jueves, 31 de diciembre de 2009

La culpa

Estamos acostumbrados a considerar la culpa como algo negativo. Pero es un sentimiento consustancial con nuestro ser. No es negativa ni positiva, sólo depende de como la gestionemos. El problema no es sentir culpa, sino en como nos enfrentamos a ella. Negarla no sirve de nada, con ello sólo escondemos el problema en vez tener la oportunidad de solucionarlo. Castigarnos tampoco es la solución. El castigo es
una manera de reaccionar, de ser pasivo y de no actuar, de no encauzar nuestro juicio sobre nosotros para no convertir la culpa en castigo y autodestrucción.

La culpa es la herramienta más poderosa que tiene nuestra conciencia para condicionarnos. Nuestros genes, vivencias, paradigmas, entornos, hábitos y pensamientos matizan nuestra percepción de la realidad y, desde esta perspectiva, podemos intuir, de forma realista o distorsionada, el rol que desempeñamos en nuestro medio. La culpa juega aquí un papel importante en la forma como nos relacionamos con las demás personas.

Tenemos que partir de la base que el ser humano es una obra en perpetua evolución. La única forma de construirnos es con el viejo sistema de ensayo y error. Esos errores, en ocasiones, dañan a otros. La culpa es el sistema del que estamos dotados para ser conscientes de los errores y los daños hechos a otros y a nosotros mismos. Y esta es la gran clave para poner la culpa a nuestro favor o en nuestra contra. Aquí podemos clasificar la culpa en dos tipos:

1. La culpa activa: si la vergüenza que sentimos ante el fracaso sirve para iniciar nuevas líneas de actuación, si consigue que nos abramos a los cambios, la convertimos en una herramienta poderosísima de crecimiento.

2. La culpa pasiva: si la negamos, escondemos o nos autocompadecemos, si sólo reaccionamos ante ella, se convierte en una losa que impide mejorar y nos arrastra a la autodestrucción. Pocos sentimientos provocan tanta obsesión como la culpa pasiva.

Y no siempre se manifiesta como culpa. Muchas veces le damos otros nombres que nos impiden llegar a la esencia del problema y, por ende, a su solución:

1. A veces la disfrazamos como responsabilidad. Nos podemos engañar y hacernos creer que tenemos una responsabilidad, que no sentimos ni queremos, con los demás. Hacer cosas que detestamos pero que pensamos que, si no las hacemos, nos sentiremos culpables. Hay personas que creen que siempre debe haber alguién disponible para ayudarles. Hay manipuladores, auténticamente profesionales, que consiguen este resultado en nosotros. "Si no haces esto por mí, te sentirás culpable" y esto condiciona nuestra conducta.

Pero nuestra primera responsabilidad es con nosotros mismos, pero para ello es preciso desterrar miedos. Saber decir NO. Y esto puede ser difícil, pero necesario. Si no lo hacemos así, si seguimos el camino cómodo, podemos decidir que otros nos controlen en vez de hacer valer nuestros derechos. La culpa pasiva ha ganado. Y es curioso que, con la asunción de estas "responsabilidades" hacia los demás, se oculta, muchas veces, una necesidad imperiosa de ser aceptados, queridos. Y es precisamente lo que no se obtiene. Una persona que se tiene como primera resposanbilidad a sí mismo, suele ser una persona madura, equilibrada, con unas relaciones interpersonales en consecuencia con su estabilidad y bienestar y es, por tanto, una persona mucho mejor aceptada y más querida. Con un cierto grado de "egoísmo" se consigue amar y que te amen mejor.

2. Otras veces la disfrazamos de resentimiento. Cuando se elige complacer al otro, en contra de nuestros deseos y necesidades, surge el resentimiento, un sentimiento profundamente ligado a la culpa. A su vez, al sentir resentimiento, se crea más culpa, creando un círculo maléfico y autodestructivo, tanto de la persona como de la felicidad.

3. Otras lo disfrazamos de secreto, de algo malo que hemos hecho y nos avergüenza que alguién se entere por temor a perder la estima de los demás. Este secreto nos machaca, maniata y nos hace sentir malos e indignos de amor. Esta es una de las fuentes de la baja autoestima. Se da la gran paradoja de que guardamos el secreto para que nos quieran y, el hecho de guardarlo, nos hace insensibles al amor que recibimos pues, una persona con autoestima baja no se siente amado. En estos casos es increíble lo liberador que puede ser contar ese secreto. Puede llegar a cambiar la vida por completo.

