Dr Jekyl y Mr Hide
Cuando leí esta maravillosa novela me sentí identificado con el personaje. Mientras estaba con mi familia era una persona taciturna, poco dada a la risa, pero pacífica y tranquila. En el colegio, con los compañeros de clase, salían mis instintos más agresivos. En Barcelona me encontré con un tercer personaje que convivía con los dos anteriores, Mr Happy.
Mi Jekyl era un desgraciado que se conformaba con existir, intentando hacer el menor ruido posible para que nadie se diera cuenta de mi miserable existencia. Los resultados académicos ayudaban a que los míos no exploraran los vericuetos emocionales tortuosos que se ocultaban tras la brillantez del boletín de notas. Mis padres estaban orgullosos de mí y, aunque no me entendían, me respetaban.
Mi Hyde era un león orgulloso que no permitía que los iguales me menospreciaran. Eso ya lo sabía hacer yo mucho mejor que ellos. Pero les podía dar mamporros, cosa que no podía hacer conmigo mismo.
Jekyl y Hide se transformaron en Happy cuando el tren llegó a la estación de Francia. No era un desconocido, sino un viejo amigo ya olvidado, que era capaz de percibir olores y colores que creía olvidados y ternuras desaparecidas. Volvía a ser yo, volvía a estar en donde me correspondía. Volvía a sentir la misma carne que me abrazó para desaparecer durante un tiempo. Todo sabía, olía y lucía de la misma manera intensa y me volvía a recrear en mis sentidos. Disfrutaba de cada novedad y de cada sorpresa. Llegó un momento en que tenía la impresión que me había despertado de una larga pesadilla.
No tenía un trastorno de personalidad múltiple, simplemente me adaptaba a cada realidad. Reaccionaba a lo que encontraba en mi entorno. Tanto reaccionaba que me olvidé de ser y me convertí en un camaleón que cambia de color según las circunstancias. Pero un camaleón no es libre porque el miedo es el mayor enemigo de la libertad y, la reacción, el gran enemigo de la felicidad. Asir las riendas de tu vida y tomar decisiones basadas en lo que realmente quieres y no en lo que temes genera ese difícil equilibrio de saber aceptar sin claudicar, de hacer el camino en vez de seguirlo, de no tener demasiado en cuenta las metas para prestar atención a cada paso que das y a disfrutar del paisaje que eres capaz de contemplar porque no tienes perdida la mirada en el punto de llegada.
Nunca he matado a ninguno de mis tres personajes. Forman parte de mí, pero ya no de una manera unitaria y excluyente entre sí, si no que se han mezclado y soy los tres a la vez. Rebelde con causa, pacífico, exigente ante el que entiendo que no me está respetando y duro cuando es menester, sin llegar a la violencia de antaño. Ninguno de los tres era bueno ni malo, ni siquiera el bambi de Happy, pues la vida no es de color de rosa como la veía desde su perspectiva catalana, pero todos ellos me ayudaron, a su manera, a sobrevivir primero y a vivir en plenitud después.
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