestionar las emociones en el presente.
Aquí volvemos a la resiliencia: a intentar utilizar los recursos de distracción, inducción de emociones agradables, etc,
pero sobre todo, cuando el péndulo aprendido nos domina, debemos intentar llegar a la identificación de las emociones básicas, y a cómo estas nos conducen a otras más complejas y acaban convertidas en pensamientos que nos hacen daño.
Por ejemplo, cuando la ira nos lleva a la aversión, o el miedo hacia la ansiedad, nos solemos quedar con el sentimiento que nos provoca esa aversión, y el sufrimiento físico de la ansiedad, pero casi nunca identificamos las emociones básicas, si no que empezamos a construir pensamientos que refuercen nuestra ira o nuestro miedo.
Identificarlas sirve para no pensar mil cosas racionales, que no sirven para nada, e intentar calmar el miedo induciéndonos seguridad, con otra emoción, por ejemplo. Una música que nos haga sentir a gusto con nosotros y que nos evoque momentos agradables, puede parar la ira, sin necesidad de llegar a montarnos ninguna película de la que luego nos arrepentiremos seguro.
Sigo hablando del péndulo afectivo enfermizo, no de una ira puntual y ubicada en el presente.

ay dios!!!! y aún sigo

Creo que mis ganas de comunicarme con vosotros están restando lucidez a mis palabras.

Sra de Zafón dijo...

Seguimos con los traumas)

Los fogonazos: (o la lucidez emocional)

Yo no creo que haya, o no haya que perdonar, eso ya se vería, caso por caso, incluso no creo que nos ayude más el hablar o el no hablar con nuestros padres, o nuestros “traumatizadores” tal como proponéis, porque no creo que el trauma habite en la parte racional de nuestro cerebro…
Yo creo que el trauma vive anclado en nuestro cerebro emocional y reptiliano, disparando emociones (miedo, asco, etc) y respuestas físicas (descargas de hormonas y neurotransmisores) que luego se traducen en sentimientos a los que, si somos capaces de poner en un lenguaje inteligible, convertiremos en pensamiento capaces de ser comunicados.
A esas emociones (negativas) es a las que habrá que llegar, destapar, identificar y dejar estar, hasta que podamos con ellas.

Lenka relata muy bien cómo ocurrió en ella: “Tampoco lo razoné, fue como un fogonazo… Lo traduje a mi idioma, o al menos al que yo hablaba entonces”

En el caso de Lenka, YO CREO, (con lo cual puedo equivocarme muchísmo) sus neuronas espejo la situaron (la hicieron empatizar emocionalmente) en el pellejo de su madre, haciéndola salir de si misma y sus necesidades. Cambió la emoción de ira (por el dolor padecido en sus carnes) en el mismo momento que comprendió que nadie quería disparar ese dolor hacia ella, si no que sus viejos tenía sus propios dolores, que les disparaban emociones y reacciones, tan cercanas a las suyas que flipó.

Lenka, como todos los niños, en familias más o menos estructuradas,y en entornos sociales no violentos, se creía con derecho a un cascarón perfecto, con un par de vigilantes de primera. La putada es que esa visión se la vendemos toda la tribu, lo mismo que a sus padres. Si me equivoco, corrígeme, pero esta es una de las situaciones que más he vivido con adolescentes de padres separados.
Gracias a dios, o quien sea :) ya va habiendo niños que hablan del divorcio como de un cambio en el que el amor de sus padres hacia ellos, e incuso hacia el otro cónyuge, les hace cambiar de domicilio y poco más. Ya que sus padres siguen ocupándose de ellos con todo el amor, y respeto por su anterior pareja. Y por ello aunque en un principio sientan miedo,no sienten ni dolor ni ira.

De lo único que suele tratarse todo el tiempo, en caso de las separaciones “civilizadas”, ya no hablo de las de la propiedad privada y los malos tratos, es de una mala educación tribal, en la que los hijos están por medio creyéndose el cuento del príncipe y la princesa monogámicos eternos, (porque sus padres también se lo quieren creer) sintiéndose protegidos por uno adultos que, además de no tener derecho a las emociones y al sexo, a lo único que deben dedicar su vida, es a evitarles el sufrimiento, en vez de a ayudarles a gestionar las emociones que pueda traer cualquier cambio.
Un padre para un niño es, además amor, seguridad, pero además, suele creerse con derecho a ser protegido para no sufrir frustración de ningún tipo.

Sra de Zafón dijo...

La última parte (de momento :-)


Creo que a efectos “prácticos” daría igual que Lenka hablase o no hablase con sus padres, porque en ella habitaban el dolor y la ira, no en sus padres hacia ella, y la transformación (la humanización de sus viejos) ocurrió en sus redes neuronales, no fuera. Quizás suavice las cosas el que ellos la entiendan, pero la transformación de trauma a hecho doloroso pero comprensible, sucedió al margen de ellos.

Aún así, Lenka sabe que no actuaron con el tacto necesario para no herir a un niño. La diferencia ahora es que si ella tiene hijos, estos sabrán que mamá es humana, que mamá tiene miedos y necesidades propias, y que a veces no puede más y cómo es inteligente y quiere ser feliz, por ella y por ellos, para poder repartir bienestar tiene que cambiar cosas, las que sean. Pero eso no hará ni que les quiera menos, ni que se ocupe, como ella considere oportuno, menos de ellos. Y esto no sólo ocurrirá porque quiera cambiar de pareja, si no porque quiera cambiar lo que sea que no la hace feliz.
Eso probablemente enseñe Lenka a sus hijos, el problema es cuando se repite el mismo esquema o todo lo contrario: Como yo no me sentí protegida superprotegeré a mis hijos, osea, lo agobiaré hasta el punto de traumatizarlos, por ejemplo.
El pescado que se muerde la cola...

Yo piendo, que el que todavía le asalte a Lenka esa emoción de tristeza que vivió a los 9 años, no supone que siga ahí el trauma, supone que sigue el recuerdo de una emoción. Y las emociones no se recuerdan como los pensamientos,con el córtex, se sienten, se viven y reviven, y estas provocan las reacciones físicas consecuentes, pero eso no significan que se siga teniendo un trauma.

Uffff

Besos a los tres

Lenka dijo...

Lo defines muy bien. Lenka, a los 9 años, no entendía un pijo de nada, claro. Porque todavía estaba en el cascarón ideal de un mundo que existía sólo para complacerla y cuidar de ella. Los padres eran una especie de ser unicelular en dos cuerpos y siempre estarían juntos para atenderla. Así tenía que ser y no cabían más opciones. Cierto que papá era "raro" (en el buen sentido, porque se entendía ese "raro" como "chachi", "diferente a otros padres") y que, además, por su curro casi nunca estaba. Pero bueno, como llamaba y escribía... estaba de algún modo.

Mamá siempre estaba, pa bien y pa mal. El idealizado era el padre, porque se le veía menos, y porque cuando estaba todo era cachondeo. A mamá le tocaba la parte más ingrata, siempre. A papá, la fiesta. Luego papá se fue de casa, pero de verdad. No es que se notara mucho (por lo de su curro) pero era extraño tener que llamarle por teléfono incluso cuando estaba en tierra. Y mamá andaba enfadada, triste, colérica, despegada. Eso era lo peor. Para más narices, mamá no quería contar a nadie qué pasaba, porque le daba vergüenza. Eso Lenka tampoco lo entendía, pero así era. Así que mamá se lo contaba todo a Lenka. Le contaba si papá era egoísta, si pasaba de todo, si se iba a vivir la buena vida dejándola a ella con los niños, si andaba con otras... y todo aquello era (obviamente) demasiada información para una enana de 9 años que ni siquiera podía consolar o argumentar. Ni entender tampoco, claro. Cómo que otras??? Qué otras???? Cómo podía papá (el maravilloso) irse con otras teniéndonos a nosotros???? Cómo iba a haber otras donde tenía que estar mamá?????? Quiénes eran aquellas brujas que se lo llevaban?????? Y por qué nadie hacía nada para arreglarlo?????

Mamá metió mucho la pata y dijo cosas muy feas en el calentón del abandono. Papá se iba porque ni su mujer ni sus hijos eran lo bastante como para hacerle feliz. Mamá se sentía fracasada y humillada, y transmitió eso a sus hijos, y les enseñó a chantajear a papá y les dictó las cartas oportunas, y les convirtió en el megáfono de su ira. Así que los niños debían sonreír ante todo el mundo (porque nadie debía saber qué pasaba) y a la vez ayudar a mamá a salvar su matrimonio. Sobre todo Lenka, que era la mayor y el ojito derecho de papá. Lenka tenía que hacer cosas muy confusas: castigar a papá y a la vez seducirle para que volviera. Vigilar a las otras mujeres e informar a mamá. Hacer de cómplice a mamá cuando intentaba maniobras desesperadas, como darle celos a papá con pretendientes inventados que ambas fabricaban. A veces parecía hasta un juego divertido, otras era bastante feo todo.

Lenka acabó enfadada con mamá por sus rarezas y sus palabras feas, con papá que pasaba de todo y con el mundo de los adultos en general, que sólo ponían cara de pena pero no hacían nada. Se volvió muy arisca y huraña, siempre estaba triste o enfadada. (Lo bueno de esto es que el escape eran los libros, algo bueno se sacó del asunto!)

Lenka dijo...

La adolescencia fue mejor/peor, porque Lenka ganó independencia, hizo amigos nuevos y se divertía mucho. Papá hacía de cómplice, mamá intentaba atar corta a su hija-confidente y ella peleaba como una loca porque sólo quería huír del nido y pasarlo bien, sin preocuparse de aquellos líos. Si hubiera podido, Lenka se habría independizado a los 15 años. Era su mayor sueño. Vivir sola y en silencio. A la vez, sentía rabia porque descubría que papá no era perfecto. Y, a la vez, sentía culpa por andar escapando de mamá, que tampoco le parecía tan mala como antes, sólo herida y triste.

