Esta y otras muchas frases similares nos inundan últimamente. Y no estoy en desacuerdo con ellas, pero hay que tomarlas desde una perspectiva algo más racional.
Es cierto que tenemos un potencial mucho mayor del que creemos y un apego excesivo a no arriesgar, a quedarnos en lo conocido, por malo que sea, a no cambiar cuando lo que tenemos no nos satisface. El mundo no lo modifica quien se conforma sino quién innova, quien es diferente y no pretende hacer lo mismo que hacen los demás.
Limitamos nuestras capacidades porque no exploramos la verdadera dimensión de las mismas. Somos capaces de hacer más, mucho más, pero nos frenamos. Detrás de ese freno suele haber miedo. Y el miedo a lo desconocido nos ancla en la seguridad de lo conocido, muchas veces insatisfactorio.
Desde este punto de vista, los “si quieres puedes”, “sólo hazlo”, “haz realidad tus sueños”, “haz posible lo imposible”, pueden servir de revulsivo para explorar nuevas posibilidades y hacer nuestra vida más acorde con nuestras aspiraciones. Y si son millones los que lo intentan, todos nos beneficiaremos de los logros individuales. Tendremos una sociedad más próspera, pero sobre todo, más feliz.
Pero nuestras capacidades, siendo muy superiores a lo que nos creemos, no son infinitas. En lo emocional es posible que no tengamos límites en la mejora. Pero no siempre es posible para todos hacer realidad los sueños, por mucho empeño que se ponga, sobre todo en los aspectos profesionales: vivir de lo que nos gusta. Son cientos de miles de escritores españoles los que no van a poder vivir de la literatura. Son millones de pintores los que no van a poder vivir de la pintura. Y así podemos seguir desgranando multitud de profesiones.
En estos casos, que son legión, es mejor aprender a amar lo que hacemos en vez de hacer lo que amamos.
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