Rita
Un momento de relajación tras las interminables horas de
reuniones. Las ventanas del palacio presidencial devolvían la imagen de una
mujer vencida, de pelo gris, contemplando la lluvia gris, las nubes grises, la
gris realidad, el silencio gris, la gris soledad. El color había huido de lo
cotidiano, incluyendo su traje de chaqueta gris.
El cigarrillo, uno de los pocos lujos que se permitía, daba una
tonalidad diferente al entorno con la boquilla anaranjada, el papel blanco, el
fuego rojo y, sí, la ceniza gris. El gris como fin ineludible del día a día.
Sonrió al percatarse que comparaba su existencia con los cinco
minutos de gloria efímera de un cigarrillo. De estar muy protegida en su
infancia y ser dulce y pura en su primera adolescencia, quería ser monja para
convertir a los chinitos y los negritos, pasó directamente al fuego de la
lucha, la protesta, la pancarta y algún que otro encontronazo con las diversas
porras de los agentes del orden. Un mes sin moratones era un mes perdido para
la causa.
La monja en potencia se olvidó de adoctrinar en el evangelio a los
desgraciados infieles y comenzó su etapa de anarquista, animalista, pacifista,
ecologista y, por encima de todo ello, o quizás como consecuencia, feminista.
En esos años no existía el gris, todo era blanco o negro. El que
no compartía su ideal de anarquismo era fascista, el que no era animalista
pasaba directamente al bando de los torturadores de animales, el que
consideraba necesario un ejército era violento y agresor y el que no hacía el
lavado ecológico, terrorista ambiental. Todas estas verdades irrebatibles se
quedaban pequeñas cuando se enfrentaba al machismo. Todo lo malo del mundo era
culpa directa o indirecta del machismo.
Tenía los conceptos y los límites muy claros, tan fácil como
trazar la línea que separaba los buenos de los malos. Ella era buena y pasar de
monja a guerrillera lo veía de lo más normal. No había cambiado casi nada,
salvo por el insignificante matiz de un pequeño cambio en los ideales.
La visión sesgada de la realidad desde el
monolito de la ortodoxia y el pensamiento único la llevó a intentar solucionar
los problemas desde un prisma pobre y corto de miras.
Como feminista pensaba que todos los
problemas se debían al machismo y las soluciones estaban en el feminismo.
Como anarquista el problema era el poder y la
solución su desaparición.
Como pacifista, un mundo sin armas sería un
lugar perfecto siempre que como ecologista se remediara el mundo respetando a
la naturaleza.
Fueron años felices, intensos, rebosantes de novedades y
descubrimientos.
La sonrisa que se dibujó en su rostro mientras recordaba se diluyó
en la niebla gris del exterior al percatarse que el cigarrillo se había acabado
y sólo quedaba la ceniza, gris como el presente.
La señora presidenta del gobierno de España volvía a la rutina de
hacer posible lo imposible.