Así que aprendió a mediar entre ambos, a intentar gustar a ambos y que no se celaran el uno de la otra. Luego tuvo el flash y comprendió mejor todo. Y con los años comprendió más y más, y medió aún más, y asumió que o bien los mandaba a los dos a la mierda o bien los aceptaba como eran. Les suelta alguna verdad de vez en cuando (con más diplomacia, porque la edad enseña tacto), se resigna a que siempre estará en la trinchera y defiende su espacio como puede, porque quiere vivir su vida tranquila.

Lenka la malabarista!!! Seguro que casi todos los hijos de padres separados me entienden, cada uno con sus matices. Lenka siempre dice su vida fue un infierno hasta los 14, y que a partir de ahí mejoró muy despacio. Que a los 18 tuvo su revelación y a los 29 se encontró por fin y supo lo vampira que se había vuelto, lo ávida, lo desesperada, cómo la habían tullido ciertas cosas y por qué eso jodía todas sus relaciones. Y dijo basta, y aquí anda, arrastrando cosas aún pero más feliz que nunca. No ha ido mal del todo. Creo que el balance es bueno. Pero sí, quedan heridas, cicatrices, dudas, zonas oscuras, malos recuerdos, emociones que se torean como se puede, cargas que siguen pesando y otras que logré tirar por la ventana. No voy del todo mal, ahí seguimos!

Lenka dijo...

Y hasta aquí la versión resumida de Mis Memorias!!!! Desde luego es una osadía que te las haya colgado aquí por todo el morro, Juan, espero que me disculpes la invasión!!!!

Juan dijo...

Por Dios Lenka, no digas eso ni en broma. Para mí es todo un honor.

Chusa, he quedado absolutamente impresionado. Nunca he llegado, ni de cerca, a tal grado de profundidad y conocimiento de los mecanismos que puede disparar un trauma.

Yo no lo he vivido afortunadamente. El mio es de otro tipo, pero si que conozco personas que los han sufrido y ahora los empiezo a entender mejor.

Un trauma, como bien dices, no puede ser la excusa para no gestionar adecuadamente nuestro presente, pero el conocimiento de ese trauma y de las emociones primarias que dispara, ayuda a la superación del mismo.

Es fácil repetir conductas aprendidas o todo lo contrario, irse al otro extremo del péndulo y hacer justo lo contrario. Y al final repetimos con nuestros hijos los traumas que hemos sufrido o al contrario, les creamos traumas distintos por una hiperreacción equivocada: si no nos han protegido, hiperprotegemos.

Por ello es tan importante profundizar en nuestra ira, nuestro dolor, para conseguir mecanismos que nos liberen, que nos hagan actuar y no reaccionar. Que cojamos la rienda de nuestra vida en vez de dejarnos llevar por sentimientos oscuros.

Muchas gracias Chusa

Juan dijo...

Me parece increíble que el odio, el rencor, el resentimiento hacia tu pareja esté por encima del amor hacia tus hijos.

Comprendo lo mal que se puede sentir una persona que es abandonada por su pareja. Comprendo que después de una relación larga pueden quedar muchas heridas abiertas. Entiendo que has creado una ilusión de familia eterna e indestructible y, de buenas a primeras, todo lo que ha cimentado tu vida, que la creías segura como una roca, se destroza en un segundo.

Pero el rencor es un pésimo amigo, tanto para el que lo siente como contra el que va dirigido. Y si malo es para dos adultos, que tienen sus armas, mucho peor es para unos niños, que no tienen forma de defenderse.

Cuando se produce una ruptura y aparece el rencor, dudo mucho que haya habido amor en algún momento. Amor de verdad. Amor generoso. Amor que no espera nada del otro sino que sabe recibir, apreciar y no exigir.

Una ruptura cuando sí ha habido amor de este tipo, conlleva dolor, mucho, no cabe duda, pero ese dolor con el tiempo se puede transformar en algo maravilloso. El amor generoso prepara a los hijos al amor generoso y, si hay ruptura, los hijos lo vivirán como algo natural y como algo natural verán que sus padres vuelven a amar a otras personas. Porque el vínculo de esa familia ha sido única y exclusivamente el amor y una vez se ha terminado, no queda familia y hay que cambiar. Y la búsqueda de un nuevo amor será lo esperado, e incluso aplaudido, por los niños.

Desgraciadamente esto no es lo habitual. Puede más el orgullo herido que el amor.

Muchos hombres no se divorcian de sus mujeres porque, con el sistema judicial actual, temen, y con razón en muchas ocasiones, que pueden perder a sus hijos.

Un abrazo Lenka.

Sra de Zafón dijo...

Entro a sugeriros la lectura de un pequeño gran libro. Quizás sea pretencioso por mi parte recomendaros una lectura que yo ya he hecho pensando que os va ayudar a comprender todo esto mucho más, como me ocurrió a mi, porque quizás vosotros no la necesitéis. Pero después de leeros me vino a la cabeza este libro, porque coincido en gran parte con la visión que tiene esta autora de todo esto que estamos hablando, y porque de repente me encontré repitiendo y citando sus palabras, y me parece absurdo existiendo este libro. Mejor que la leáis a ella.


A Kaken la invito a la lectura porque creo que ahí, desde el principio, encontrará la respuesta a su pregunta (nada tontorrona) y a otras que imagino llevarán rondándole mucho tiempo. Te va a impactar y ayudar mucho, estoy segura.


A Lenka porque leyendo aquí su biografía intuyo que su ancla es más pesada de lo que ella misma se deja saber, y porque está a muy poco de conseguirlo.

A Juan, porque creo que te va a encantar y porque hay un tema surgido desde que leí estas palabras tuyas a Lenka: "¿alguna vez te has sentado con tus padres, juntos o por separado, y les has contado todo lo que sentiste?" Con el que me extendería tanto que tendría que escribir un libro ... que ya está escrito :-)



El libro es "El cuerpo nunca miente", de Alice Miller. Según avanzan los capítulos sacude los cimientos y abre los ojos como pocos.

Si aceptáis la invitación y os apetece incluso os propongo un club de lectura con el que poder ir comentándolo 


Besos a todos

Juan dijo...

Anotado el libro y autora. En cuanto lo tenga me pongo a ello.

Muchas gracias

Kaken dijo...

Estoy más que dispuesta a leer ese libro, gracias, Chusa.
He leído cosas sobre el tema, pero siempre me gusta volver a abordarlo, cada vez aprendo más, lo cual redunda en mi bienestar y el de los míos.
Lo que has escrito aquí sabe a poco, da gusto cuando alguien domina un tema y lo hace accesible.

Y no encuentro para nada pretencioso recomendar un libro que tiene una pinta extraordinaria¡¡

Lenka dijo...

Anotado, Chusa!!!!

De todos modos... ay, cómo explicarlo?? Creo que mi madre amaba de forma generosa, pero ella misma estaba muy sometida por sus propios traumas, que no son pocos. Ni supo asumir, ni manejar, ni gestionar. Por un lado es una de las personas más fuertes que conozco, una mujer que jamás ha necesitado a nadie, independiente, osada, valiente, decidida. Y por otro... cielos. Qué poca autoestima, qué autoflagelación!!!

Mi madre es de esas que vivía presa del qué dirán, asustada como un ratón, convencida de ser inculta e inepta para todo. La razón? No tener estudios, cosa que siempre la ha llenado de vergüenza, porque se empecina en aliar la falta de diplomas con la falta de inteligencia. Es curioso, porque es una mujer de casi 60 años que conduce (muy bien, por cierto), que viaja sola, vive sola, lleva la casa, trabaja, entra, sale, lee, ve pelis y docus, pregunta, debate, hace cursillos y lo mismo te diseña un disfraz de piano que te empalma unos cables. En muchos sentidos es el pasmo de montones de coetáneas suyas, que nunca han sabido hacer ciertas cosas porque las hacían sus maridos. Ella nunca estuvo dispuesta a esperar que el suyo volviera de alta mar para poner un enchufe.

Pero no lo veía! Como él tiene estudios, posee una inteligencia brillante y sabe de casi todo, la inferior era ella siempre. Luego no le pidas al viejo que arregle una lavadora o cambie una rueda, porque no sabe, mientras que ella sí. Años me he tirado convenciéndola de lo mucho que vale, de que pase del resto del mundo, que no se acompleje así. Cuesta, pero lo voy logrando. Voy logrando que entienda que su matrimonio no funcionó, pero que eso no la invalida como mujer ni como persona, no la hace indigna ni fracasada.

Mi madre arrastra sus propios traumas (madre muy sumisa, padre muy hosco y mandón) y ha tenido que encontrar su sitio, su esquema y su voz en medio de lo que se esperaba de ella, peleándose con un entorno conservador que la encorsetaba por un lado y con otro entorno progre que la tachaba de maruja. Mi madre ha sido la madre de Mafalda y le ha pasado lo que a tantas otras que comentábamos aquella vez en mi blog: la lucha entre abrir puertas, poner barrotes en las ventanas, liberarse o no, buscar su lugar, dar la mano y poner zancadillas, verse en la tesitura de demoler sus ideas o no demolerlas. Mi madre es de esas que no necesita a nadie, pero DEBÍA necesitarlo, porque esa era (creía ella) su función en la vida: ser madre y esposa. Y si perdía eso, no era nada, creía ella. Sin eso, fracasaba completamente.

Cuando entendí eso la perdoné, la comprendí y la quise muchísimo más. Y decidí que era mucho mejor convertir mi rencor en solidaridad hacia ella, cambiar las broncas por diálogo, devolverle sus consejos y sus palabras. Ella me educó lo mejor que supo, yo también podía educarla a ella como mejor sabía. Y en ello seguimos ambas, educándonos mutuamente.

