sábado, 11 de diciembre de 2010

El Síndrome del buen hijo. Honrarás a tu padre y a tu madre.

Hay pocas cosas que se hayan sacralizado tanto como la familia. Y sacralizar lo que sea tiene mucho de manipulación y poco de razón.

Ha sido considerada la célula básica de la sociedad, la forma natural de acceder al mundo y ello ha llevado implícita la más increíble impunidad a tantas desvergüenzas que se justifican en base a su protección y a su carácter sagrado.

Pues no es necesariamente la célula básica de la sociedad ni la manera natural de acceder al mundo. En la prehistoria no existía esta institución. La célula básica era la tribu y aún, en algunas tribus poco contaminadas, lo sigue siendo.

Sí es en cambio, una manera cómoda de estructurar la convivencia.

Para apuntalar esta institución no pocas veces hemos de tragar sapos y culebras para que no nos señalen como malos si rompemos una familia.

A los padres se les asigna un poder casi ilimitado (salvo salvajadas muy evidentes) sobre la vida y obra de sus hijos. Pueden maltratarlos psicológicamente lo que les plazca y, a eso algunos, lo llaman transmisión de valores, incluso educación. Mentes poco sanas psicológicamente pueden tener hijos y transmitirles sus miedos, fobias, odios o dependencias. Y nadie puede meterse. No tienen que dar explicaciones. Gran parte de las taras psicológicas de los adultos provienen de alguna forma de maltrato por parte de sus padres.

Pero ojo, la sociedad te dicta que a los padres hay que respetarlos, amarlos, cuidarlos y adorarlos. El hijo que se aparta de una madre será convenientemente señalado como mal hijo, sinónimo de la mayor perversidad que un humano puede cometer. La sociedad no tolera semejante dislate. “Honrarás a tu padre y a tu madre” nos dice Dios. Y el que no los honre, no sólo arderá en los infiernos cuando muera, hay que quemarlo en vida.

Es hora de crear un nuevo síndrome: el síndrome del buen hijo. Lo definiría como aquella persona que nunca ha sido respetada por sus padres pero que se siente obligado a quererlos, honrarlos, obedecerlos, respetarlos y cuidarlos. Esta persona nunca se desarrollará con buena salud emocional hasta que no medite con serenidad, incluso con frialdad, el papel que sus padres han jugado en sus vidas y no sea capaz de criticar, e incluso alejarse de ellos, si es necesario. La relación con los padres no se puede establecer desde el deber o la responsabilidad (un deber impuesto a fuego en nuestras carnes con el “honrarás”) sino desde el amor y la libertad.

Se ha tenido mucho cuidado en destacar los derechos de los padres y los deberes de los hijos. Se sabe muy bien como “debe” ser un buen hijo. Todos están de acuerdo. ¿Se sabe también como debe ser un buen padre?. Aquí ya hay opiniones para todos los gustos.

Para mí el buen padre es el que respeta a sus hijos desde que nacen. No me vale sólo con el amor. Un amor que no respeta es de los mayores maltratos que se pueden infligir a una persona, porque la dejas indefensa ante el daño. Demasiadas veces vemos como personas que respetan a los extraños no hacen lo mismo con las personas a las que más dicen querer. Si muchos padres se comportaran con los vecinos, amigos o compañeros de trabajo de la misma forma en que se relacionan con sus hijos, serían considerados psicópatas. Pero con sus hijos sí tienen permiso para faltarles al respeto. Parece que el amor se convierte en la patente de corso para dejar de respetar.

14 comentarios:

JR dijo...

Gran entrada. Me quedo sobre todo con este parrafo:" Esta persona nunca se desarrollará con buena salud emocional hasta que no medite con serenidad, incluso con frialdad, el papel que sus padres han jugado en sus vidas y no sea capaz de criticar, e incluso alejarse de ellos, si es necesario. La relación con los padres no se puede establecer desde el deber o la responsabilidad ...sino desde el amor y la libertad."

Lenka dijo...

