Soy un enamorado del café. No tengo remedio. Un enamorado, que no un entendido. Me gustan casi todos. No soy escrupuloso. Me da igual con leche, cortado, largo o corto de café, con la leche fría, templada, desnatada, semidesnatada o completa. No soy capaz de diferenciar si es torrefacto, arábigo, nexpresso o no sé que leches de miles de variedades.
Supongo que habrán paladares más exquisitos que el mío, capaces de diferenciarlos. Pero un camarero me comentaba en uno de estos cafés de indias, que ofertan multitud de variedades que, cuando tienen prisa por ser mucha la clientela, ponen a todos el mismo café. Ni siquiera se esmeran en ponerlos largos o cortos, cortados o simplemente con leche. Mejor con la leche templada pa tos (así no se coscan los que la piden fría o caliente). Y cuando el cliente avispado pregunta ¿cuál es el largo de café?, sin inmutarse el camarero señala el que tiene más cerca. Muchas veces se divierte al comprobar como los clientes comparan sus respectivos cafés ¡¡¡y son capaces de diferenciarlos¡¡¡. Este de Costa Rica es más intenso, pero el de Nicaragua más profundo. Como mi brasileño no hay ninguno. Pobreticos.
A mí nunca me engañan: siempre pido un cafelito con leche. Sea de donde sea y venga de donde venga. Una buena taza de café con leche, con su aroma, su espuma y su sabor.
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