La quiero más de lo que puedo expresar. Y creedme (sé que siempre cuesta, que siempre tendemos a pensar que los demás están peor de lo que admiten o pueden ver), no pesa tanto el ancla que llevo. Pesó enormemente, casi me hunde! Pero no, puedo con él. Por la simple razón de que me he empeñado en que puedo, así que puedo. Lo sigo trabajando, porque asumo que igual que soy hipotiroidea y miope soy hija de divorciados. Igual que fui nadadora de niña, fui triste. Así que vivo con todo eso, es parte de mí, aprendo de ello y lo uso como puedo. Aún puedo ponerme la pierna sobre la cabeza porque hice gimnasia rítmica y algo queda de eso. Necesito gafas para ir al cine y me las pongo. Sé que tiendo al pesimismo y me lo trabajo. Conozco mis argucias aprendidas para enmascarar mis miedos y no me las tolero. Identifico las púas de erizo que me coloqué de niña y me las limo. De verdad, manejo esas partes de mí como manejo todas las demás (unos días mejor, otros peor). Y soy feliz. De verdad, palabrita!!!!
;)

Juan dijo...

Se te nota Lenka. Has cambiado mucho, no en las ideas, sino en un equilibrio emocional. Hace algún tiempo te comenté, no sé donde, que parecías otra.

Un trauma infantil no tiene porque ser por un maltrato de los padres, sino simplemente por un error de ellos y ésto, aunque mucho más perdonable, no deja de dejar huella y dar problemas de conductas, miedos, ansiedades, etc. Supongo que serán más fáciles de superar si tu ya cuentas con que tus padres no tenían la más mínima mala intención. Eso debe ayudar mucho.

Lenka dijo...

Es que eso sí que me lo creo firmemente. Lo entendí hace años y al principio no creas que me bastó con eso. Me saltaba la chispa esa rencorosa del "pues da igual, coño, aunque fuera sin mala intención debieron evitarlo, que pa eso son adultos y son mis padres!!!" Pasé tiempo en ese vaivén de entenderlo y no entenderlo.

Luego me cansé de darle vueltas y decidí que sí, sin duda, debieron evitarlo, por adultos, por supuestamente sensatos y por padres. Pero que no lo habían logrado y eso ya no tenía remedio, me pusiera yo como me pusiera. Además, no servía de nada continuar enfadada, así que... recuerdo que me sentí yo como muy estupenda (pa qué negarlo) al decidir que yo SÍ iba a ser racional (más que ellos!!!!) y les iba a perdonar y comprender con mis 18 añitos. Hala.

No lo solucioné todo con eso (ni de lejos, aún me quedaban muchos "traumas" que encajar y lidiar y me llevaría años y paños, y creo que aún sigo en ello con algunos) pero fue un buen principio. Justo entonces fue cuando mi padre exclamó aquello de "mi hija es una adulta" y cuando mi madre dijo lo de "no tenéis idea de cuánto nos enseñáis los hijos a los padres". Entonces dejé de verlo como una especie de carga fastidiosa que me había caído en gracia, me pareció más bien una responsabilidad (la de coeducarnos) bastante lógica y hasta medio grata. Fácil no, pero asumible. Incluso positiva.

Ahora mismo? Ahora las cosas andan torcidas y admito que yo las estoy eludiendo bastante. Sí, claro, son mis padres, les entiendo, les quiero, les apoyo, pero confieso que me tienen harta. Quizá sea sólo una fase, no sé, pero es que estoy tranquila, contenta, feliz con mi vida por primera vez, y lo que menos me apetece es cargar lastres ajenos. Quizá estoy un poco menos tolerante y pienso que ya está bien, joder, que ahora sí que son adultos sin discusión, que areen y me dejen tranquila. Por otro lado me pesa un poco esa responsabilidad que asumí a los 18. No sé. Eso es con lo que estoy peleando ahora. Siento que debería hablarles (sobre todo al viejo, que es el que anda torcido) pero me cuesta. Me cuesta por el miedo infantil de tomar partido (tras años de mediar, de ser neutral, de andar en medio calculando hasta los besos, pa no tener líos), por el hartazgo del tema, por egoísmo puro (con lo bien que estoy ahora, dejadme!!!), por hacer el avestruz, por temor a liarla más...

Ya ves, 32 años y me escondo por primera vez! No sé si hago bien o mal. Son tantos años con el tema que me cuesta pensar. Es como si estuviera esperando a un buen momento. Como si lo fuera a haber!!! Y me siento idiota, porque pienso que quizá un día tengan juntos un nieto y a lo mejor se deciden a enterrar el hacha. O no. O peor, quizá un día tenga que morirse un abuelo (por ejemplo) para que dejen de hacer el anormal y se den otro abrazo, como seres civilizados con dos hijos en común.

Siempre he sido la listilla de las mil soluciones, pero ahora mismo estoy bloqueada. Quizá por todas esas razones, no lo sé. Estoy en blanco y cansada del asunto. Ayns!

Sra de Zafón dijo...

Trozos del libro de Alice Miller para dar pistas:


"El que uno pierda o no todo el contacto con padres no es algo decisivo (en la recuperación)

El proceso de separación, el camino del niño a la edad adulta, se realiza en el interior de las personas. A veces la interrupción del contacto es lo único que puede hacerse para satisfacer las propias necesidades. No obstante, cuando el contacto parezca lleno de sentido, sólo debe darse después de que uno tenga claro lo que está dispuesto a soportar y lo que no, no únicamente después de saber lo que a uno le ha sucedido, sino también después de haber valorado cómo eso le ha afectado y qué consecuencias ha tenido en su vida.
Cada destino es diferente, y la forma externa de las relaciones puede variar de infinitas maneras. Sin embargo, hay una regularidad inamovible:
1. Las viejas heridas sólo podrán cicarizar cuando la antigua víctima haya decido cambiar, cuando quiera respetarse a sí misma, renunciando así a las numerosas expectativas infantiles*

2. Mediante la comprensión y el perdón del niño cuando ya es adulto, los padres no cambian automaticamente; SÓLO ELLOS PUEDEN CAMBIARSE A SÍ MISMOS SÍ QUIEREN.

3.Mientras se niegue el dolor originado por las heridas, alguien, la antigua víctima o sus hijos, pagará el precio con su salud.

*(la necesidad del niño de ser bien amado por sus padres: ...Sentí el dolor del niño que fui... que siempre se dejó utilizar con la esperanza de que algún día todo fuera distinto y me amaran como necesitaba...)

"Con el tiempo mi ira contra mis padres ha disminuido, porque ahora me proporciono a mí misma aquello que necesito y ya no espero que ellos me lo den"

Sigo:

Sra de Zafón dijo...

Lenka, me meto aquí y si quieres me mandas a donde tú quieras, pero es que me retuerzo en el sillón si no te escribo esto.

Te creo muy capaz de librarte del ancla, pero en cada comentario tuyo la veo tan pesada…

También creo que tus "ganas" y tus perezas ya te están contando lo que necesitas, te lo están diciendo bien alto.:

“es que estoy tranquila, contenta, feliz con mi vida por primera vez, y lo que menos me apetece es cargar lastres ajenos. Quizá estoy un poco menos tolerante y pienso que ya está bien, joder, que ahora sí que son adultos sin discusión, que areen y me dejen tranquila." Eso no es esconderse, eso es dejar de tener expectativas infantiles.

Creo que estás a punto de liberarte de las necesidades de la niña utilizada, pero todavía estás pensando que la felicidad de tus padres depende de tí...y eso, creo yo, es uno de los grandes errores que cometemos una y otra vez.

Yo creo que tras el empeño de que nuestros padres "aprendan" se esconde otra necesidad (expectativa) infantil nuestra. A mi me costó un huevo reconocer esto, lo confundía con amor


Ahora , en cambio, creo que ellos han de ser como quieran dejarse ser y nosotros podremos, o no podremos relacionarnos con ellos. Esto dependerá de nuestra capacidad de poner límites y nuestros sentimientos de amor, no de compasión, gratitud, culpa, ilusiones infantiles, fingimientos protocolarios y responsabilidad. Eso no es amor, eso es un batiburrillo con el que a veces despistamos a la culpa, pero que nos jode vivos.



“…madre dijo lo de "no tenéis idea de cuánto nos enseñáis los hijos a los padres". Entonces dejé de verlo como una especie de carga fastidiosa que me había caído en gracia, me pareció más bien una responsabilidad (la de coeducarnos) bastante lógica y hasta medio grata. Fácil no, pero asumible. Incluso positiva.”

"Por otro lado me pesa un poco esa responsabilidad que asumí a los 18”

Tú no asumiste esa responsabilidad, Lenka, esa responsabilidad te la vendió tu madre, y de puta madre, por cierto, lo mismo que te vendía los rollos de hacer jueguecitos de celos con ella.
Seguro que esto te revuelve en tu sillón y ya te digo si quieres mándame a la mierda, pero es que me suena tan conocida tu historia, tanto, tanto…que parece la mía y la de unos cuantos...

Besos

Lenka dijo...

No creo tener ya expectativas infantiles. Mi infancia está rota y perdida, y no puedo recuperarla. El daño que me hicieron entonces es irreparable. Lo único que se puede hacer es pasar página, vivir a partir de ya, reconstruirse ahora. En eso estoy desde hace años pero no hace mucho que creo estarlo consiguiendo. Porque si bien a los 18 creí entender muchas cosas, no fue hasta los 27 (más o menos) que empecé a darme cuenta de que no podía escudarme siempre en el "soy así porque me hicieron daño mis padres". Que no quería hacerlo más.

