Mis primeros 16 años los viví bajo una dictadura. Esto me ha marcado, creo que para bien, en mi devenir. Era una dictadura principalmente moral. Desde arriba te decían lo que era correcto pensar o hacer. El que se salía del pensamiento único era, en el mejor de los casos, un indeseable y era marcado por la mayoría como inmoral. En el peor, directamente te encerraban en la cárcel.
La gente era, en general, bastante feliz. Sabían lo que se podía hacer o pensar y, si seguías el caminito marcado, no tenías problemas. Sabías a qué atenerte. Apenas existía la incertidumbre que sólo produce la libertad.
La mujer tenía que ser de su casa y más limpia que ninguna. Debía tener muchos hijos, poco sexo e ir a misa al menos una vez a la semana. Si lo cumplía, la sociedad la premiaba con la consideración de ser una buena mujer, mejor esposa y madre perfecta.
El hombre tenía que ser heterosexual, apolítico, estricto con los hijos, no pegar a la mujer, trabajar fuera de casa y entregar su sueldo a la esposa. Si lo cumplía, se le podían perdonar algunos otros pecadillos.
Los límites eran muy claros para todos. Límites muy estrechos, pero nítidos. Se sabía perfectamente lo que se esperaba de tí.
Con la democracia, por imperfecta que sea, entró aire fresco en la vida de los españoles. Ha sido vapuleada por una gran mayoría, y en muchos casos con razón, pero pocas veces la he visto ensalzada en su enorme grandeza, aún con sus defectos. Nos hemos empeñado en sacarle todos los vicios, que los tiene, y olvidarnos de las enormes virtudes. Mi experiencia bajo la dictadura me enseña que la libertad que nos otorga la Constitución es enorme, un botín precioso que, de momento, no hemos sabido aprovechar, sobre todo por falta de agradecimiento. Cuando todo son quejas sobre su funcionamiento no percibo en cambio las alabanzas que se merece.
Si a una persona, con sus luces y sombras, se le señalan únicamente sus defectos, ésta tenderá progresivamente hacia su lado más oscuro. Si lo que hace bien nunca es elogiado, no se le está potenciando. Con la democracia sucede igual. Si sólo se la critica y se pone el acento en lo negativo, se le da cuerda a los grupos totalitarios.
Además percibo que la gente todavía no se ha acostumbrado a lo que realmente significa la palabra libertad. No es hacer lo que a uno le da la gana. No es ir sumando derecho tras derecho sin obligaciones. Es pensar lo que cada uno quiera y no imponer tu moral a los demás. Supone poder decidir pero conlleva la responsabilidad y las consecuencias de lo que decides.
Por eso creo que los españoles todavía viven en buena parte bajo la dictadura a pesar de nuestras leyes. Se vuelve a intentar imponer nuevas morales, como la animalista, la nacionalista o la feminista extremista.
La libertad no hace que la sociedad sea más feliz, no es ese el fin. Probablemente una dictadura blanda como la franquista consiga unos niveles de felicidad más altos. La libertad sólo pretende una sociedad más justa, más digna y más decente.
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