sábado, 8 de junio de 2013

Palabras para una vida 49

Nueva etapa. Nueva ciudad
Espantados los demonios, comencé a mirar a Córdoba con ojos de enamorado. Donde un mes antes veía calor y agobio ahora descubría frescura, paz y una ciudad bellísima, enraizada en la historia, el color y el minimalismo de un gran proyecto donde convergían romanos, árabes, judíos y castellanos. 

Mi historia de amor con Córdoba se inició andando por cada una de sus calles y plazas. Cada maceta, cada palmera, cada rincón de la muralla, la mezquita o la judería se transformaba en placer y reconocimiento de un lugar único y, por primera vez, mío. Lo que antes era un simple punto de tránsito ahora era un paraje que visitar con los ojos asombrados de un turista en su propia ciudad, con la mirada predispuesta al asombro y a la sorpresa de una calle mil veces recorrida pero nunca disfrutada. 

Algunos creen que los mejores amores se cimentan en el conocimiento previo y el enamoramiento posterior más que en una pasión salvaje a primera vista. Algo similar me sucedió. Sabía moverme por Córdoba, la conocía muy bien, pero hasta ese momento ni la sentía ni la comprendía. Sus barrios forjaron unas alas con las que volé una y otra vez entre el empedrado, la cal, el naranjo y la palmera. Desde San Pedro a Santa Marina, desde la corredera a San Francisco o en la plaza del potro, uní para siempre sus silencios a los míos, sus alegrías a mis sonrisas y sus llantos a mis lágrimas. La reja negra, el patio colorido y la piedra entre verdores se instalaron en mi alma y por primera vez comencé a sentir orgullo de ser cordobés. La ciudad que fue testigo de mis amarguras me ofreció sus puertas abiertas de par en par para gozar de mi recién adquirida libertad. A partir de entonces sus calles se llenaron con las canciones de aquella pandilla, sus bancos supieron de mis besos y sus plazas fueron cómplices de mis declaraciones de amor.


Ya no estaba en tierra hostil. Era mi tierra, mi gente, mi historia, mi consuelo. Estaba en mi hogar. Tras 28 años viviendo en Sevilla y yendo muy poco a Córdoba, cada vez que piso su suelo sé donde pertenezco.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hello. And Bye.