4. La culpa disfrazada de bondad. Tendemos a creer que una víctima es bondadosa. Evidentemente es falso, una víctima es una víctima y en ello nada tiene que ver la bondad o maldad del individuo. Pero existe esa tendencia natural a arropar, ayudar y servir a la víctima otorgándole, por el hecho de serlo, una halo de bondad, que puede o no ser cierto. Hay víctimas reales, pero también hay víctimas artificialmente creadas. Estas últimas buscan el beneficio que se les otorga a las verdaderas víctimas y, además de ser arropadas y queridas, también consiguen algo mucho más importante: son consideradas BUENAS. Hay personas que se solazan en su propio sufrimiento, las más de las veces no realista, sin poner un ápice de voluntad en solucionar sus problemas, para así seguir sufriendo o incluso aumentarlo. En este caso son manipuladores de la culpa.

5. La culpa disfrazada de disculpa. ¿Nunca os habéis encontrado personas que lanzan a los cuatro vientos lo culpables que se sienten ante un hecho en el que, objetivamente, no tienen la más mínima responsabilidad o culpa?. Buscan la comprensión de los demás y las palabras clave: "tú no tienes culpa de nada". Además, se benefician del punto 4, la victimización.

Cuando es más fácil que ocurra la culpa pasiva.

La culpa, en la mayoría de ocasiones, es consecuencia de la escala de valores con que nos regimos en la vida. Si se produce un desencuentro entre nuestro ideal de cómo ha de ser nuestro comportamiento y lo que realmente hacemos y nos comportamos, aparecerá la culpa.

La escala de valores es una clave fundamental. Una escala demasiado exigente o rígida, va a ocasionar numerosos conflictos. Debemos ser realistas con nuestras posibilidades. No somos ni podemos pretender ser perfectos. El perfeccionismo paraliza.

El que cree que debe ser buenísimo e impoluto, que no se puede permitir el más mínimo desliz "maligno", está abonado a la culpa pasiva, al autocastigo contínuo y destructivo. Un excesivo nivel de autoexigencia no nos lleva a ser mejores sino a ser infelices y personas insatisfechas.

El que tiene una concepción dual de la moral: blanco o negro, bueno o malo, sin recordar que en todo hay matices, está abonado a la culpa pasiva y a la intransigencia.

Reacciones ante la culpa.

Como he dicho antes, la reacción ante la culpa no es positiva. Es mejor actuar que reaccionar. Se me ocurren tres formas de reaccionar:

1. Reacción de autocastigo. Nos castigamos por todo lo que nos sucede a nosotros e incluso, de lo que les sucede a los demás, tengamos o no auténtica responsabilidad en lo sucedido.

2. Reacción extrapunitiva: culpabilizamos de todo, inclusive de nuestros males, a los demás, como forma de desresponsabilizarnos ante lo sucedido.

3. Reacción "sin castigo": nadie es culpable de lo sucedido. Han sido las circunstancias, los hades, el destino. Posiblemente, de las tres reacciones, sea la mejor, pues nos quita sufrimiento, pero también nos resta la oportunidad de cambiar, de mejorar.

Cuanta mayor concordancia exista entre nuestro pensar y actuar, y cuanto más lejos se mantenga nuestro razonamiento de absolutos, rigideces y perfeccionismos, menos veces se nos generará el sentimiento de culpa. Pero sin duda, cuando somos incoherentes, el sentimiento de culpa aparece. En ese momento, en la medida en que aparquemos la descalificación y el castigo, nos liberaremos de la paralización y mantendremos la suficiente fluidez interna que nos llevará a abordar nuestras faltas de coherencia como problemas a resolver y no como losas autodestructivas.