Y que sí, claro, seguramente muchas cosas (inseguridad, ira, necesidad casi yonki de ser amada, miedos varios) eran la consecuencia de aquello, pero se podían cambiar. Podía deducir que la ira era fruto de un trauma infantil, pero no bastaba. Y? Sientes ira y puede que sea por eso. Bien. Deja de sentirla. Cámbiala por otra cosa. No te quedes en eso como si la ira fuera el color de tus ojos, una cosa inamovible. No lo es y lo sabes. Quizá la ira la "heredaste" de tus padres, pero debes aprender a gestionarla o deshacerte de ella. Porque ahora es tuya y de nadie más. Asúmela. (Y así con todo)

Creo que mis expectativas actuales son adultas: vivir mi vida feliz y tranquila. Eso me supone que el tiempo con mis padres ha de ser "por separado". Bien, es lo que hay. Me apena lo borricos que son entre ellos, pero me he cansado de intervenir. Siento que tengo pendiente opinar (sólo opinar), pero no tengo ganas de arreglarlo ni creo que sea mi deber. Es que paso, estoy harta ya. Ser educados y civilizados es cosa de ellos. La relación que decidan llevar es cosa suya, no mía. Llegué a sentirme culpable por no hacer algo, por no "actuar", pero es que realmente no quiero hacerlo. Creo que este bloqueo que siento, este cansancio, es un automensaje de: "ya basta, no es cosa tuya, ponte firme y que te dejen vivir". Siento deseos de decirle a mi padre lo que pienso (mi madre ya lo sabe) pero no de intervenir. Ya no. Suficiente. Por supuesto que me apena el mal rollo que se traen, pero no estoy dispuesta a seguir hipotecando mi salud mental.

Respecto a lo de coeducarse... es que es distinto a lo que crees, me parece. A mí me gusta sentarme con mi madre y decirle que no tiene por qué acobardarse ante el abuelo, ni dar explicaciones a sus 59 tacos. Que es válida, que es estupenda, que haga lo que desee hacer sin preocuparse de lo que espere nadie de ella. A ese tipo de cosas me refiero y ese tipo de cosas son las que ella resume con un "cuánto nos enseñáis los hijos". Mi madre me vendió muchas motos y me hizo mucho daño cuando yo no podía defenderme, pero desde que a los 18 le dije cómo me sentía jamás ha vuelto a pedirme aquello de "habla con tu padre". Nunca. Por dolida que se sienta (de nuevo) con la actitud de él ya no nos inmiscuye en eso. Y sigue repitiéndonos lo de "bueno, es tu padre, lo normal es que le llames, le veas, esto no va contigo". Hace muchos años que no me siento chantajeada por ella en ese sentido. Ahora mismo estoy más incómoda con él, francamente, y por eso tengo la sensación de que necesitamos aclarar cosas. Pero entre él y yo.

Kaken dijo...

Aunque me hallo en un estado semi-histérico por llevar dos días casi sin nicotina, reconozco que pienso de la misma manera que tu, Chusa.
Y estoy segura de que tus comentarios, a la larga o a la corta, pueden ser bien aprovechados.
Y no sólo por Lenka, ya me encargo yo de asumirlos para mí a ver que encuentro.

Lenka dijo...

(Sigo)

Porque resulta que la tortilla ha dado montones de vueltas. Primero él era el malo, porque se fue. Muy simple. Mamá era la buena por quedarse y se entró en aquella trinchera terrible de castigar a papá, por malo. Luego, como suele pasar en estos casos, papá no era tan malo ni mamá tan buena, y los niños empezamos a pelear por nuestro derecho a querer a papá, verle, estar con él. Y mamá se defendió como leona panza arriba, y no entendíamos nada. Y al entenderlo le dijimos que ella no iba a perder nada, que siempre sería nuestra madre, que la queríamos, pero que (por dios santo!) eso no excluía quererle a él también.

Llegó la catarsis, los perdones, empezaron a llevarse muy muy bien (y se notaba el buen rollo, la confianza, daba gusto) y los niños (adolescentes entonces) sintieron que tenían que compensar a papá por los años en que había sido el malo, y no descuidar a mamá para que quedara claro que estaba perdonada. Era un principio, claro, había que pulirlo. Con los años aprendimos que no había nada que compensar, ni nada que no descuidar, sólo había un padre y una madre y se les podía querer a ambos. Y listo.

Como llegó de nuevo la guerra, nos desubicamos otra vez. Nadie nos pidió que tomáramos partido, pero nos sentimos obligados a ello (ah, las culpas infantiles) hasta que por fin decidimos que no, ni hablar, otra vez no. Curiosamente, en este caso mi hermano siente que papá tiene razón. Yo creo que la tiene mi madre. Y eso ha provocado una cierta distancia. No es que se note mucho porque mi hermano es tan despegado como siempre, mi padre va a su bola como siempre y yo mantengo mis rutinas también. Pero sí, estoy distante con mi padre, más que antes. Y me gustaría hablar con él para decirle que no es porque crea que mamá tiene razón (eso es mi opinión, nada más), ya que con razón o sin ella puedo quererle a él lo mismo. Es porque él siempre ha ido a su puta bola y a eso nos acostumbró a sus hijos. Y si ahora está jubilado y ocioso, pues vaya, lo siento, pero no me sale cambiar mi vida para entretenerle. Es que mamá llama a diario, y yo a ella. Y de él sabemos que anda por ahí, como siempre. Así que me china un poco que a estas alturas se las dé de padre solícito y de "siempre tengo que llamar yo". Chico, aclárate. No puedes pretender recoger ahora lo que nunca te preocupaste de sembrar. Llevas 30 años siendo un padre colega itinerante de ratos sueltos. Aprendí a vivir sin ti, qué me pides ahora??

Intuyo que siente algo así como celos de mi madre. No lo sé. No le pega nada, pero a saber. Será la edad. Y trata de hacer comentarios "chistosillos" sobre "la bruja" (que es mi madre) y que le pegan aún menos, que me dejan boquiabierta y que no le quiero permitir, al menos delante de mí. Es decir, mi problema ahora es que todo está del revés. Y que tengo que encajarlo y ponerlo en su sitio, lo que me atañe, lo que me afecta, lo que quiero o no quiero consentir. La novedad es esa, que hace años tuve que "zanjar" a mamá y ambas recompusimos nuestra relación (y me encanta cómo es ahora) pero siento que ahora tengo esa misma cosa pendiente con mi padre, cuando yo pensaba que por ese lado todo estaba bien.

En fin, esto es un rollo, pero es que resulta muy complejo de explicar. Siento que tengo un cajón desordenado y que debo ordenarlo por mi propia tranquilidad mental, pero de momento lo estoy evitando por ese cansancio mío, porque lo estoy viviendo como "diooooos, otra vez!!!" No sé si se entiende, a mí misma me cuesta un poco entenderlo.

(Madre mía, Juan, esto ya es una okupación en toda regla!!!!)

Juan dijo...

Pues a mí me da la impresión que aún no lo tienes del todo superado. Lo tienes muy controlado, sí, pero todavía duele.

Creo que aún no eres capaz de independizar por completo a tu padre y a tu madre. De tener una relación con cada uno de ellos sin que el otro esté presente de alguna forma. Y me da la impresión que, para conseguirlo, les tienes que poner límites.

No sé si me estoy explicando. Es como si tu padre no conociera de nada a tu madre y viceversa. Tendrías una relación independiente con cada uno de ellos, sin interferencias de ningún tipo.

Ellos decidieron en su día, con todo el derecho del mundo, que no querían estar juntos. Pues esa decisión es sólo suya y sólo suya debe ser el tipo de relación que mantengan entre ellos. Que se llevan bien, estupendo PARA ELLOS, que se llevan a matar, peor PARA ELLOS. Pero no debe de salir del círculo de la relación entre dos personas adultas. Sus desavenencias no deben salpicar a nadie más, mucho menos a sus hijos.

Cuando uno de mis hijos ha faltado al respeto a otro de mis hijos, siempre les he dejado claro que no lo consentía porque habían insultado a mi hijo.

Pues algo parecido: dejar claro a ambos que no consientes que en tu presencia se insulte a tu madre o a tu padre. Que las tonterías que quieran hacer entre ellos, es cosa suya y, que si quieren ser infantiles entre ellos, es su problema y tú no tienes porqué soportar ni escuchar nada. Algo así como: "mira mamá, de TU exmarido, no quiero saber nada, es TU problema, yo no conozco ni quiero saber nada de tu ex" y viceversa. A esto me refiero con independizarlos. Que sus querellas no tengan la más mínima incidencia en tu vida.

Es una forma muy positiva de ser egoísta.

Sra de Zafón dijo...

Buenas noches a los tres
Menuda parrafada tenemos montada en tu casa, Juan, pero a ti se te ve muy cómodo así que sigo :-)

Lenka, Cuando hablo de expectativas infantiles me refiero a que muchas veces seguimos albergando la ilusión ,de modo insconsciente,de que nuestros padres sean el modelo que deseábamos cuando éramos pequeños, (cuando aún no sabíamos decirlo, pero lo necesitábamos tanto): amables, respetuosos, justos, cariñosos…y aún sabiendo que no fue así, y que no son así, aún aprendiendo a proteger a la niña que llevamos dentro, seguimos necesitando verlos así. Pero además, muchas veces, necesitamos sentirnos sus salvadores, educadores, etc. ( y eso, incluso, a veces, lo extrapolamos a el resto de las relaciones) A eso, en este caso, llamo expectativas infantiles.
No creo que pienses que tienen a ser como tú quieres, pero…pienso que crees que pueden ser mejores gracias a ti, y eso me parece una ilusión o expectativa infantil, fruto de una necesidad de amor que no han podido satisfacerte y que sigue ahí.
Necesitas educarles, salvarles…ya que ellos no han sabido, pero quizás si tu sabes puedas conseguir ese amor… No lo haces de forma consciente, no eso siempre lo envolvemos de racionalida, pero ahí está.
Esto el lo que percibo desde este lado, no se si será así.Evidentemente yo no lo sé, y puedo estar patinando mucho, solo te cuento lo que veo desde aquí, por si te sirve mi manera de ver lo que dices con palabras.

