lunes, 13 de noviembre de 2017

Extinción 4

Rita
Un momento de relajación tras las interminables horas de reuniones. Las ventanas del palacio presidencial devolvían la imagen de una mujer vencida, de pelo gris, contemplando la lluvia gris, las nubes grises, la gris realidad, el silencio gris, la gris soledad. El color había huido de lo cotidiano, incluyendo su traje de chaqueta gris.

El cigarrillo, uno de los pocos lujos que se permitía, daba una tonalidad diferente al entorno con la boquilla anaranjada, el papel blanco, el fuego rojo y, sí, la ceniza gris. El gris como fin ineludible del día a día.

Sonrió al percatarse que comparaba su existencia con los cinco minutos de gloria efímera de un cigarrillo. De estar muy protegida en su infancia y ser dulce y pura en su primera adolescencia, quería ser monja para convertir a los chinitos y los negritos, pasó directamente al fuego de la lucha, la protesta, la pancarta y algún que otro encontronazo con las diversas porras de los agentes del orden. Un mes sin moratones era un mes perdido para la causa.

La monja en potencia se olvidó de adoctrinar en el evangelio a los desgraciados infieles y comenzó su etapa de anarquista, animalista, pacifista, ecologista y, por encima de todo ello, o quizás como consecuencia, feminista.

En esos años no existía el gris, todo era blanco o negro. El que no compartía su ideal de anarquismo era fascista, el que no era animalista pasaba directamente al bando de los torturadores de animales, el que consideraba necesario un ejército era violento y agresor y el que no hacía el lavado ecológico, terrorista ambiental. Todas estas verdades irrebatibles se quedaban pequeñas cuando se enfrentaba al machismo. Todo lo malo del mundo era culpa directa o indirecta del machismo.

Tenía los conceptos y los límites muy claros, tan fácil como trazar la línea que separaba los buenos de los malos. Ella era buena y pasar de monja a guerrillera lo veía de lo más normal. No había cambiado casi nada, salvo por el insignificante matiz de un pequeño cambio en los ideales.

La visión sesgada de la realidad desde el monolito de la ortodoxia y el pensamiento único la llevó a intentar solucionar los problemas desde un prisma pobre y corto de miras.

Como feminista pensaba que todos los problemas se debían al machismo y las soluciones estaban en el feminismo.

Como anarquista el problema era el poder y la solución su desaparición.

Como pacifista, un mundo sin armas sería un lugar perfecto siempre que como ecologista se remediara el mundo respetando a la naturaleza.

Fueron años felices, intensos, rebosantes de novedades y descubrimientos.

La sonrisa que se dibujó en su rostro mientras recordaba se diluyó en la niebla gris del exterior al percatarse que el cigarrillo se había acabado y sólo quedaba la ceniza, gris como el presente.


La señora presidenta del gobierno de España volvía a la rutina de hacer posible lo imposible.

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