No es su nombre verdadero, pero tampoco importa, su vida es similar a la de otras muchas Bertas y Bertos.
Berta es una mujer, madura según el DNI, pero inmadura en sus emociones, unas emociones que la martirizan en un sufrimiento sin fin sin que sepa porqué. Sufre sin conocer, e incluso quizás, sin querer conocer los orígenes de tanta desdicha.
Su madre era una buena persona, quizás insulsa, sin lugar a dudas inculta y con pocos intereses más allá de ser una buena esposa y madre.
Su padre era un vividor, librepensador, anarquista, egoísta, tal vez chulesco pero culto, amante de los buenos libros, mejor conversador y, en el fondo, un inmaduro que sólo pensaba en su bienestar.
Berta idolatraba a su padre y, en el fondo de su corazón, despreciaba a su madre. Toda su infancia y adolescencia giró en torno a agradar y ser aceptada por él y a odiar todo lo que representaba ella, con la culpa que este sentimiento le acarreaba.
Lleva demasiados años de su vida negando cualquier atisbo que, en su personalidad, le recordara a su madre y viviendo una obra de teatro en que la protagonista, ella misma, sólo es un personaje femenino aceptable para su progenitor, pero tras quitarse la máscara queda una niña con miedo y dolor. Un personaje con unos sentimientos que no son los suyos, pero que le parecen aceptables y negando aquellos que sí lo son pero la avergonzarían. Un conflicto interno y eterno entre lo que realmente es y lo que le gustaría ser pero no es.
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