De un magnífico reportaje de El País he rescatado el siguiente documento. Es un artículo de Social Psychological and Personality Science
http://spp.sagepub.com/content/early/2012/01/18/1948550611434786.full.pdf+html
Estudia como y porqué funciona la mente conspiranoica.
En este ensayo se demuestra que las personas con mente conspiranoica son capaces de creer que dos hechos incompatibles son ciertos. Por ejemplo, se muestran convencidos de que Lady Di fue asesinada por los Servicios Secretos y, a la vez, creen que sigue viva. Lo mismo sucede con Bin Laden.
La razón está en que los conspiranoicos no piensan de forma inductiva, sino de manera deductiva.
La mente inductiva busca, observa y analiza datos y, de esos datos, obtiene una explicación al hecho estudiado. Es la mente científica. Necesita de un principio necesario: sólo le interesa saber el porqué, no tiene interés en que la respuesta sea una determinada.
La mente deductiva conoce un hecho y, su sistema de valores, prima sobre las pruebas o los hechos. No le interesa saber lo que pasó. Le interesa llegar a una conclusión que afiance su sistema de valores. Si en su escala de valores prima la desconfianza hacia la autoridad, y ésta dice que Bin Laden murió en un ataque americano, no buscará ninguna prueba para saber que pasó, buscará cualquier indicio que demuestre que la autoridad mintió, porque su escala de valores está por encima de una verdad que no le interesa. Es el prejuicio llevado a su máxima expresión. Cuando hay intención de condenar siempre terminan apareciendo pruebas, por frágiles que sean.
Evidentemente este estudio no descubre nada nuevo, pero demuestra científicamente porqué con mentes así nunca se construirá nada sano: no quieren conocer la realidad, prefieren retorcerla para que encaje en su sistema de valores.
Todos convivimos con personas así. Es mucho más frecuente de lo que pensamos y probablemente sean mayoría.
En una sociedad con mente inductiva no habría existido el sexismo, racismo, homofobia ni tantos prejuicios que nos azotan. Sin mentes así no se exculparía con tanta facilidad al partido en el que creo ni culparía de todo a los que no piensan como yo. No se repartirían tan a la ligera las culpabilidades de esta crisis. No se defendería de manera tan fanática a Garzón.
La realidad y la verdad no siempre son como nos gustaría que fueran, pero mejor vivir sin distorsiones.
miércoles, 29 de febrero de 2012
lunes, 27 de febrero de 2012
De soledades
Nací en un barrio aislado de Córdoba, de casitas blancas, con ritmo de vida rural. Casas abiertas, patios con macetas, salida nocturna a la calle con las sillas y mecedoras para hacer vida comunitaria, todos a una ante la desgracia de un convecino, partos en las casas y niños jugando solos en el exterior y reprendidos por cualquier adulto que pasara. También chismorreos y meterse en las vidas ajenas. En fin, con todo lo bueno y lo malo de vivir en comunidad.
En mi anterior entrada comentaba que jamás se había tenido en España un nivel de vida tan alto como en los últimos años, pero jamás han habido tantas quejas.
Al margen de los banqueros, neoliberales, corrupciones y demás, que siempre han existido y posiblemente con mucha más fuerza, una buena parte de culpa la tiene la soledad en la que vivimos.
La comunidad ha muerto. Se ha pasado de la fraternidad social a la familia como eje central y casi único de nuestras relaciones. La intimidad ya no se comparte. Hay un muro infranquable en la puerta de cada hogar y los de fuera se convierten en simples amigos o compañeros de trabajo con los que charlar de vez en cuando, pero sin formar la comunidad, la tribu que siempre ha existido.
La vida rural con su vida comunal ha desaparecido. Antes habían dictadores, nobles impresentables, curas impositores, pero las desgracias se compartían entre todos y una parte de poder, aún insignificante, pertenecía al pueblo entero. Ahora nos encontramos solos ante la adversidad. No nos podemos apoyar en el resto de la comunidad. Vivimos aislados y con la sensación que, estando tan solos, nada podemos hacer frente al poder.
Vas a la manifestación llena de desconocidos. Durante unas horas hablas el mismo idioma de otros miles, pero tras la misma, todos vuelven a casa y se vuelven a encerrar en su soledad, en su aislamiento. Y lo malo de esta soledad es que se convierte en rutina. Ya no sabemos interactuar. Vas al gimnasio y cada uno se dedica a lo suyo sin apenas entablar relación con el resto. Vas al mercado, al hiper, la barbería o a la mercería de la esquina y sucede exactamente lo mismo.....rutinas de soledad.
El primer paso para repartir el poder es volver a crear comunidad, aun en las grandes ciudades.
En mi anterior entrada comentaba que jamás se había tenido en España un nivel de vida tan alto como en los últimos años, pero jamás han habido tantas quejas.
