Leo en estos días discursos muy diferentes, desde la izquierda y la derecha, sobre la inmigración, que lejos de mejorar la situación, la empeora.
Como cualquier tema que se convierte en partidista, unos y otros se tiran los trastos, no porque interese más o menos el asunto, sino porque se conforma como arma ideológica contra el rival (ahora enemigo) político.
Son discursos que no pretenden solucionar el problema sino afear la conducta ajena y, para ello, ambos bandos se sirven de extremismos y falsedades.
Cuando millones de personas de cada bloque piensan exactamente lo mismo, incluso con las mismas palabras sobre un tema, percibo mucha manipulación y poco entendimiento y reflexión. Y el debate sobre la inmigración ha estallado con todo tipo de sentimientos encontrados y sin la más mínima racionalidad.
El pobre diablo que tenga una opinión propia será vituperado por unos y otros. Pensar es muy peligroso y como en cualquier dictadura que se precie, o estás conmigo o contra mí. No hay gama de grises, o eres blanco o negro. O queremos y apoyamos a todos los inmigrantes ilegales que lleguen o electrificamos las vallas de Ceuta y Melilla y bombardeamos los cayucos.
Es lo que tiene no usar el cerebro, los demagogos nos convierten en extremistas y sólo vemos enemigos donde sólo hay visiones diferentes de la sociedad
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