Cuentas que tu padre está como está... pues yo le dejaría estar como quiera, y sequiría con mi vida. Si quiere algo de ti que te lo pida, con claridad, sin juegos y tú decidirás si se lo quieres dar. Él es el único capaz de hacerse feliz, y por lo que has contado de él se sabe buscar la vida muy bien. Tú puedes querer acompañarle más o menos, relacionarte amable y dulcemente con él, pero no debes consentirle que te haga hablar un idioma que no es el tuyo. Y de nuevo te digo que me mandes a donde te apetezca por semejante osadía.

Lo que dice Juan sobre los límitesm lo veo igual que él.

A Kaken le digo que no se deje liar por sus receptores nicotínicos, son listísimos lo muy lajftxlanes, te contarán un montón de películas a la oreja para que les creas, pero tú piensa que son hombres que no te convienen (por cretinos :-) o sirenas malvadas que te quieren llevar con ellas ¿qué ibas a hacer tú sin tu peña? jajajjaaja, en serio, personalizar al enemigo a mí me ha dado mucho resultado.

Yo dejé de fumar como quien deja a un mal marido :-) me costó muuuuucho, pero lo conseguí :-)
Besos a los tres.

Lenka dijo...

De verdad pensáis que esto puede dejar de doler alguna vez? A mí no me duele hoy lo que me hicieron. Me apena que me jodieran la infancia. Como le seguirá apenando a mi hermano que su mejor amigo de la niñez muriera a los nueve años. Vives con esas cosas, las superas (sí, las superas) pero las emociones no se matan, así que afloran (aunque atenuadas) cuando lo recuerdas. Ya está, no pasa nada. No te quedas traumado para siempre, ni bloqueado por los siglos. Y sí, hasta logras (si te empeñas y te lo curras) superar las partes que se te malformaron. Te rehabilitas. Yo ya no soy triste, ni iracunda, ni rencorosa, ni desgraciada. Amo mi vida, me amo a mí y creo poder afirmar que estoy bien, que soy feliz y que me lo he ganado a pulso con mucho esfuerzo y mucho dolor.

Jamás he aceptado diagnósticos al respecto, es cierto. Porque no estoy dispuesta a creer que voy a ser toda mi vida aquella niña triste que fui. Ni hablar. Fui esa niña y arrastré muchas cosas por ello, pero las he soltado. Todas las que he visto, las he soltado. Que resulta que, además, me gusta el color negro por lo triste que fui? No lo sé, ni me importa, ni tengo ganas de analizarlo. No creo que el color negro me incapacite ni me influya para nada, es un color y me gusta. Que me gusta escribir porque fui triste y solitaria? Quizá. Qué más da, si de escribir saco cosas buenas y me encanta? No necesito llegar a la raíz ni a las consecuencias de todo, sería muy cansado y nunca tendría la certeza de estar atinando o dando palos de ciego. Cuánto es consecuencia de lo que viví? Hasta dónde? Cómo de hondo tengo que cavar? Cuántas cosas he de cambiar o desechar? No lo sé ni creo que lo supiera el mejor psiquiatra.

Lo que sé es lo que siento yo ahora y eso me vale. Si algo me incomoda intento gestionarlo, si preciso ayuda con algo la pido. Ahora mismo no noto atisbos de trauma ni de anclas. Me siento bien, me siento realmente bien por primera vez desde que tengo uso de razón. Eso me basta.

No quiero salvar a mis padres de nada, ni mejorarlos. Hace años que asumí cómo son y lo acepté. Les quiero como son. Que preferiría que se llevaran bien? Sin duda. Y un buen trabajo bien pagado, y un piso más grande, y la paz mundial. Pero las cosas son como son. Les trato de manera independiente y gestiono con ellos lo que me atañe, nuestra relación. Por eso no creo tener nada pendiente con mamá (todo está bien hace años) y sí con él, porque él está actuando (ante mí) de manera que no me gusta en ciertas cosas. Y me he estado callando por cansancio, pero no me siento cómoda con ese silencio. Esa es una cuestión que quiero abordar, yo, en primera persona. No se trata de "llévate bien con mi madre" (es su problema), se trata de "respétala delante de mí". Nada más. Claro que me gustaría que se llevaran bien (qué hijo prefiere que sus padres se detesten???) pero tengo muy claro que no es mi problema ni pienso consentir que me involucren en sus cosas.

Quiero mi vida, la exijo, me la he ganado, me la merezco y no estoy dispuesta a que me la enturbien. No, ya estoy muy curtida como para caer de nuevo en bandos, y lo mismo me da que me intenten meter a sabiendas, inconscientemente, o como sea. Tengo pendiente una charla con mi padre, pero es por cómo está actuando conmigo (como hija suya) o frente a mí (respecto a mi madre). Quiero poner límites en lo que me afecta directamente. Respecto a lo demás, no es mi guerra. Hace mucho que ya no lo es. Deserté.

Juan dijo...

Lo de educar a los padres, Chusa, siempre he pensado lo contrario. Que se podía y debía educar a los padres. Ahora, después de leerte, ya no lo tengo nada claro.

Creo que muchas personas (casi todos) cambiamos cuando tienen hijos, pero los hijos no tienen nada que ver con ese cambio. Es un proceso personal. Es como si te volvieras más "responsable", menos egoísta. Te sientes menos el ombligo del mundo. Es como si de golpe, por el simple hecho de estar ante un ser diminuto, con sus manitas, boquita, sus ojos mirándote (y ni eso al principio), maduraras de pronto. No sé si me explico.

Y en estos cambios nada tiene que ver el niño en sí, sino unos sentimientos nuevos que encuentras en tu interior.

Conforme van siendo mayores tienes que aprender a gestionar una relación que es completamente diferente a las que tenías previamente con cualquier otra persona, incluída tu pareja.

Se les quiere tanto (generalizo, aunque sé que no siempre es así) que ese enorme amor nos puede llevar a gravísimas equivocaciones, hechas por lo mucho que les quieres o por los muchos miedos que tienes ante la pérdida.

Pero también nos podemos equivocar por un gran orgullo, y no por amor. Oigo a muchas personas, y me echo a temblar cuando lo oigo: "yo, que soy la madre que lo parió, sé perfectamente lo que es mejor para mi hijo." Por supuesto también es aplicable al padre. Y que frecuente es esto, Dios mío. Les tienen el camino perfectamente marcado desde que nacen. Y cuando se tuercen del camino trazado, vienen los reproches, y sucede que no te gustan tus hijos, aunque los quieras hasta morir. Y la relación se hace imposible y sólo hay reproches en donde debería haber apoyo y cariño.

Pues a lo que iba, pensaba que los padres podían ser educados por los hijos, en el sentido que les debían poner límites y exigir respeto por las decisiones que tomaban con sus vidas.

Sra de Zafón dijo...

Lenka, te dejo en paz, ya, tú lo dices muy bien, “si quiero ayuda la pido”, pero como estamos en casa de Juan, de modo distendido y relajado, aún
me atrevo a comentar una frase tuya sobre diagnósticos. Lo demás lo dejo ya.

“Jamás he aceptado diagnósticos al respecto, es cierto. Porque no estoy dispuesta a creer que voy a ser toda mi vida aquella niña triste que fui. Ni hablar.”

Los diagnósticos no tienen que servir para que nos quedemos anclados, si no todo lo contrario, es como si te diagnostican deficiencia de hierro y dices que no aceptas el diagnóstico porque q no estás dispuesta a seguir agotada y sin fuerzas toda la vida. Lo que habrá que hacer, ahora, en el presente, es ser consciente de que te hacen falta morcilla y naranjas. Algo que creo que tú ya estás haciendo.

Con mis comentarios sólo intenté mostrarte que muchos argumentos (pensamientos) están montados sobre unos cimientos que no tienen porque ser válidos. El amor a los padres no es obligatorio, aunque lo hayamos necesitado tanto. Pero aún habiendo amor de verdad, (no obligación, gratitud, necesidad de sentirnos aceptados, etc) siempre debemos actuar cuando una emoción (hablo del presente) nos está asaltando.
Las emociones son lo más básico que tenemos, pero también lo más verdadero, ellas no nos mienten. Y las reacciones que estas provocan en nuestro cuerpo son la amplificación de esa señal, para que nos enteremos de modo consciente.


Lo dejo aquí, y te mando un beso.

Sra de Zafón dijo...

Juan, tienes toda la razón del mundo.

Uno va aprendiendo de si mismo en contacto con los demás, a veces aprendemos mucho y muy bien, y otras nos pueden la moral establecida, la cultura, las necesidad de que los demás cubran nuestras carencias, y los miedos.

Muchos padres han machacado (y machacan) literalmente a sus hijos, con toda la buena voluntad, para que sean su prolongación, para sentirse orgullosos, e incluso para que se ocupen de todas sus necesidades, física y afectivas. Como ellos creen que hicieron por sus hijos.
Cuántas veces has escuchado “si hago … se muere mi madre o mi padre”. Si dejo tal o cual carrera. Si me voy a vivir con mi novio. Si me compro una moto. Si me voy a pasar las navidades con mis amigos, etc.”
Cuántas personas viven intentando cubrir las demandas de sus padres en vez de relacionándose con ellos con libertad. Cuántas trasladan esa obligación (teñida de respeto, responsabilidad, moralidad, etc.) al resto de sus relaciones.
Nos enseñan a trapichear con nuestras propias ganas, primero están los demás, (o sea ellos) y luego nosotros, y además en cuanto queremos hacer algo por nosotros mismos, que no esté dentro de sus planes, ya nos asalta la culpa que nos han inculcado.