Al margen de los banqueros, neoliberales, corrupciones y demás, que siempre han existido y posiblemente con mucha más fuerza, una buena parte de culpa la tiene la soledad en la que vivimos.
La comunidad ha muerto. Se ha pasado de la fraternidad social a la familia como eje central y casi único de nuestras relaciones. La intimidad ya no se comparte. Hay un muro infranquable en la puerta de cada hogar y los de fuera se convierten en simples amigos o compañeros de trabajo con los que charlar de vez en cuando, pero sin formar la comunidad, la tribu que siempre ha existido.
La vida rural con su vida comunal ha desaparecido. Antes habían dictadores, nobles impresentables, curas impositores, pero las desgracias se compartían entre todos y una parte de poder, aún insignificante, pertenecía al pueblo entero. Ahora nos encontramos solos ante la adversidad. No nos podemos apoyar en el resto de la comunidad. Vivimos aislados y con la sensación que, estando tan solos, nada podemos hacer frente al poder.
Vas a la manifestación llena de desconocidos. Durante unas horas hablas el mismo idioma de otros miles, pero tras la misma, todos vuelven a casa y se vuelven a encerrar en su soledad, en su aislamiento. Y lo malo de esta soledad es que se convierte en rutina. Ya no sabemos interactuar. Vas al gimnasio y cada uno se dedica a lo suyo sin apenas entablar relación con el resto. Vas al mercado, al hiper, la barbería o a la mercería de la esquina y sucede exactamente lo mismo.....rutinas de soledad.
El primer paso para repartir el poder es volver a crear comunidad, aun en las grandes ciudades.
domingo, 26 de febrero de 2012
Lucha social
Durante los siglos XVIII, XIX y XX se sucedieron los movimientos que han cambiado por completo el panorama de libertades y el reparto más justo de la riqueza. El marxismo, el sindicalismo, el feminismo y el capitalismo, los más importantes pero no los únicos, han cambiado el nivel de vida de la gente y han conseguido que nuestra sociedad sea más equitativa, justa, racional, formada y decente.
La lucha ha sido brutal y ha dejado innumerables muertos, presos y sufrimientos de todo tipo en las personas que no se conformaron con el satus quo de la nobleza y el clero. A todos ellos les debemos gran parte de lo que disfrutamos ahora.
Pero el trabajo no está acabado. Hay mucho trecho recorrido, el más duro, pero queda mucho por hacer.
Y en el trabajo que queda por hacer, ya no sirven los métodos que tuvieron que emplear nuestros antepasados (que no tuvieron más remedio). Se ha conseguido un sistema de libertades que, aún imperfecto, da cabida para poder afrontar el auténtico reto al que nos enfrentamos, que no es económico, por mucho que la crisis esté haciendo sufrir, sino de reparto de poder.
El marco político actual es a todas luces insatisfactorio. Y todos somos responsables de ello. Por ingenuidad, inocencia o simple dejadez, la inmensa mayoría de la sociedad ha dado el poder a unos pocos, ya sea a través de las urnas, y sólo de las urnas, ya sea por dejar que la creación de riqueza esté en manos ajenas, conformándonos con un sueldo, y no entrando a ser agentes activos en la economía.
Las pancartas, las manifestaciones, las quejas, los movimientos de indignados, los silbatos o la violencia, que en su día fueron imprescindibles, hoy son ineficaces y absurdos. No más pedir, no más "exijos". Todo ello no son más que formas pasivas de descargar emociones. Como mucho pueden servir para que el de arriba "conceda" una mínima lismona para que, dando algo, todo quede igual.
Tenemos armas mucho más poderosas que la queja, armas que nuestros padres y abuelos consiguieron darnos a base de mucho dolor: las libertades. Y con esa libertad, si la usamos de verdad, sí que cambiaremos la forma de hacer política, sí que conseguiremos ese reparto de poder.
Pero la libertad es tremendamente incómoda. Supone entrar de lleno en la vida política de la comunidad, entrar o crear asociaciones de vecinos, asociaciones de pacientes dispuestos a trabajar codo con codo con los sanitarios para colaborar en la mejora de la Salud de la población. Supone que las asociaciones de padres de alumnos estén abarrotadas de padres dispuestos a trabajar y colaborar en todo con los colegios. Supone que el funcionario no cumpla sólo con su trabajo sino que se implique activamente en la mejora contínua de los servicios. Supone que millones de trabajadores no paguen sólo su cuota sindical, sino que participen activamente en las políticas de los sindicatos. Supone que millones de personas se afilien o creen partidos políticos y obliguen a abrir debates internos y a democratizar internamente esos partidos. Supone que millones de personas dejen de buscar empleo o se presenten a oposiciones y empiecen a pensar en crear empleo.
