domingo, 21 de abril de 2013

Palabras para una vida 37


Relaciones Iglesia-Juan
Era muy piadoso. Iba a misa todos los domingos y fiestas de guardar, me abstenía de comer carne en cuaresma, de eso ya se encargaba mi madre, participaba con mi hucha de negrito en el Domund, aunque si era de un chinito tampoco le ponía pegas. Confesaba cuando era menester, que lo era demasiado a menudo, y rezaba con frecuencia. Hasta hubo un tiempo muy lejano en que quería ser misionero, porque con mi competitividad, a ser bueno tampoco me iba a ganar nadie. 

No era consciente del trato tan diferente que las sotanas tenían con los alumnos más acaudalados o influyentes respecto a los que teníamos padres menos opulentos. Tampoco era consciente de la enorme distancia que había entre lo que predicaban y practicaban. Me rechinaba que siempre tuvieran la verdad absoluta de su parte. Ellos, y sólo ellos, sabían lo que estaba bien y mal. 

Pero ninguna de estas cosas se hicieron evidentes hasta que descubrí los placeres de la carne, de la mía propia por supuesto, la carne de mujer era coto privado de los hombres casados como Dios mandaba, que curiosamente coincidía con lo que mandaba la Santa Madre Iglesia. Siempre que iba a confesar, el primer y más importante tema a debate que me sacaba a colación el confesor era si me había “tocado”. No entendía la pregunta y, en mi candidez, siempre respondía que era imposible no tocarse, tras lo que el sacerdote de turno me miraba con beatífica paz y se enorgullecía de mi inocencia. Hasta que un día dejé de ser cándido y sí supe a qué se refería. Cuando confesé el terrible pecado, todos los infiernos y desgracias futuras cayeron sobre mí. Me iba a quedar ciego, al final se quedó sólo en miopía, mi médula se iba a secar, me imagino que a estas alturas estará como una alpargata de beduíno, la locura se adueñaría de mi mente,   en esto sí es posible que tuviera algo de razón, y ardería en los fuegos del infierno eternamente, siempre he vivido en Córdoba y Sevilla, así que en esto también acertó. 

Fue la última vez que me confesé. Nunca volví a misa, salvo para actos de la BBC, a pesar de las presiones de mis padres, y comencé a ser consciente de la inmensa farsa que vendían y el gran fraude que cometían. Los que decían ser pobres y actuar para ellos, siempre estaban en casa de los ricos. El Papa nos exhortaba a dar de comer al hambriento desde el palacio más lujoso del mundo. Eran infalibles, por mucho que la  historia demostrara por activa y por pasiva que se equivocaban constantemente. Había que pedir perdón, pero ellos nunca lo pedían. La castidad fuera del matrimonio era forzosa, pero dos compañeros de mi clase sufrieron abusos sexuales por un cura que fue trasladado, tras las protestas de los padres, a otro colegio de Badajoz, una medida muy prudente y acertada sin duda.

La bondad se manifiesta en como se usa el poder cuando se tiene. Creo que la gran mayoría de personas e instituciones no pasan la prueba. La Iglesia, menos que nadie. Cuando lo ha tenido ha matado, torturado, vejado e impuesto su doctrina tanto a católicos como a los que no lo son, y no hablo de tiempos lejanos. En España, hasta 1975, es decir mientras se le consentía, dictaba a su antojo las normas morales de obligado cumplimiento para todos e imponía los castigos para el infeliz que se descarriara de sus “enseñanzas”.

De pío pasé a anticlerical radical y, durante muchos años, toda la paz y la sensatez que pudiera tener se esfumaban en cuanto salía a relucir el tema religión. Las venas se me salían del cuello y los gritos e insultos brotaban con natural espontaneidad de mi otrora devota boca.

Ya no sufro con las tonterías de la Santa Madre. Decidí que penar por lo que no puedo cambiar no merece la pena. He aprendido a ser más ecléctico e incluso reconozco alguna de las pocas bondades de esta pandilla, pero ya no forman parte de mi vida.