El caso es que tenemos tan asumida la deuda, tan imbricada en nuestros sentimientos, que fabricamos pensamientos, voluntariamente, para poder rechazar las emociones que nos están avisando que vamos contra nosotros mismos.
La ira por nuestros padres, nos llega a parecer pecado, si somos creyentes, y maldad, inmadurez, o algo no digno de nosotros, si no tenemos una religión a la que asirnos. Y la ira es una respuesta a un acontecimiento (o previsión de acontecimiento) negativo que contradice un deseo. Nuestros padres, mientras nos educan, contradicen muchos de nuestros deseos, y eso de niños solemos asumirlo como aprendizaje. Es más, de la gestión de esa ira, dependerá nuestra tolerancia a la frustración y por tanto nuestra felicidad, pero de adultos, cuando ya nos consideramos autónomos para decidir sobre como queremos vivir nuestra propia vida, y capaces para discernir lo que nos parece justo e injusto que nos pidan, el sentirla debe servirnos como señal para actuar en consecuencia. Algo tan simple como mirar hacia nuestras tripas y decir “esto (lo que me están exigiendo, negando, etc,) me cabrea y no me da la gana de consentirlo”. Y no vivir esa ira como algo malo que estamos siendo (nos enseñaron que la ira es malísima) porque entonces la bola de nieve ya está servida: Tengo ira, soy iracunda, soy inmadura, indigna…

Sigo

Sra de Zafón dijo...

Mirar hacia la ira a ver que nos cuenta, todos sabemos cuando empieza y qué la provoca. La gran putada es irla acumulando.
Por un lado está la emoción que creemos negativa, y por otro la necesidad o el hambre de encontrar en un nuestros padres el reconocimiento y el cariño que seguimos necesitando obtener de ellos.
Pero las relaciones sanas y amorosas entre padres e hijos, solo se dan entre padres que no atan lanzando culpas, o proyectando expectativas, e hijos que no sienten obligaciones de salvarles. Ahí, sí es posible la coeducación, Juan. Porque un padre que deja crecer sin sembrar deudas, está creciendo y aprendiendo de verdad, no se queda instalado en su verdad y manera de ver las cosas.
Desde la obligación o la necesidad de ser aceptado no puedes ayudar a crecer a nadie, pero es que además sólo crece quien quiera hacerlo, por muchos intentos que tú hagas.

Esto es generalizando mucho, y sin pensar en malos tratos, abusos, o manipulaciones, no, sólo en padres normales y corrientes, “honestos, decentes y con buenas intenciones”, porque si hablamos de malos tratos, abusos, humillaciones, o manipulaciones, ya la cosa se pone mucho más chunga.
En estos casos lo primordial es que el adulto que los haya sufrido sea capaz de revivir todas las emociones que le estaban prohibidas, el odio, el miedo, el dolor, etc, y acoger las emociones del niño que fue a la vez que alguien le acompaña a acoger todas esas emociones como sanas y naturales. Sólo así, podrá quitarles el peso de ser algo malo y digerirlas. Y esto no tiene por que llevar, necesariamente, al perdón o al amor, si no estamos de nuevo reprimiendo.
De lo que se trata es de consentirnos las emociones y saber que hacer con ellas, para nuestro bien, no para el de los que nos han proferido el daño, voluntario o involuntario. Y sobre todo saber que tal o cual comportamientos en nuestros viejos, seguirán jodiéndonos vivos, con lo cual exigirles con claridad que o cesan o dejará de haber relación con ellos.
Pero yo a esto, no lo llamaría ni educación ni crecimiento, para mí es un simple pacto, si quieres bien y si no te deseo lo mejor pero fuera de mi vida, porque esto no puede medirse con las normas de una contabilidad si no con las de las relaciones personales: gratuitas y libres.



Bueno, creo que ya dejo el tema, porque me siento un poco terapeuta de más, y es algo que me juré no hacer por bastante tiempo :-) y estoy sintiendo una emoción extraña que tengo que identificar ahora mismo :-)...con un redesayuno. Mucho me molan los sábados y los redesayunos.

Besos de vaca, me vuelvo al prado.

Sra de Zafón dijo...

Kaken ¿cómo van los receptoresnicotínicos esos que te están acosando?
Mi niño me los dibujo como monstruos y me los enseñaba cada vez que me ponía de mal humor, jajajajajaa y me decía con voz de hipnotizador: recuerda no eres tu, son ellos, jajajajajaja.

Besos

Lenka dijo...

La cuestión no es que me niegue a asumir qué soy, ni qué influyó en que sea así, ni cómo eso me afecta, me limita o incluso me impulsa. La cuestión es que me niego a que eso sea para siempre jamás e inmutable. No lo es. No quiero pasarme la vida oyendo que soy así o asá porque mis padres se divorciaron allá por el 87. No quiero que cada mal día, cada disgusto, cada tristeza, cada cabreo, cada cosa negativa que me ocurra (y que, joder, le ocurre a todo dios alguna vez) provoque un asentimiento general y un "es normal, claro, aún arrastra esto y aquello".

Es como llevar una marca indeleble que te niegue la recuperación, la reinserción, la normalidad. Es como ser alcohólica. Ya nunca podrás beber alcochol en tu vida. Lo cojonudo del asunto es que, encima, llevas esa marca por algo que otros hicieron. Yo no niego los efectos y las consecuencias de haber tenido una infancia desgraciada, no niego cómo esa realidad me ha ido construyendo para bien y para mal. Somos lo que vivimos. Lo que me niego a aceptar es que cada vez que me sienta triste, frustrada o rabiosa se deba a algo que no superé.

Creo sinceramente que entablaba relaciones poco sanas con los hombres por cosas que malaprendí de niña. Bien. Lo entendí así, lo identifiqué, lo analicé y lo cambié. Ya está. Superada esa parte. Que siempre me quedará un poso de inseguridad? Cuento con ello. Pero lo peleo cada día y me alegra decir que lo tengo controlado. Que no me afecta ya en mi vida personal, no me bloquea ni me incapacita. Puedo llamarlo defecto, consecuencia de, trauma o lo que sea. En cualquier caso, ya es parte de mí. Ambas cosas. La inseguridad y la capacidad de afrontarla. Porque es que aprendí ambas cosas, la una (mala) y la otra (mejor). Que no habría sido insegura sin el divorcio de mis padres? Quizá, pero conozco a miles de personas inseguras con padres felizmente casados, así que... nunca se sabe. Personas incluso que no han aprendido a gestionar esa inseguridad, mientras que yo sí.

No tengo idea de cuánto de lo que soy es consecuencia de lo que sufrí de niña (triste, malhablada, colérica, soñadora, lectora compulsiva, fumadora irredenta, ensimismada, perezosa, charlatana, huidiza, aficionada a escribir, amante de las pelis en blanco y negro, educadora por vocación...) Alguien es capaz de clasificar de dónde salen todas sus virtudes y taras, todos sus miedos y sus habilidades?? No lo creo. Y es que, además, no tenemos tiempo para averiguarlo, porque vivimos.

Yo prefiero vivir, francamente. Me gusta analizarme, meditarme, me siento bien cuando creo descubrir por qué soy así o asá, y decidir si eso me gusta o no, o cómo puedo cambiarlo, mejorarlo o destruirlo. Y lo hago. Me gusta crecer. Pero no estoy dispuesta a pasarme la vida buceando en mis entretelas a ver qué saco. Sobre todo cuando me siento bien y tranquila. Será porque ya no hay nada que sacar, o será porque está tan hondo que ni me entero. Sea como sea, me vale. Si no hay más, genial. Si hay más, ya saldrá y lo notaré. O no saldrá, así que para qué preocuparse?

En cualquier caso, mi vida es hoy y ahora. Y yo soy esta, ahora mismo. Con mis virtudes y taras. Quizá soy melancólica por algo que me pasó a los nueve años, pero como tengo 32 lo gestiono y lo manejo hoy, con las armas de hoy, con lo que soy hoy. Porque quizá sea útil saber (si es que se puede SABER) que la causa fue aquella, pero en realidad... ya no tengo nueve años ni los tendré jamás. Aquello no puedo cambiarlo. Puedo cambiar el ahora y eso hago.

Lenka dijo...

Si Manu me deja lo pasaré mal, seguro, y tendré que enfrentarlo y superarlo con lo que soy hoy. Y estaré triste porque me dejó mi novio, no porque mis padres se divorciaron en el 87 y aún está saliendo el tema por mis poros. Quizá en mi modo de enfrentarlo se pudiera deducir si lo encaro así o asá por esto o aquello, pero es que es igual. Esto es ahora, esta soy yo, estas son mis armas, me las he currado y confío en ellas. Si Manu me deja, me dejará a mí, la de hoy, la de 32 años. No a la niña triste de 9 cuyos padres discutían. Puede que conserve cosas de aquella niña, pero también las conservo de la que se mataba de risa en los campamentos de verano.

Seguramente muchas de mis ideas se basan en cimientos no válidos. Supongo que ni más ni menos que las ideas de cualquiera. Lo que tengo claro es lo que siento yo, ahora. Si me descubro un ancla, la tiro. Si no me la descubro deduzco que, o no la hay, o no me molesta, por mucho que se empeñen los demás. Me sublevo cuando oigo discutir a una pareja. Eso es porque mis padres discutían? Seguramente. Significa eso que no lo he superado? Desde el momento en que puedo con ello, actúo y no me quedo bloqueada, lo siento, pero no, no significa eso. Me molestará toda la vida como me molesta que la peña hable a gritos por el móvil (y en el 87 no los había). Me niego a pasarme la vida palpándome en busca de anclas y traumas. Me niego a relacionarlo todo con el divorcio de mis padres, porque eso sí que sería bloquearse para siempre. Y respecto a lo que yo misma (yo) relaciono directamente con el divorcio, me niego a que nadie me diga si lo he superado o no, porque creo que sólo yo puedo saberlo.

Yo no soy "Lenka-hija-de-padres-divorciados". Soy Lenka y mis padres están divorciados, ni más ni menos.

(Aclaración: digo todo esto sin el menor atisbo de malestar, aunque pueda parecerlo por la vehemencia que me caractiza, ya sabéis, mi estilo superferolítico de predicadora en el desierto. Y añado: digo todo esto siendo muy consciente de que ocho de cada diez personas que me escucharan pensarían automáticamente: "uf, mírala cómo salta... es obvio que, diga lo que diga, no lo ha superado". Pero con eso ya cuento, es otra de las cosas que tengo asumidas. Que la marca no se borra y que, para muchos, seré "alcohólica" toda mi vida).