No es hora de la queja sino de la acción.
La lucha ha sido brutal y ha dejado innumerables muertos, presos y sufrimientos de todo tipo en las personas que no se conformaron con el satus quo de la nobleza y el clero. A todos ellos les debemos gran parte de lo que disfrutamos ahora.
Pero el trabajo no está acabado. Hay mucho trecho recorrido, el más duro, pero queda mucho por hacer.
Y en el trabajo que queda por hacer, ya no sirven los métodos que tuvieron que emplear nuestros antepasados (que no tuvieron más remedio). Se ha conseguido un sistema de libertades que, aún imperfecto, da cabida para poder afrontar el auténtico reto al que nos enfrentamos, que no es económico, por mucho que la crisis esté haciendo sufrir, sino de reparto de poder.
El marco político actual es a todas luces insatisfactorio. Y todos somos responsables de ello. Por ingenuidad, inocencia o simple dejadez, la inmensa mayoría de la sociedad ha dado el poder a unos pocos, ya sea a través de las urnas, y sólo de las urnas, ya sea por dejar que la creación de riqueza esté en manos ajenas, conformándonos con un sueldo, y no entrando a ser agentes activos en la economía.
Las pancartas, las manifestaciones, las quejas, los movimientos de indignados, los silbatos o la violencia, que en su día fueron imprescindibles, hoy son ineficaces y absurdos. No más pedir, no más "exijos". Todo ello no son más que formas pasivas de descargar emociones. Como mucho pueden servir para que el de arriba "conceda" una mínima lismona para que, dando algo, todo quede igual.
Tenemos armas mucho más poderosas que la queja, armas que nuestros padres y abuelos consiguieron darnos a base de mucho dolor: las libertades. Y con esa libertad, si la usamos de verdad, sí que cambiaremos la forma de hacer política, sí que conseguiremos ese reparto de poder.
Pero la libertad es tremendamente incómoda. Supone entrar de lleno en la vida política de la comunidad, entrar o crear asociaciones de vecinos, asociaciones de pacientes dispuestos a trabajar codo con codo con los sanitarios para colaborar en la mejora de la Salud de la población. Supone que las asociaciones de padres de alumnos estén abarrotadas de padres dispuestos a trabajar y colaborar en todo con los colegios. Supone que el funcionario no cumpla sólo con su trabajo sino que se implique activamente en la mejora contínua de los servicios. Supone que millones de trabajadores no paguen sólo su cuota sindical, sino que participen activamente en las políticas de los sindicatos. Supone que millones de personas se afilien o creen partidos políticos y obliguen a abrir debates internos y a democratizar internamente esos partidos. Supone que millones de personas dejen de buscar empleo o se presenten a oposiciones y empiecen a pensar en crear empleo.
No es hora de la queja sino de la acción.
viernes, 24 de febrero de 2012
La dura vida del indignado
El indignado se levanta cada mañana de una cama calentita con el mono de encontrar algo que le indigne. Desayuna su buena tostada de aceite con tomate, café y zumo de naranja, pero si no lee algo en el periódico o en internet que haga estallar su justa indignación se siente perdido.
Se ducha con agua caliente, escoje entre una buena cantidad de ropa y zapatos lo que se pondrá para ir al trabajo (o a la calle si está parado) y rumia todo lo leído para aumentar la ira que le debe corroer.
Coge su coche y se prepara para indignarse por los atascos y las barbaridades de los demás (el jamás hace barbaridades ni es responsable de ese caos circulatorio, como si su coche no fuera uno de los que atascan). Vaya, no hay aparcamiento. Diatriba contra el Ayuntamiento por no preveer que, miles de personas a la vez, van a concentrar sus miles de coches a la vez en el mismo sitio.
Llega a su puesto de trabajo y busca todos los defectos de la empresa, colegio, universidad o lo que se tercie. Todo está mal, todo es injusto, nadie hace las cosas bien. Sólo tiene gafas para ver recortes y pérdidas de derechos por todos sitios. El grado de indignación sube y sube. La adrenalina se va desparramando por doquier.
De vuelta a casa sólo piensa en lo mal que está en el mundo mientras almuerza un buen guiso, con un buen pan y un buena cerveza.
No hay risas en la mesa con la pareja y los hijos. Está tan indignado que no tiene humor para aguantar las chorradas de su familia. Mientras el mundo no cambie, la indignación debe prevalecer.
Cena, ve la televisión, a ser posible aquel programa que le subleva y que puede criticar con acidez, y se va a la cama satisfecho de su día. Nadie puede decir que no es crítico, que no tiene personalidad, que no es solidario, que no es maduro.
Si alguna vez los demás le hicieran caso, entonces sí que cambiaba el mundo.
