RODOLFO
El agua corría
en los cristales y dejaban ver el mundo a su través como una hoja fina de
oscuridad, inseguridad, terror. Ese cristal lo separaba del mundo,
le protegía de una muerte segura. La calle, la montaña, el mar, el rio, el
acantilado, la llanura eterna. Nunca más los podría gozar. Su vida dependía de
no salir al exterior. La casa era su salvación y su cárcel.
Se anunciaba la
noche. Una nueva noche. Una noche más de incertidumbres no compartidas. Una
noche más, húmeda, pero sedienta de contradicciones.
La extinción,
tantas veces anunciada, llegó de la manera más insospechada. El cromosoma Y,
por causas desconocidas, se volvió inestable. Cualquier espécimen con cromosoma
Y moría en el exterior. Los mamíferos salvajes estaban desapareciendo, pues
solo las hembras sobrevivían, y era cuestión de tiempo que especies enteras,
sin posibilidad de reproducirse, sucumbieran para siempre.
Algunos hombres escaparon de la masacre, pero quedaron recluídos para siempre entre las cuatro paredes que los cobijaba en el Día de la Consumación. Muchos intentaron escapar a su suerte, pero su destino fue siempre la muerte instantánea.
Rodolfo se
sentía agua, una gota más en ese cristal del que nunca podría salir. Optimista
por naturaleza, o como él decía tras un arduo trabajo de autocontrol, se sentía
un privilegiado por haber regateado a la muerte, pero era prisionero de su
suerte. No quería morir por lo que no podía salir de su casa.
El antiguo
campeón de la lucha por las libertades que siempre defendió que para ser libre
había que arriesgar y no invertir tanto en seguridad, había plegado sus alas,
habían sido quebradas entre cuatro paredes por el mayor poder que existe, mucho
más potente que la libertad: el miedo a la muerte. Que lejos quedaban aquellos
días que gritaba libertad o muerte, cuando sentía que nunca moriría. Ahora
entendía que el miedo es el mayor veneno para la libertad. La seguridad era una
droga demasiado potente para la inmensa mayoría de la humanidad. Ya no gritaba
libertad o muerte, sólo quería vivir un día más.
Se engañaba cada día, necesitaba estar fuera de su realidad para
no enloquecer, pensaba en su felicidad actual al lado de su mujer, de sus dos
hijas, de su madre viviendo en el piso de enfrente. No le faltaba nada, o eso
quería creer. Pintaba y leía más que nunca, hablaba más de lo habitual con las
mujeres de su vida, pero ya no soñaba, se negaba a recordar el viento en la
cara cada mañana, las caras de sus amigos y su hermano, los jueves de fútbol
con su Atlético Aparejadores con las victorias sobre el Real Arquitectos y las
derrotas frente al Sporting Albañil, que jugaban con la ventaja de los músculos
desarrollados en su trabajo. Ninguno sobrevivió. No habrían más goles ni más
cervezas después de cada partido.
De hecho ya no habían cervezas, las fábricas había parado y nadie
recordaba como poner en marcha la maquinaria. Internet casi había desaparecido
y los teléfonos rara vez funcionaban. Los aviones estaban todos en tierra y
sólo alguna avioneta de alguna mujer audaz sobrevolaba la catástrofe. Casi
todos los coches estaban averiados porque pocas mujeres tenían los
conocimientos suficientes para arreglarlos. El que tenía la suerte de tener un
coche en buena forma se encontraba con el problema de la gasolina pues apenas
se bombeaba petróleo y el que llegaba a las refinerías tenía pocas
posibilidades de refino. Lo mismo sucedía con todos los trabajos en que los
hombres eran mayoría.
El carbón y la madera volvieron a ser la principal fuente de
energía. La agricultura, sin apenas tractores, cosechadoras o abonos,
retrocedió dos siglos. La ganadería, tras cinco años desde el Día de la
Consumación, era básicamente avícola. La prensa sólo era local, pues no se
podían tener noticias de tierras lejanas sin medios de transporte ni
telecomunicaciones. No había televisión pero se consiguió que algunas radios
siguieran funcionando a nivel local, pues la mayoría de repetidores cayeron al
no tener soporte ni recambios. La mayoría de productos manufacturados
desaparecieron de los estantes y las grandes hipermercados del extrarradio
perdieron competitividad y cerraron para alivio de los pequeños comercios de
barrio. Las grandes infraestructuras se deterioraban. En sólo cinco años el
siglo XXI había dado paso de nuevo al siglo XVIII……pero las mentes seguían en
el XXI.
Rodolfo se consolaba pensando que la naturaleza volvía a ganar el
pulso a la humanidad, que el verde se volvía a imponer al gris, algo que no
podría ver con sus ojos llenos de unas lágrimas sin consuelo posible.
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