Si la transgresión de nuestras propias normas hace que se presente la culpa, el reto es convertir ese sentimiento en:

•Una señal, que sirve para cuestionarnos cómo hacemos lo que estamos haciendo. A veces es bueno que nos encontremos en entredicho: las revisiones personales posibilitan nuestro enriquecimiento.
•Un momento de reflexión y análisis de por qué nos surge, sin entrar a desvalorizarnos ni a hundirnos en el desasosiego y el sufrimiento.
•Un diálogo interior que nos lleve a designar y concretar cuál es la conducta por la que sentimos la culpa.
•La búsqueda de soluciones, o en su defecto alternativas a cómo reparar el daño causado.
•La petición de perdón a las personas afectadas por nuestra conducta.
Si el sentimiento de culpa nos afecta de tal forma que nos conduce a una situación emocional que nos impide un análisis claro, conviene acudir a un profesional para que pueda ayudarnos a encontrar las soluciones adecuadas.

Uno de los motivos del enorme éxito de las distintas religiones es el manejo de la culpa. La confesión, la absolución, ofrecer sacrificios a cambio e nuestros pecados....¿a qué os suena?. Muchas de las religiones primero crean la culpa, gracias a un código ético muy estricto e imposible de cumplir, pero a la vez, da la solución, el perdón de Dios.

12 comentarios:

Sra de Zafón dijo...

Hoy sólo un beso de año nuevo ¡Feliz año, Juan!

Juan dijo...

Muchas gracias Chusa.

¡Muy feliz año para tí y los tuyos¡

Un abrazo

Mary Merecias dijo...

Interesante lo que hablas acerca de la culpa a veces asime siento, y quisiera a veces decir "no", sé que soy una persona fuerte y que llego a mis metas por algo pero solo una persona me hace sentirme asi...no se si esto es malo. :s

Juan dijo...

Con los pocos datos que das, es complicado hacerme una idea mary. Pero hablando de una manera muy general, sólo te puedo decir que cuando alguién nos hace sentir culpable, casi siempre se debe a que no cumplimos sus expectativas.

La pregunta sería: ¿qué expectativas quieres cumplir, las tuyas o las de otra persona?.

Un abrazo Mary

Lenka dijo...

Qué buena entrada, Juan! Yo creo que la culpa puede sernos tan inútil, improductiva, innecesaria o tan útil, productiva y aprovechable como el dolor. Son cosas que sirven para reflexionar, bucearse, preguntarse cosas. En fin, para avanzar. Siempre que, como bien dices, aprendamos a tomarlas en su justa medida, sin dramas. Encajar, asumir, aprender, tirar palante. Suena fácil, ya, luego cuesta un poco más.

Siempre me ha cabreado el modo en que algunos se exculpan de todo (no soy yo, es la sociedá, el azar, el destino, mi mala suerte) y más aún quienes lanzan esa culpa contra otros. Lo que comentar del resentimiento, el chantaje emocional. Qué cosa más fea. Y la de veces que podemos caer en eso, o consentírselo a otros...

El tema de la religión tiene tela también. La culpa acompaña al hombre desde que el mundo es mundo, desde que se topó con la primera pregunta para la que no tenía respuesta e inventó un dogma y por consiguiente un tabú. La culpa es my poderosa, porque camina de la mano del miedo. Los listos que supieron ver eso y manejarlo se encontraron con más poder entre manos que el de controlar el fuego! Pienso que el sentimiento religioso o espiritual no es una realidad etérea. Como el amor, el deber, todo son concepciones humanas, códigos que nosotros creamos por necesidades varias. Debieran ayudarnos a mejorar, a ser mejores personas. Pero muchas veces nos esclavizan. Sobre todo cuando empieza a haber intereses de por medio, de los que muchas veces ni somos conscientes.

Usar la culpa ajena para someter, atenazar y aterrorizar a otros, para que dependan de ti (yo te perdono en el nombre del Padre) me parece un espanto. Porque no logras mejores personas. Logras gente inmadura, insegura, no pocas veces mezquina, llena de envidia, de prejuicios, siempre dispuesta a señalar al otro para tapar lo suyo, gente cobarde incapaz de asumir y avanzar. Gente infeliz. Y peor. Hablo en general, claro. Así, como idea.

Seguiré pensando en esto. Besos!

Juan dijo...

Muchas gracias Lenka.

Me ha gustado lo de

"Como el amor, el deber, todo son concepciones humanas, códigos que nosotros creamos por necesidades varias. Debieran ayudarnos a mejorar, a ser mejores personas. Pero muchas veces nos esclavizan. Sobre todo cuando empieza a haber intereses de por medio, de los que muchas veces ni somos conscientes."