La familia es la célula básica de nuestra sociedad, y no pocas veces esa célula es cancerígena. Siempre se oye que no hay amor más incondicional que el de los padres hacia los hijos. Yo creo que es rotundamente falso. Porque hay amores muy enfermizos, muy egoístas, muy manipuladores. Hay amores con demasiados condicionantes. Algunos padres te dejan de querer con pasmosa facilidad. Si no duermes con quien ellos consideran conveniente, si no piensas como se debe pensar, si no crees en lo que se debe creer, si no conduces tu vida como dios manda, o incluso si tus pintas no son las que debieran ser. Demasiados condicionantes para un amor incondicional.

En cambio es mucho más fácil encontrar hijos que aman a sus padres por encima de todo. Que les respetan, les perdonan y les asumen todo. Creo sinceramente que el amor de hijo es más incondicional. Personas que fueron maltratadas, ignoradas, vapuleadas, humilladas y profundamente heridas aprenden a recuperar el equilibrio, a "limpiarse" por dentro y hasta consiguen comprender y perdonar (mi padre no supo hacerlo de otro modo, mi madre tuvo una vida muy infeliz, él estaba enfermo, ella sufrió mucho...)

Me parece de lo más admirable. Y sano, qué demonios. El odio no sirve de nada, sólo te lastra. Y quien es capaz de perdonar según qué cosas, demuestra una nobleza incuestionable. Lo malo es que, para que esa "limpieza" sea efectiva, hay que poner punto y final a ciertos lazos familiares tóxicos. Y eso es lo más difícil, porque aparece la culpa. Porque el progenitor ese que tanto te ama te manipula con reproches, negando sus errores, culpándote de todo y tratando de incapacitarte para romper la relación. Si se consigue no ceder a esta maniobra, está hecho. Es un auténtico alivio.

Por supuesto que no siempre es así. También hay padres entregados al máximo, hijos abusones y egoístas, padres que confunden amar con consentir, hijos que exigen y no dan nunca... cualquier combinación es posible. Pero confieso que me he encontrado más amor incondicional de hijos a padres que el tan cacareado contrario.

Juan dijo...

Muchas gracias JR. El amor, no sólo el filial, sino cualquier otro, sólo es verdaderamente sano cuando es incondicional y libre. Si te sientes obligado a o con el deber de, algo falla en esa relación. Cuando mis padres enfermaron, me iba a Córdoba todos los fines de semana para cuidarlos y, en ningún momento, lo hice como un deber, sino como un derecho a cuidar de aquellos que me habían amado: lo disfruté de verdad. Darles amor y paz durante sus últimos meses de vida fue duro, pero maravilloso. No había obligación sino necesidad por mi parte de darme por completo a ellos.

Un abrazo

Juan dijo...

Claro que hay de todo Lenka. Pero una buena parte de los hijos abusones, egoístas, niños rey etc son responsabilidad de los padres. Muchas veces son ellos los que los han hecho así y son sus futuras parejas los que los van a sufrir.

Una educación basada en el amor y el respeto (y el primer respeto es el que los padres deben a sus hijos, no cuando son mayores, sino desde el mismo momento del nacimiento) rara vez va a dar como resultado el egocentrismo, la irresponsabilidad y el yo me lo merezco todos de unos hijos.

Una de las faltas de respeto más frecuentes, y que muchas veces no son tomadas como tal, son las cosas que expones: no salgas con esa ropa a la calle, no me gusta tu novio, debes creer en Dios, debes votar a X, no debes tener sexo más que en las circunstancias que yo estimo oportunas o no debes ser gay.

A los hijos no basta con creer que los amas. Los debes respetar tal y como son y no echarles en cara que sean como ellos deciden ser o que piensen lo que ellos decidan pensar. Sólo de la libertad nace la responsabilidad y, un hijo respetado es más libre y más responsable.

Sobre el perdón, por supuesto que hay que saber perdonar y comprender. Pero sólo se puede perdonar cuando hay verdadero arrepentimiento y propósito de enmienda (esto creo que estaba en mi catecismo).

