La mayor operación de solidaridad entre Estados de toda la Historia es la que han protagonizado los fondos estructurales y de cohesión que Europa viene poniendo en marcha desde 1986. Estos fondos superan en tres veces los del Plan Marshall tras la 2GM.
Y el país que más dinero ha recibido de ellos ha sido España que, habiendo aportado 100.000 millones de euros, ha recibido 200.000. Esto nos ha permitido pasar del 70% del PIB medio europeo al 90%. De ser un país tercermundista en 1986 a ser un país, 26 años después, con una bienestar similar al del resto de la Europa comunitaria. Incluso con la actual crisis, nuestro PIB es muy superior al que se tenía en 1986, descontando inflación. Y nuestro paro que era del 23%, ha pasado a ser del 26%, que nadie se lo cree, pues nuestra economía sumergida supone entre el 20-25% de nuestra economía.
Por contra, el país que ha sido el contribuyente neto más importante ha sido Alemania.
Sin embargo, en todos estos años, prácticamente nunca he oído palabras de agradecimiento de los españoles por este enorme esfuerzo. Las medallas no se las hemos puesto a Holanda, Alemania o Dinamarca, se las hemos puesto a los petardos de nuestros políticos. Es como si hubiéramos tenido “derecho” a esos fondos y se nos olvida que son fondos solidarios.
Dar las gracias parece que está muy mal visto. Hemos creado el diabólico “tengo derecho” para no ser agradecido con el que da más de lo que recibe.
Pero no sólo no damos las gracias sino que culpamos a los que nos han ayudado para nuestro bienestar. Alemania (entre otras) es la responsable de que vivamos mucho mejor que en 1986 y nuestros políticos son los culpables de que vivamos peor que en 2006. En su día no agradecimos pero ahora sí sabemos buscar culpables: Alemania.
Y no es que piense que Alemania sea una bendita, pero desde luego tiene mucha más responsabilidad de nuestro bienestar que de nuestras cuitas. Nuestra crisis no la ha provocado Alemania, sino nosotros solitos, que nos hemos endeudado hasta la extenuación, que hemos elegido a políticos corruptos, que hemos decidido que los políticos sean los principales responsables, no sólo de la legislación y regulación, sino de todas las empresas públicas, lo que ha ido generando una gestión torpe, ineficaz y carísima que más tarde o temprano había que pagar.
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