Juan dijo...

Vamos a ver Lenka, un diagnóstico sólo es, cuando es correcto, una llamada de atención. Una oportunidad para encontrar la raíz de un problema y así poderlo solucionar.

Cuando manipulamos y nos amparamos en un diagnóstico para no cambiar nada y tener una patente de corso para seguir haciendo mal las cosas, es muy negativo. Pero lo malo no es el diagnóstico en sí, sino la manipulación que hacemos del mismo. Convertimos el diagnóstico (una oportunidad para cambiar) en etiqueta (una excusa para no cambiar).

En todo el tiempo que te conozco, si algo te caracteriza, es que huyes de etiquetas y buscas diagnósticos, oportunidades de mejorar y crecer. En varias ocasiones te he dicho que eres una de las personas más honestas que conozco. Y eso se debe a que eres sobre todo honesta contigo misma. Huyes del engaño (honesta con los demás) y del autoengaño (honesta contigo misma). Y en cuanto eres consciente de algún lastre, pones manos a la obra para hacerlo desaparecer.

Tanto a Chusa, como a Kaken y como a mí mismo, nos da la impresión (ojo, impresión desde lejos, que podemos estar muy equivocados) que aún no has resuelto algún fleco. Que estás casi a punto, pero aún no has conseguido resolver al 100% tus relaciones con tus padres. Y para nada veo intención alguna en Chusa, o en mí mismo, de etiquetarte como traumatizada por el divorcio de los padres.

Te cuento mi experiencia. Mi padre fue maravilloso conmigo hasta los 16-18 años. Tuve la enorme suerte que me dotó, con su cariño y su apoyo, de herramientas para conseguir lo que llamo indiferencia (esta palabra no me gusta, porque no es la adecuada, quizás resiliencia, como expone Chusa, se le acerque más). Aprendí a que yo no puedo controlar lo que los demás hacen pero sí puedo decidir en como me afecta a mí lo que los demás hacen dicen o piensan.

Kaken dijo...

Me ha encantado lo de tu hijo, Chusa, implica muchas cosas y todas ellas muy positivas y muy bonitas.
Estoy en recaída desde esta tarde, pero me quedo con la experiencia, ahora sé a lo que me enfrento y si lo le logrado casi cinco días, lo conseguiré.

También me vengo riendo estos días de mí misma, solté una frase,algo así como que "a veces los hijos tenemos que educar a los padres", de la que ahora me mondo¡¡
Después de leer a Chusa, he llegado a otras conclusiones que aún no tengo del todo estructuradas.
Los educadores son siempre los padres como responsables de sus hijos hasta que éstos maduren.
Los hijos hacia los padres no tiene más "deber" que el amor que ellos hayan sabido generar. Y sólo son responsables de hacerse respetar, no de educar a los padres, si no de ser asertivos como para garantizar que son, como mínimo, respetados en su integridad.
Lo cual nadie dice que sea fácil.

Cuando yo me situaba en el plano de educar o corregir a mis padres, estaba echando a mis espaldas un lastre creado por mi misma y que seguramente me hundirá de uno u otro modo.
Yo soy como soy, mis padres son como son, si quiero una relacción sana con ellos pasa por ser asertiva, punto.
También me he dado cuenta de que esta actitud presupone lo que no me gusta recibir de ellos: rechazo. expectativa de que sean de otra forma.

Tendré que empezar a revisar mi nivel de asertividad para con ellos, mi nivel de vulnerabilidad ante sus actos y reforzarme en mi personalidad, de forma sincera y tranquila, perdiendo la actitud de estar siempre "a la defensiva".

¿Cuando podemos considerar que un trauma está superado?
Lo ví muy claro con la frase de Chusa que cité más arriba: cuando las emociones se transforman y ya no hieren, o no lo hacen desde el mismo prisma ni sus consecuencias son las mismas.

Si evoco recuerdos pasados y siempre me devuelven las mismas emociones, es que hay algo que no he cambiado todavía, algo más por hacer me queda seguro.

Yo creo que nadie aquí te dice lo que tienes que hacer, Lenka :-)
Simplemente, nos haces el honor de contarnos cosas y opinamos al respecto siempre teniendo en cuenta que nos podemos equivocar y que la última palabra la tienes tú.
Por pura curiosidad, te pido que hagas una cosa y me cuentes si ocurre algo: lee en voz alta, para tí pero en voz alta, cualquiera de los post que has escrito aquí, ¿me harás ese favor?

Gracias a todos por estos ratos tan interesantes, bes¡¡

Juan dijo...

Sigo.

Pues mi padre, que era una persona extremadamente orgullosa, a partir de mis 18 años, empezó a intentar machacarme, ninguneando mis logros. Había una tremenda envidia hacia su hijo. Por una parte, estaba orgullosísimo de mí (y así se lo hacía saber a todo el mundo), pero ante mí todo eran reproches, continuamente me intentaba hacer ver que si él hubiera tenido las mismas oportunidades que yo, habría sido, como mínimo, tan bueno como yo. No había nada que yo hiciera, que el le diera importancia pues él seguro que lo habría conseguido de haber tenido los mismos medios que yo. Al final, al revés de lo que pasa muchas veces, en vez de ser el hijo el que hubiera querido ser como su padre, se dió la circunstancia inversa, un padre que hubiera querido ser como su hijo y su orgullo le impedía gestionar bien esa ira que sentía en su interior.

Pero NO ME AFECTÓ. Kaken no entendía porqué me comportaba como lo hacía. Y lo que hacía era: indiferencia. No me afectaba en absoluto lo que él decía, porque sabía el origen de su ira y lo único que hacía era no contestar, que se comiera su ira él sólo. No aceptaba su ira y no me influía en mi vida ni en mis emociones. Decidí no controlar SUS emociones pero también decidí que no me afectara.

Podría haber reaccionado ante sus desaires, pero eso me hubiera afectado, porque lo quería. Y reaccionar no es el método que me ha hecho más feliz. Lo mío, es la acción mía no la acción de los demás. La reacción posterior a esas acciones de los demás que no puedo ni quiero controlar, me podría desestabilizar, me desequilibra.

Decidí no consentir a mi padre. Y mi forma de no consentirlo fue no reaccionar, que era lo que buscaba inconscientemente. Al final su ira, se la comió él solo, no la consiguió transmitir.

Creo, y perdóname si me estoy inmiscuyendo demasiado en tus sentimientos, que aún consientes a tu padre. Que todavía no has conseguido que lo que él hace, siente o piense, no te afecte. Y por favor, no lo tomes como que te estoy culpando, o tratándo, para nada. Simplemente es una opinión que soy capaz de dar a una persona que, desde su honestidad, me da la impresión que la va a saber acoger (acoger no significa en absoluto que tengas que estar de acuerdo, sino que lo vas a pensar y dar tu opinión).

Un abrazo.

Juan dijo...

Otra cosa que se me olvidaba.

Hay un síntoma magnífico de lo muchísimo que has avanzado en tu felicidad: Manu.

Manu no es la causa de tu felicidad. Ayuda muchísimo, por supuesto, amar y ser amada. Pero no eres más feliz gracias a Manu. Tienes a Manu, porque eres más feliz. Porque has luchado y has decidido tener relaciones sanas. Has decidido no consentir y buscar un hombre de verdad, y por eso lo has encontrado.

Si algún día rompéis, por supuesto que habrá tristeza y dolor, pero seguirás gestionando tu vida y tus sentimientos de maravilla. Y, en más o menos tiempo, toparás con otro Manu.

Kaken dijo...

Y sigo sin entenderlo, Juan.
Ya sé que es un tema delicado, desgraciadamente el ya no está.
Pero nunca podrá parecerme sana una relacción en la que uno ataca, machaca, envídia y otro calla.Por mucho que el que calla afirme que no le afecta...
Y ahí lo dejo....
Un bes-ote.

Juan dijo...

Otro calla y sigue su vida con total normalidad y sin ningún condicionante.

Yo sabía cual era el problema: su orgullo. Pero el orgullo era SU problema, que él conocía y reconocía, no era mi problema ni quería convertirlo en mío al recriminárselo. Allá cada cual con sus traumas. El se comía sólo, sin tener que acompañarlo yo, la envidia que sentía. No aceptaba esa parte suya. Sólo me limitaba a conocerla, sin más.

Juan dijo...

Y no digo que sea lo correcto. Sólo digo que ese defecto de mi padre conseguí que a mí no me afectara ni me condicionara en nada. Se quedó en él.

Kaken dijo...

No estoy de acuerdo.No se quedó en él.
Prefiero, antes de seguir, que me digas si prefieres que lo sigamos comentando en privado.
Porque para argumentar aquí tendría que citar cosas íntimas que no me apetecen...tu dirás..

A ver, sólo traslada la situación que te he señalado como si no fuera contigo, una relacción desigual en la que uno ataca y otro calla, imagínala fuera de tí y díme que te parece.
Otro bes¡

Juan dijo...

Vuelvo a repetir que no callaba. Pasaba, que es muy distinto. "Si piensas así, pues muy bien para tí". Simplemente.

No puede haber debate cuando alguien te dice que si él hubiera tenido los mismos medios habría conseguido lo mismo que tú. Ni yo quería entrar en un debate similar, para nada.

Que mi hermana tenía un piso más grande que el que acabábamos de comprar, pues mi respuesta simplemente era, que me daba igual. Que mi piso me hacía feliz y punto. No entraba al trapo.

Que no quería ver nuestro coche nuevo porque se había enterado que el aire acondicionado de ese modelo era negativo, pues muy bien, no lo veas. Me limito a decir que mi información era diferente.