Hay casos, alguno muy cercano a mí, en que el perdón es imposible. Sencillamente porque el otro cree que ha obrado bien y que seguirá haciendo las cosas tan rematadamente mal como siempre. Los hijos no son su responsabilidad sino su propiedad. En estos casos sólo hay una salida posible: el adiós definitivo.

Un abrazo Lenka.

Lenka dijo...

Totalmente de acuerdo, Juan. Pero yo me refería a otro tipo de perdón. No tanto el perdonar al otro a la manera usual: hala, te perdono, pelillos a la mar.

No, no, para qué?? Si como tú bien dices no hay reconocimiento del error, ni propósito de cambiar... no tiene sentido encima darle palmas!! No, es otra clase de perdón la que yo digo. El interior, el de uno mismo. El de pensar (por ejemplo): vale, bien, mamá está loca, no tiene arreglo, pues qué le vamos a hacer. La perdono y que le vaya bonito.

Es un adiós muy buenas, sin duda. Es un "no te tolero que me vuelvas a herir". Es un punto y final. Alejar de tu vida con toda firmeza a la persona que te daña. Sin culpas, porque todos tenemos derecho a vivir felices y en paz. Sólo que lo añado un "yo la perdono". Yo, ojo, es una idea mía. Yo perdono porque odiar me fatiga, me cansa, me resulta estresante, insano y encima no sirve de nada. Prefiero perdonar en mi interior.

Y conste que en mi caso no es un acto noble ni generoso. Es egoísmo puro, por mi salud mental. Y porque así me siento mucho más grande que el otro (a qué negarlo). Es pensar: "te perdono porque soy mejor que tú. Y porque ya no significas nada. No odias lo que te es indiferente".

No sé si se entiende el matiz. Igual es que soy tirando a retorcida, pero a mí me resulta mejor así.

Juan dijo...

Lo comprendo. Pero antes de llegar a ese estado de indiferencia es necesario, y hasta sano, odiar, porque se convierte en motor del cambio, en el "nunca más me volverá a herir".

Pero si te instalas en el odio eterno, ese odio deja de ser sano para gastar todas tus energías. Pasa de ser un estímulo que te permite sanar a un problema que te lleva a enfermar.

La ira, como mecanismo de liberación, es uno de los instrumentos mejores para prevenir las depresiones. La ira, como forma de vida, es un desgaste que, más tarde o temprano, pasa factura.

No te considero retorcida, sino reflexiva.

Un abrazo

Lenka dijo...

Y el odio es lo mismo que la ira?? Nunca lo he tenido claro. Te lo pregunto porque yo he llegado a sentir ira hacia mis padres, pero no creo hav¡ber sentido odio. Siempre me ha parecido que el odio está unos cuantos metros más allá y que yo no he llegado nunca (ni espero llegar!)

A lo mejor es que es así como yo lo veo, como lo entiendo. Claro que, si yo lo entiendo así, supongo que es verdad para mí, no??
;)

Kaken dijo...

"Parece que el amor se convierte en la patente de corso para dejar de respetar."

¿El amor? No,yo diría que ahí no hay amor, si no posesión, cosificación e instrumentalización.

Quien ama bien muy difícilmente falta al respeto, es imposible amar sanamente sin respetar al otro.

Lo que otorga, en nuestra sociedad medio ciega,medio sorda y poco empática, patente de corso es el malentendido "status" de paternidad buena "per se".
Lo cual suele conducir a completos desastres: niños infelices, adultos infelices.

Kaken dijo...

Lenka,en tu caso concreto no lo tengo claro.
Pero sí tengo claro que las personas que han sido, de alguna manera, maltratadas, distorsionan sus emociones, las disfrazan, no las entienden o ubican.
Para mí la ira y el odio son emociones "distintas" que en determinadas situaciones se pueden enmascarar.
Pero, generalmente, si hay ira, hay odio, lo difícil es saber verlo y actuar sobre ello.

