Flora
Los hombres y las mujeres tenían sus papeles perfectamente delimitados durante la dictadura. Ser un buen hombre o mujer era muy fácil, sólo había que seguir los dictados de los demás. La libertad no era un valor. Si hacías lo que “debías hacer”, según la moral vigente, podías vivir tranquilo, sin críticas ni menosprecios.
Los hombres debían trabajar y entregar el sueldo en la casa. Eran los encargados de imponer la disciplina en el hogar, tanto a la esposa como a los hijos, pero sin llegar a una violencia excesiva. Cumplían con el Estado con su lealtad y falta de crítica y con la Iglesia acudiendo a misa los domingos y fiestas de guardar. Podían echar alguna canita al aire, siempre que fueran discretos.
Las mujeres debían trabajar en casa, cuidar de los hijos, evitar salir a la calle, excepto para ir a comprar o a la iglesia, no les debía gustar el sexo, pero sí soportarlo (siempre dentro del sacramento del matrimonio) y obedecer al padre primero y al marido después. El mayor éxito de cualquier mujer era tener a los hijos gordos y limpios y la casa en perfecto estado de revista.
El que no se saliera del redil, estrecho pero perfectamente marcado, contaba con el beneplácito de todos. Y la mayoría lo seguían alegremente. El que quería ser diferente era señalado con el dedo y lo podía llegar a pasar mal. Eran tiempos en que los borregos eran felices y las águilas criticadas.
Mi tía Flora era águila. Quizás por eso vivía en el noveno piso. Que yo sepa, no frecuentaba iglesias pero sí la calle. Le gustaba salir y divertirse con Manolo, su marido. Era moderna, al menos para los cánones de la época. Hasta usaba pantalones. Tenía su casa limpia, otra cosa era impensable, pero no era una maniática de la limpieza y prefería divertirse con sus hijas que bailar con su fregona. La relación con Manolo tampoco era la usual en su entorno. Disfrutaban juntos y estaban más unidos por el amor que por el deber. Tampoco tenían la jerarquía habitual del mando masculino y el servilismo femenino.
Tuvieron tres hijas, pero el año de mi llegada a Sardañola sólo estaba incubándose su primer bebé, una preciosa niña que vino al mundo con graves problemas cardiacos. La tenacidad de ambos consiguió que fuera operada con éxito por un experto cirujano cardiovascular. Muchas horas de sufrimiento compartido y de esperanzas de futuro, lejos de dificultar la relación del matrimonio, lo fortaleció para siempre. María José creció sana y luce una tremenda cicatriz a lo largo de todo el tórax. Nacer en Barcelona le salvó la vida. Después le siguieron Reme y Montse (nombre poco andaluz, pero adecuado para unos seres agradecidos con Cataluña) para completar una familia con cuatro bellezones.
Manolo era un hombre guapo, divertido, nariz aguileña y unos ojos claros que serían la envidia de cualquier Don Juan y, que a buen seguro, habrían sido la perdición de más de una Doña Inés. Tenía cierto aire chulesco que nada tenía que ver con su verdadera naturaleza: trabajador, cabal, excelente padre y mejor esposo. Nunca lo vi enfadado, aunque supongo que tendría sus momentos. Compaginaba varios trabajos a la vez, alguno nocturno, pero esas interminables jornadas no terminaban en queja ni victimismo. Estaba labrando un futuro para su familia, se sentía necesario y lo era, y su Flora lo recompensaba con algo que nunca debe faltar en una relación de pareja, su admiración.
Esta manera tan peculiar de vivir, aunque no era criticada abiertamente ni nunca fue despreciada, no era bien comprendida por una parte de la familia, más tradicional, que la disculpaba con un “es que le gusta demasiado la calle”.
Mi relación con ellos nunca fue estrecha, pero sí cariñosa y respetuosa. Alguna vez comía en su casa, pero teniendo a mi tía Lina tan cerca, ni la misma Virgen María me hubiera tenido más de dos horas lejos de mi Sigrid.
3 comentarios:
Estoy enganchada a este blocs , había muchas cosas que desconocía y otras que descubro otro punto de vista pero la verdad que lo miro cada 2 días y me encanta cuando has escrito,gracias. Un beso Reme ( prima malaga)
Esa parcelita en el cielo.... La tienen ganada y con creces! Hasta k no he sido madre no he llegado a comprender por todo lo que han pasado, ahora me toca esperar ser abuela, jjj. Son de admirar y aún hoy siguen luchando, mis pies y mis manos, los quiero con locura. Gracias Juan por dedicarles palabras tan bonitas. Por cierto, nos tienes enganchadas a las 3! Montse
Muchas gracias primas. Sólo escribo lo que sentí a lo largo de mi infancia, lo que percibía y en muchos casos lo que aún percibo. Fueron buenos y malos tiempos, hubo de todo.
Vuestros padres realmente fueron y son especiales, diferentes. Construyeron su mundo a su medida, y les costó muchísimo, pero siempre miraron hacia delante, sin temor y con la complicidad que sólo se logra con el amor de verdad. Dan con una generosidad sin límites y no son de los que luego pasan factura.
Un besazo para vosotras tres y para vuestros padres. Cuentan con mi admiración.
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