Muchas veces he querido publicar lo que para mí significa la palabra respeto. Tantas veces lo he intentado como lo he desechado porque me ha resultado muy complejo expresar con palabras lo que siento y pienso.
Básicamente, respetar significa aceptar al otro. Y aceptar no significa callar discrepancias o consentir.
Para respetar no es necesario confiar, querer, amar y, muchísimo menos, compartir. Respetar es la opción más importante en nuestras relaciones con los demás, ya sean de amor, amistad, compañerismo o simplemente, casuales o esporádicas.
No supone, sin embargo, inmunidad para todo y todos. No todas las ideas ni todos los actos pueden ni deben ser respetados. Los derechos humanos no son negociables. No puede requerir respeto el que va en contra de ellos.
Nuestros afectos se pueden dividir entre lo que nos gusta y lo que amamos. El “gusto” es racional y el “amor” es emocional. A veces se da que a la persona que queremos, además, nos gusta. Y también nos pueden gustar personas a las que no queremos. Pero demasiadas veces queremos a personas que no nos gustan y aquí comienza el problema.
Respetar a extraños es razonablemente fácil. Nos importa poco lo que piensen o hagan siempre que no nos perjudiquen.
Pero ¿respetar a alguien que queremos y que no nos gusta?. ¿Cuántas veces los padres muestran a las claras su disgusto y machacan a sus hijos porque no hacen o no se comportan como ellos quieren que lo hagan?. ¿Cuántas personas no intentan hacer cambiar a sus parejas para que se comporten como la imagen ideal que se han forjado?.
Pues ni esos padres aceptan a sus hijos ni esas personas aceptan a sus parejas. Por tanto no hay respeto. Y de la falta de respeto al maltrato no hay mucha distancia.
Y sin respeto, ese supuesto amor que se siente, está muy devaluado. Prefiero que no me amen, a que me amen así.
Afortunadamente, adoro a mis hijos y me gustan. Pero si no me hubieran gustado no hubiera intentado cambiarlos. Habría hablado con ellos, les hubiera expresado lo que pienso de sus actos, pero aceptando que los pueden hacer, sin posteriormente machacarlos con el consabido “si ya te dije”, “si me lo veía venir”, “si es que me tienes que hacer caso”. Sin críticas directas o indirectas y sin etiquetas. Si se equivocan tendrán a su lado a un padre que acepta y ama, no a un talibán que se aprovecha del error ajeno para que la próxima vez el hijo actúe según mi voluntad.
2 comentarios:
Es curioso, pero sí que parece que en cuanto el amor hace su entrada, se resiente el respeto.
A veces se respeta más al vecino que al hijo o la pareja. Más que nada porque el vecino nos importa un pimiento. Así que nos da lo mismo si lleva cresta, si es gay, o si colecciona llaveros. Puede ser que le critiquemos por lo bajo, o incluso que le defendamos con ahínco: "pues es un chaval encantador".
Cuando se trata de alguien que nos importa, nos volvemos inquisidores. Qué cosas. En lugar de respetar más, comprender más, aceptar más... es todo lo contrario. Lo cual parece demostrar que eso tan noble como "el amor" se queda pequeño cuando se enfrenta a los esquemas, las espectativas y las etiquetas. Qué pena.
El amor, eso que en teoría todos entendemos como el sumun de la entrega, súper noble y tal... tiene una carga de egoísmo enorme. Siempre lo digo. Que de "incondicional", nada. Demasiadas condiciones solemos poner.
Y aún más curioso: por qué será que a tanta gente le supera aceptar las greñas de sus hijos, el hobby de la pareja o la orientación sexual del hermano... pero luego son capaces de tragar con parejas dominantes, hijos tiranos, padres chantajistas, clanes castradores...???? No es raro que podamos ser al mismo tiempo tan egoístas y tan sumisos???
Creo que medimos fatal "lo que importa".
Si me sale un hijo gay, me muero!!! (Yo me moriría si me saliera un hijo violador, fíjese)
Si se me lía la niña con un moro, la mato!!! (Mejor rece pa que no se líe con un hijoputa)
Qué vergüenza, el niño con esos pelos rastafaris!!!! (Vergüenza sentiría yo si supiera que anda insultando a las ancianitas del barrio o quemando papeleras, mire).
Montamos cirios pascuales por tontás y luego somos capaces de justificar cualquier burrada. Qué cosas.
Si cuando el amor entra el respeto se marcha, algo no está funcionando en nuestros esquemas.
Eso de que el amor lo justifica todo es falso. El amor no justifica nada, ni el maltrato ni la falta de respeto ni la defensa a ultranza del sinverguenza.
El amor no debería ser ciego. Debe tener los ojos bien abiertos, para disfrutar del otro, para compartir y también, cuando sea necesario, disentir.
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