Hay muchas veces, y no sólo con mi padre, me ha sucedido con decenas de personas, que te enseñan un trapo para que embistas.

Yo no embisto. Soy indiferente a los trapos.

¿Y sabes que suele suceder?

Cada vez te enseñan menos trapos. De hecho, mi padre, en los últimos años, dejó de enseñarme trapos.

Kaken dijo...

Mejor me callo, eso sí,espero opiniones objetivas de Lenka y Chusa y de quién quiera participar.
Y no hay bes, :-p

Lenka dijo...

Claro, Juan, si es que estamos de acuerdo. A mí lo que me espanta son las etiquetas. Los diagnósticos me parecen más sensatos, pero no me negarás que a veces la línea que separa diagnóstico de etiqueta es sutil.

Honestamente creo que nadie se conoce mejor que uno mismo. Esto no es soberbia ni un grito de "no necesito a nadie, nadie tiene nada que enseñarme". No, es una conclusión que he sacado de la vida. Es inútil que te dejes la piel para que un amigo supere una adicción o una depre. Tiene que querer ÉL. Tiene que estar decidido, y receptivo, y dispuesto a oír cosas que quizá no le gusten, tiene que aparcar un poco las sensaciones que esas palabras le producen (que muchas veces serán de autojustificación, o de indignación con el otro) y salirse un poco "fuera" para comprender por qué se le dicen las cosas. Intentar ser lo más objetivo que pueda, "salirse de sí", mirar con perspectiva. Sin duda, lo creo así.

Por otro lado, aunque yo soy la primera que defiendo esa honestidad un tanto brutal del "tío, no me cuentes milongas de la sociedad, te drogabas tú, ya está, asume y tira palante, que tú puedes", también aprendí eso de "ojo, que el yonki es él. Tú de la heroína has leído un huevo, pero nunca la has tenido dentro. Recuérdalo siempre". Es decir, aprendí que la lista era yo, la estudiada era yo, la terapeuta era yo, pero el yonki era él. Y nadie como él pa saber qué le pasaba por dentro. Y sí, yo podía traducirlo con mis libros y decirle: "esto que sientes es remordimiento, no dejes que te aplaste. Es normal, es humano, pero no te machaques, úsalo". Y podía acertar o no. Y otras veces ya me podía empeñar, que no, tal síntoma en tal persona no aparecía. Y sí, a veces era porque le quedaba ese fleco sin tocar, otras porque cada persona es un mundo y punto. Porque no hay manuales, porque no todos tenían los mismos flecos. O porque el fleco que hundía a uno, apenas hacía cosquillas a otro, se apañaba con él.

Sé que tengo cosas pendientes con mi padre, pero no lo considero un fleco de nada. Es una situación nueva por completo. Porque, de hecho, la cuestión es esa: que me he encontrado con una actitud suya que jamás tuvo. Es más, que contradice por completo cómo ha sido él siempre. De ahí mi asombro y que le dé vueltas. De hecho, me sorprende tanto que hasta pienso que quizá esto implica que el fleco lo tiene él y no yo. Que algo estaba reprimiendo él todo este tiempo. Ni idea. No lo sé. Sé que lo hablaremos, aunque yo tampoco esté poniendo mucho de mi parte. Y no pongo porque me ha entrado un enoooorme cansancio. Precisamente porque doy el tema por zanjado y superado... y zas, me salen con una nueva que no sé ni dónde poner. Con lo feliz y tranquila que yo estoy, coñe. Sé que es tan simple de abordar como un "delante de mí, de mi madre ni tosas. Para el resto, aquí tienes a tu hija, como siempre". No es más que eso.

Lenka dijo...

Entre que lo hablamos y no, la vida sigue, y pasamos meses sin vernos el pelo (como siempre, la verdad, esa es nuestra normalidad) así que tampoco me afecta ni me urge. Yo estoy con mi vida, él con la suya. Entiendo que para mucha gente puedan parecer situaciones rarísimas, para mí no lo son. Para mí lo normal es saber de mi madre cada día (por ejemplo) y deducir que mi padre y mi hermano hacen su vida por alguna parte mientras nadie me cuente lo contrario. Es que ha sido así siempre. Ahora mismo el viejo podría estar en su casa, en casa de su hermano (donde pasa la mitad del tiempo), o de vacaciones en Moscú. No tengo la menor idea. Mañana puede sonar el teléfono y ser él para saludarme. Siempre ha sido así y francamente, ni espero ni deseo otra cosa. Es mi normalidad, repito. Otra cosa me resultaría extraña.

No me afecta para nada cómo vive su vida, ni que se haya separado de mi madre. Me molesta si hace un comentario desagradable sobre ella, y me flipa porque jamás los había hecho. Eso es lo que le quiero cortar cuando se repita (si se repite) la próxima vez que le vea, que puede ser dentro de dos meses (de hecho no le veo desde Navidades, ahora que lo pienso!)

O sea, que no considero esto un fleco de nada, al menos no uno mío. En todo caso igual es un fleco de él, con lo cual es su problema, no el mío. Ya digo que ojalá mis padres se llevaran de lujo (quién no lo querría?) pero yo he llegado a un punto en que me la suda mucho. Con mi vida tengo de sobra y si ellos no saben gestionar las suyas, peor para ambos, porque edad ya tienen.

Lenka dijo...

Mira, Juan, en realidad es parecido a lo que comentas de tu padre. La primera vez que yo oí al mío soltar un improperio de mi madre, me quedé lela. Aquello nunca había pasado y yo creía conocer al viejo lo bastante como para apostar ambas manos a que jamás le oiría algo así. Y ya ves! Me pilló desprevenida y me callé. No quise entrar. Porque el viejo es como yo: un cansino. Porque de todo saca un debate apasionante. Y no, colega, si quieres debatir si tu ex mujer es o no una bruja, hazlo en el bar con amigotes. La hija de esa señora no tiene la menor intención de debatirlo.

Mi padre nunca ha ejercido como tal, siempre ha sido más bien un "colega" (por iniciativa propia). Perfecto. Yo sé que me quiere con locura, pero lo de ser padre le da alergia. Perfecto también. Eso sí, tronco, una cosa es que hablemos del gobierno, de fumar porros o de motos. Para mí perfecto, sé que son temas que siempre he podido hablar con el viejo. Pero mi madre no entra. No, y no voy a dejar que entre, ni bailarte el agua, ni darte la razón, ni ponerme de tu lado, ni reírte la gracia, ni montarte un pollo ni lo que demonio sea que pretendes (conscientemente o no) que haga.

Es que quizá sea un trapo, no lo sé. Me tiene tan descolocada que no tengo idea. Supongo que, en el fondo, estoy aún sopesando si la cosa merece embestir o pasar. Ni idea, en serio. Lo que sí tengo claro es que semejante patochada no implica un fleco mío, sino suyo. Exactamente como lo que tú cuentas con tu padre. Veré qué decido al respecto y ya os contaré.

Kaken, me leo y me releo (porque siempre me queda la duda de si me habré expresado como pretendía). Y me entiendo en todo lo que digo (que ya es algo!!!!) Tengo la certeza (no sé si acertada o equivocada) que somos de una complejidad pasmosa (todos). Uno puede conocerse muy a fondo y ni por esas es capaz de expresar TODO cuanto es. Curiosamente incluso no siendo capaz, lo sabe de algún modo. Yo no tuve que hacer un enorme ejercicio de reflexión para entender a mi madre a los 18 años, ni para comprender a los 27 que jodía mis relaciones por ansiosa, insegura y famélica de afecto. Lo viví todo como flashes de lucidez que ni sé de dónde salieron. Algo como: "coño, si está muy claro, cómo es que no lo vi antes?" Quizá porque no miraba, porque no me lo había planteado siquiera, porque no tenía las gafas adecuadas aún... oiga, ni idea. Lo importante es que uno llega y ese día deja de dudar. Es ESTO! EUREKA! Y ahí es cuando suelta un ancla, crece tres palmos y dice: "ahora ya sé que quiero ir por ahí!!!" Y funciona. A mí me funciona, al menos.

Ah, otra cosa que tengo clara: Manu no llegó para salvarme. Manu llegó (y le vi llegar) porque yo me había salvado ya. No le debo a él mi felicidad, él me la completa en este momento. Y eso no implica que yo le esté desmereciendo ni de broma, es sólo que si yo creyera que debo toda felicidad actual a él, sería una declaración de que no he aprendido nada de nada. Yo soy feliz y además está Manu, cosa que agradezco a la vida cada día. Si un día me falta, lo pasaré mal, pero no sentiré que estoy incompleta ni que mi vida no tiene sentido. Porque ahora, por fin, sé que YO tengo sentido por mí misma.

Juan dijo...

Totalmente de acuerdo, sólo la persona que vive algo puede saber realmente lo que le pasa. Los que le rodean, pueden ver incongruencias donde no las hay, porque la experiencia es tan personal y ponerse en la piel de otro es tan difícil, que te puedes equivocar.

Y sí, lo de Manu, como ya te comentaba, es resultado de tu propia madurez, no la causa de la misma.

Te lo has currado de lo lindo. El equilibrio nunca viene porque sí. Y uno de los resultados de este equilibrio es la capacidad de ser más feliz y de rodearte de personas que merecen la pena.

Un abrazo

Sra de Zafón dijo...

Kaken: "Mejor me callo, eso sí, espero opiniones objetivas de Lenka y Chusa y de quién quiera participar.
Y no hay bes, :-p"

Que sepáis los tres que os leído y que creo que todos hemos dicho ya todo lo que quisimos decir.

A tí, Kaken, siento decirte que aunque quisiera opinar objetivamente,¡no puedo! jajajajaja, porque no me entero de nada.
Intuyo que tú pones el trapo y Juan no entra a él , pero no lo sé. O quizás tu no veas trapo y él si, no sé... De cualquier modo, todo lo que uno le sirva para no hacerse mala sangre cosa buena es.

Besos, un placer andar por vuestra casa.