Por ejemplo, el odio puede hacer que deseemos que "el otro" sufra.
Hmmm, y me quedo aquí, yo tampoco lo tengo muy claro¡

Juan dijo...

La ira y el odio son emociones diferentes aunque la ira puede ser una de las expresiones del odio.

La ira controlada nos predispone a actuar, ya sea física (ante una amenaza) o psicológicamente. La ira incontrolada evidentemente sí es negativa y hacemos/nos hacemos daño. Pero la controlada puede suponer un primer escalón hacia el cambio.

El odio es una sensación de desagrado que provocan aversión a algo, ya sean personas, cosas, animales, organizaciones, ideologías etc.

Por eso, se puede sentir ira contra algo y no odiarlo o viceversa.

El odio puede ser positivo en ocasiones. Imagínate una mujer maltratada por su marido y, a la vez "enamorada" de él. Si consigue llegar a odiarle es un primer paso hacia la "curación. Si tras ese odio se inicia una respuesta fisiológica de "ira" contra él, peude ser un segundo paso aún más positivo.

No sé si me he explicado.

Juan dijo...

"Quien ama bien muy difícilmente falta al respeto, es imposible amar sanamente sin respetar al otro".

Quien ama sanamente sí.

Pero conocemos padres, que "quieren" a sus hijos y no los respetan. Es un amor viciado, o un sentimiento de afecto/apego, o un error grave a la hora de relacionarse con sus hijos, pero sí que hay un sentimiento, incluso muy poderoso.

También hay padres que ni siquiera tienen ese sentimiento, llamemos de afecto, sino que odian directamente a sus hijos y disfrutan con el sufrimiento de los hijos (o de sus parejas, amigos, etc). Aquí ya entramos directamente en el mundo del psicópata (o sociópata, que es un término que me parece más apropiado).

Si hay ira puede no haber odio. Me da la impresión que por lo que cuenta Lenka, en ella nunca ha habido odio hacia sus padres sino ira.

Lenka dijo...

Odio, jamás, te lo aseguro. Y créeme que he odiado a otras personas. O al menos eso creo. Jamás he sentido hacia mis padres nada tan intenso como lo que yo llamo "odio". Qué va. Ira, sí. Creo que la ira es más básica. Sobre todo para un mal carácter como el mío. Ira mucha, hacia mucha gente, hacia muchas cosas.

De hecho, creo que mi naturaleza es iracunda. Soy persona de explosión fácil, de cabreo fácil. O era, porque decidí que no era sano ni me gustaba. Ahora no soy así. O si lo soy, lo vivo menos. Ya no es sólo que me controle, es que muchas veces no siento ira donde antes la sentía. Eso me alegra mucho y me convence de que podemos cambiar incluso aquello que consideramos imposible de cambiar, esas cosas que creemos que están en nuestros genes o bien agarradas en nuestro pellejo. Se puede. Y a un nivel muy profundo, doy fe.

Juan dijo...

Ser más o menos iracundo no entra en nuestra naturaleza. No es un temperamento sino un carácter que se forma a través de nuestra interacción con el medio. Por ello es relativamente fácil de cambiar si nos lo proponemos y si miramos a los demás desde otras perspectivas.

La ira, como cualquier otra cosa, no es buena ni mala en sí misma. Depende de como la usemos y la controlemos. La ira nos puede ayudar a cambiar aspectos inaceptables en nuestra vida, a no conformarnos.

Pero si la ira se convierte en una manera habitual de interaccionar y es más o menos contínua, nos agota, por un lado, y empeoramos nuestras relaciones, por otro. Con lo que nos costará mucho más trabajo ser felices.

Yo también me he dado cuenta de tu cambio. Te veo con más paz. Eso no quita para que, de vez en cuando, te rebeles.

Lenka dijo...

Lo hago, lo hago. Cambiar, sí. Al cien por cien... no creo. Ni quiero, la verdad.

;)