domingo, 10 de febrero de 2013

Palabras para una vida 13


Mi primera y última borrachera
Los bares, tabernas y cervecerías eran patrimonio masculino. En alguna ocasión se reunía la familia en torno a unas buenas cervezas (coca colas, pepsis, mirindas y fantas para los peques) y unas raciones. 

Una cervecería al borde del río que dividía Sardañola, fue testigo de mi segunda gran trastada tras mi primera comunión. La primera fue minuciosamente preparada, magistralmente desarrollada y brillantemente finalizada, pero la segunda fue un desastre de estrategia, pésimamente llevada y peor terminada. 

Todos mis tíos “catalanes”, con sus respectivas parejas, se reunieron para pasar una buena noche de sábado con el fresco, las buenas vistas del río y una mejor conversación. Tan a gusto estaban que no se dieron cuenta de que todos los culillos de cerveza desaparecían misteriosamente. Más cerveza se pedía, más cerveza desaparecía. Sólo un personajillo enano de 7 años sabía lo que sucedía. 

Se me ocurrió gastarles una broma ocultándome debajo de la mesa y cogiendo las jarras, pero para no ensuciar el suelo, en vez de derramarlas me las bebía y las dejaba convenientemente vacías de donde las había cogido. Conforme pasaba la noche, el suelo seguía limpio, pero algo borroso e incluso empezó a moverse. Me hacía mucha gracia ese cambio en el suelo, demasiada gracia. Empecé a reírme a carcajadas, cosa nada habitual en mí, y mis tíos se quedaron asombrados ante semejante hilaridad. Mayor fue su asombro cuando a las risas le siguieron las palabras, o el chapurreo que salía de mi boca. ¡Pero este niño está borracho¡. Pues sí, como una cuba.

Se terminó la fiesta. Las calles las habían estrechado y los edificios se tambaleaban a mi paso. La tierra se movía y los árboles daban vueltas a mi alrededor. El mundo había cambiado y no me había dado cuenta. A gritos de visca el Barsa (aún no conocía Asturias patria querida), llegamos a casa y llegaron los vómitos. Nunca me había sentido tan mal. Todo me daba vueltas y pensé que no volvería a ver la luz del día, pero cuando la vi me dañaba los ojos y el dolor de cabeza era espantoso.

Nada mejor que experimentar algo desagradable en la infancia para no repetirlo posteriormente. Jamás he vuelto a esconderme debajo de las mesas para birlar cerveza a los mayores.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Jajajaja que bueno! Mi cuñada también la cogió pero de anís! Acabó debajo de la cama y 2 días durmiendo!
Montse

Juan dijo...

Pues de anís me han dicho que son mucho peores, uffff¡¡¡¡