Primera comunión
Preguntaron que niños iban a hacer la primera comunión en el colegio, lo que conllevaba que la preparación iba a ser allí. No dudé al decir que yo la haría en mi barrio, con ello conseguía dos horas de soledad en la clase todos los días mientras los demás se preparaban en la capilla. No informé de ello a nadie y mi madre se afanaba en comprarme mi traje de Almirante para la ceremonia, supuestamente en el colegio.
El día de la ceremonia, bien limpio y reluciente, luciendo con orgullo mi traje de almirante, me fui de la mano de mis padres al salón de actos de los Maristas, donde no me esperaban. La cara del Hermano José era un poema, pero fue lo suficientemente delicado como para apartarme de los demás y, a solas, preguntarme qué hacía allí. Yo le respondí que venía para hacer la primera comunión. ¡Pero si no estás preparado¡ me respondió. Con toda mi parsimonia y tartamudez le dije que no iba a estar preparado en la vida, que con tanta gente, me supiera o no lo que tenía que decir, no me iba a salir ni una sola palabra. ¿Porqué lo has hecho?. Porque no me gusta hablar en público, no me gusta que se rían de mí, le aseguré. No hizo falta nada más. Me miró con comprensión, me metió en la fila y se fue a hablar con el sacerdote. Cuando llegó mi turno de comulgar comprobé con enorme alivio que no me obligaban a decir la fórmula y me dieron directamente la hostia, religiosamente hablando. Mis padres nunca se llegaron a enterar de lo que sucedió.
Realmente mis padres nunca supieron casi nada de mí, ya me cuidaba yo de que no supieran nada. Ante ellos aparentaba ser un niño normal, que salía de casa para jugar con amigos, que leía mucho, no daba problemas de ningún tipo y sacaba unas magníficas notas. Era el niño perfecto, el futuro ingeniero (para mi padre no había nada tan elevado como ser ingeniero), educado, poco hablador, como tenían que ser los niños, nada rebelde (en casa, claro). Cumplía como hijo y se conformaban con esa imagen que trataba de venderles con tanto éxito.
Sólo mostraba rebeldía cuando mi madre me pegaba de manera injusta a mi entender. Me encerraba en el baño y lloraba durante horas. Cuando me pegaba con razón no salía de mí ni una sola protesta. Lo hacía a propósito, tenía demasiada experiencia en los asuntos de no dejarme avasallar. Hasta tal punto debía ser irritante oírme llorar a grito pelado desde el wáter que mi madre se cuidaba muy mucho de pegarme si no estaba segura de llevar razón. Gracias a esto me libre de muchas tundas.
Mi padre sólo me pegó una vez, pero la paliza fue de campeonato y estuve en cama un tiempo con las huellas de la correa en mi espalda. Según me contó mucho más tarde mi hermana, cogí un cuchillo y con él amenacé a toda la familia. Sé que fue la temporada en que luchaba a diario en el colegio y para mí la vida era un infierno, pero no recuerdo nada más. Todo lo intuyo de una manera muy borrosa. Mi madre me pegó injustamente, cogí el cuchillo y le dije que no me volviera a tocar nunca más, que ella no era mi madre. Antoñi vino asustada y también la amenacé a ella. Por último, mi padre acudió, me quitó el cuchillo y no sé nada más. En la convalecencia sólo pensaba en mi tía Lina. Todas mis lágrimas las dirigía hacia ella.
Dejé de comer, la tristeza que ocultaba salió en todo su esplendor y no hablaba con mis padres, a pesar de lo mucho que lo intentaron. No sé si fueron semanas o meses, pero cuando el curso estaba finalizando y yo estaba en los huesos, mis padres me anunciaron que me iría a Barcelona para estar con mi tía Lina todo el verano. Les abracé como pocas veces he abrazado a alguien. Mientras lloraba de alegría, mi madre también lloraba…..
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