Siempre han existido personas que se han creído con una
moralidad superior a los demás. Que su virtud es la correcta y hay que
imponerla a todos.
Van de santurrones por la vida, con muy buenas palabras, con
unos sentimientos puros y bienpensantes. Todo este buenismo termina en el mismo
instante en que otros no están de acuerdo con ellos. Es entonces cuando sacan
su verdadera naturaleza agresiva empleando, en el mejor de los casos, la violencia
verbal con insultos a los descarriados, o la violencia legal, prohibiendo
actitudes que, sin obligar nadie, asquean al santo y, en el peor de los casos,
emplean la violencia física.
En España sabemos mucho de ellos. Muchos piadosos católicos,
a lo largo de los siglos, se han considerado los jueces del bien y del mal.
Estamos escapando del yugo católico, pero no del yugo
buenista, vestido con distintos ropajes pero con idénticas intenciones.
Ahora toca ser buenísimo con los animales, lo cual me parece
perfecto para el que así lo sienta. El problema es que el que siente a los
animales de manera diferente es tachado por estos buenísimos-con-los-animales
como auténticos cafres, asesinos que merecen ser empalados, matados o cogidos
por el toro en la plaza. En este tema, de momento, sólo hay violencia verbal y
legal.
Ahora toca ser buenísimo con las mujeres y, si para ello,
hay que criminalizar a los hombres, bienvenido sea. Si para ello hay que multar
o prohibir la prostitución (me refiero a la que libremente ejerce una persona,
no a la criminal), que se haga, con el aplauso de los buenísimos.
Ahora toca ser buenísimo con el pueblo, que al parecer, no
tiene culpa de nada. Hay carta libre para emplear la violencia verbal contra
políticos, banqueros y empresarios, pero que nadie se meta con el pueblo, es incorrecto.
Al fuerte hay que fustigarlo y al débil alabarlo, al margen de que muchos
fuertes han contribuido a hacer una sociedad mejor y muchos débiles son
auténticos sinvergüenzas. Pero criticar al fuerte es muy goloso y muy bien
visto hoy en día. Se juzga a la gente por lo que tienen o han conseguido y no
por lo que valen. Y en ese juicio, el que tiene es condenado y el que no tiene
es absuelto.
Las acciones que dañen a otras personas no se deben permitir.
Pero aquellas que cada uno pueda escoger sin perjudicar a los demás, deben ser
libre. Quien esté en contra del aborto, que no aborte. Quien esté en contra de
las corridas de toros, que no acuda a ellas. Quien no quiera cazar que no cace.
Quien esté en contra de los uniones homosexuales que no se case con nadie de su
mismo sexo. Quien no se quiera prostituir o acudir a la prostitución, que no lo
haga. Quien no se quiera desnudar en una playa, que utilice el bañador. Quien
crea que los políticos, banqueros o empresarios lo están haciendo mal, que den
un paso adelante y hagan una nueva forma de hacer política o economía o que
creen empresas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario