La reforma de la Constitución que están pactando PSOE y PP para terminar de una vez con todas con el déficit público, es arriesgada pero necesaria.
Desde el fin de la dictadura, sólo han habido dos años con superávit en las cuentas públicas. El resto de las legislaturas han ido engordando nuestro déficit público hasta el punto de, en un momento de crisis, hacerlo asfixiante y convertirse en la losa principal que retrasa la salida de esta crisis.
Según los Presupuestos Generales del Estado para el 2011 gastaremos en intereses 25.697 millones de euros, lo que supondrá en breve un pago de 815 euros por segundo.
Para poner en perspectiva esta cifra, la cantidad que pagamos en intereses equivale casi a la recaudación íntegra del impuesto de sociedades y a los impuestos por tabaco recaudados en 2009. Con este dinero se podrían pagar a 2.100.000 parados, 1000 euros todos los meses. Es decir, bastante más de lo que estamos gastando actualmente en el seguro de desempleo.
Y estos 25.000 millones de euros son sólo el pago de intereses, sin amortizar ni un euro.
En los últimos 30 años han habido ejercicios de vacas gordas y flacas, pero incluso en los de vacas gordas, se ha gastado más de lo que se ha ingresado (excepto dos años). La deuda cada vez es mayor y los intereses también. Esto no es sostenible. Los excesos del pasado nos están pasando factura ahora.
Pero si seguimos incurriendo en déficits, hay un factor ético que siempre se olvida. Nosotros gastamos más de lo que generamos pero serán nuestros hijos los que tengan que pagar nuestros excesos.
Hay, simplificando mucho, dos tipos de gastos:
1) El gasto que genera riqueza y es transmisible a las generaciones posteriores: inversiones en infraestructuras, educación, sanidad (un país sano es más productivo), investigación, fomento del turismo.
2) Gasto que no genera riqueza de cara al futuro, que sólo persigue que hoy vivamos un poco mejor: televisiones, ayudas sociales no imprescindibles, coches oficiales, cobertura del paro más allá del seguro de desempleo, etc.
Incurrir en déficit en el primer tipo de gasto no es inmoral, pues nuestros hijos pagarán por algo que también van a recibir ellos. Incurrir en déficit en el segundo gasto sí lo es, pues serán ellos los que paguen “nuestra solidaridad”.
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