Nuestros códigos de conducta, nuestras escalas de valores, la mayoría de las veces no son tan nuestras, como heredadas. Y si uno no profundiza en su propio ser y se respeta a sí mismo, es fácil que caiga en una escala de valores ajena, que suele tener una caracterísitica: es imposible de cumplir. Por ejemplo, quién es el guapo que es capaz de seguir la escala de valores católica. Nadie. Y cuando no se vive de acuerdo con los valores que tú consideras los correctos, surge la culpa pasiva.

La rebeldía es un magnífico antídoto. Hay que cuestionarse todo para que nuestra escala de valores sea más nuestra, más humana, más "realista".

Un abrazo

Lenka dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Lenka dijo...

Vaya por delante que no creo que toda persona religiosa (del Credo que sea) sea una persona inmadura, cobarde o mezquina, claro! Pero sí que tengo observado que aquellos que viven la fe de manera más libre (aunque sean muy dogmáticos), con respeto a los otros, y sobre todo con sentimientos de amor, de solidaridad, de entendimiento, no tienen naaaada que ver con quienes se enredan en la culpa. Esos que creen, comulgan, rezan y cumplen. Cumplen. No sé si me captas. Cumplir. O sea, no es por sincera creencia, no es tan libre y desinteresado. Es todo un sistema de culpa, castigo, redención y recompensa. Esa es la parte retorcida de las fes. Lo que en mi opinión genera gente infeliz, atada, que cumple por obligación, y que cae más fácilmente en la envidia, la intolerancia, el señalar, el vivir amargados. Lo que viene siendo esa beata recalcitrante que todos hemos conocido, maaaala persona pero aparentando siempre una rectitud intachable. O el cura exaltado y amenazante que tapa sus pecados a golpe de grito acusador, arrepentíos y todo eso. Figuras que nos suenan a todos, seguramente.

Anónimo dijo...

Generalizar siempre me ha parecido una manera de errar

Juan dijo...

Y tienes razón anónimo, la generalización es injusta y, sobre todo, errónea. He releído todo lo escrito y no he encontrado ninguna generalización.

Entre las personas religiosas hay de todo Lenka, como sucede en cualquier creencia o circunstancia. No creo que haya ningún grupo del tipo que sea, en que no hayan extremistas, hipócritas, personas equilibradas, ortodoxos, respetuosos con los demás o sencillamente descerebrados.

Y estoy de acuerdo en lo que comentas sobre los que "cumplen". En mi post anterior decía "El responsable sólo hace lo que se supone que debe hacer. El comprometido ama lo que hace.".

Pues lo mismo, el que sólo cumple, en realidad no ama lo que hace ni en lo que cree. Y, en demasiadas ocasiones el que cumple, como le cuesta tanto trabajo cumplir, se convierte en soberbio y se cree moralmente superior para criticar a los queno cumplen.

Un abrazo

Sra de Zafón dijo...

"Pues lo mismo, el que sólo cumple, en realidad no ama lo que hace ni en lo que cree. Y, en demasiadas ocasiones el que cumple, como le cuesta tanto trabajo cumplir, se convierte en soberbio y se cree moralmente superior para criticar a los queno cumplen."

Qué gran verdad, Juan!

Poco me queda que decir después de leeros, sólo que la culpa distorsiona de tal modo la realidad que esta se borra. Me dan mucha lástima algunas de las personas que construyen su vida y sus creencias sobre los pilares de las expectativas de otros, pero todavía me dan más pena aquellos que llegan a sentir asco de sí mismos por no ser como quiere la persona o personas que ellos quieren. Y lo peor de todo es que el mundo está lleno de seres que viven eso cada día.

Un abrazo

Chusa

Juan dijo...

Totalmente de acuerdo Chusa.

En alguna ocasión he escrito por ahí, un fenómeno que es relativamente frecuente: los padres que quieren a sus hijos, pero éstos no les gustan. Detrás suele existir la expectativa no cumplida, de que el hijo es como una pertenencia que tiene que ser como ellos quieren y no como son en realidad. Les querrán mucho, no lo dudo, pero les quieren mal. No es un amor gratuito, bello, edificante sino destructivo y, el amor que destruye, no es amor.