Se ducha con agua caliente, escoje entre una buena cantidad de ropa y zapatos lo que se pondrá para ir al trabajo (o a la calle si está parado) y rumia todo lo leído para aumentar la ira que le debe corroer.
Coge su coche y se prepara para indignarse por los atascos y las barbaridades de los demás (el jamás hace barbaridades ni es responsable de ese caos circulatorio, como si su coche no fuera uno de los que atascan). Vaya, no hay aparcamiento. Diatriba contra el Ayuntamiento por no preveer que, miles de personas a la vez, van a concentrar sus miles de coches a la vez en el mismo sitio.
Llega a su puesto de trabajo y busca todos los defectos de la empresa, colegio, universidad o lo que se tercie. Todo está mal, todo es injusto, nadie hace las cosas bien. Sólo tiene gafas para ver recortes y pérdidas de derechos por todos sitios. El grado de indignación sube y sube. La adrenalina se va desparramando por doquier.
De vuelta a casa sólo piensa en lo mal que está en el mundo mientras almuerza un buen guiso, con un buen pan y un buena cerveza.
No hay risas en la mesa con la pareja y los hijos. Está tan indignado que no tiene humor para aguantar las chorradas de su familia. Mientras el mundo no cambie, la indignación debe prevalecer.
Cena, ve la televisión, a ser posible aquel programa que le subleva y que puede criticar con acidez, y se va a la cama satisfecho de su día. Nadie puede decir que no es crítico, que no tiene personalidad, que no es solidario, que no es maduro.
Si alguna vez los demás le hicieran caso, entonces sí que cambiaba el mundo.
jueves, 23 de febrero de 2012
Modelos educativos
No hay buenos o malos alumnos. Hay buenos y malos educadores. Y cuando hablo de buenos educadores pienso fundamentalmente en los padres.
Un buen educador es el que respeta y ensalza las potencialidades de cada alumno. Hasta el alumno más torpe de la clase ha nacido con un don que lo hace único y que si lo consigue desarrollar terminará siendo una persona equilibrada y feliz.
Nacemos con una capacidad creativa innata que se mata sistemáticamente para igualarnos. Rara vez se educa de verdad a un niño. Lo que la gente llama educación es realmente una doma, un adoctrinamiento para encajar en la cultura dominante del país.
En el mundo se discute sobre si es conveniente la educación mixta o segregada por sexos. Si es o no aceptabe educar en casa sin la obligatriedad de acudir a un colegio. Si hay que incluir o no Educación para la Ciudadanía o Religión. Bueno, en España ni se discute, directamente se imponen modelos al albur del partido que gane las elecciones.
Pero lo realmente importante ni se pone encima del tapete. ¿Qué hay que enseñar a los niños?. ¿Cómo hay que instruirles?. ¿Es mejor imponer conocimientos o profunduzar en el conocimiento propio?. Si les enseñamos a conocerse, ¿quién mejor que el propio alumno es el más adecuado para decidir los conocimientos que quiere tener?. Queremos una sociedad libre, pero nos da un enorme miedo la verdadera libertad. Por eso es mejor dejar atada y bien atada la educación de los niños con un sistema rígido, impersonal, frío, desmotivador, igualador y asesino de creatividades.
No hay que ocuparse tanto del hemisferio cerebral izquierdo (razón) y empezar a dejar fluir el derecho (emoción).
En el educar debe estar incluida la fórmula para que cada sueño sea más fácil de hacerse realidad. Y para ello, hay que confiar mucho más en las potencialidades innatas del niño, que son infinitamente más creativas e imaginativas que la de nuestros adolescentes capados.
Un buen educador es el que respeta y ensalza las potencialidades de cada alumno. Hasta el alumno más torpe de la clase ha nacido con un don que lo hace único y que si lo consigue desarrollar terminará siendo una persona equilibrada y feliz.
Nacemos con una capacidad creativa innata que se mata sistemáticamente para igualarnos. Rara vez se educa de verdad a un niño. Lo que la gente llama educación es realmente una doma, un adoctrinamiento para encajar en la cultura dominante del país.
En el mundo se discute sobre si es conveniente la educación mixta o segregada por sexos. Si es o no aceptabe educar en casa sin la obligatriedad de acudir a un colegio. Si hay que incluir o no Educación para la Ciudadanía o Religión. Bueno, en España ni se discute, directamente se imponen modelos al albur del partido que gane las elecciones.
Pero lo realmente importante ni se pone encima del tapete. ¿Qué hay que enseñar a los niños?. ¿Cómo hay que instruirles?. ¿Es mejor imponer conocimientos o profunduzar en el conocimiento propio?. Si les enseñamos a conocerse, ¿quién mejor que el propio alumno es el más adecuado para decidir los conocimientos que quiere tener?. Queremos una sociedad libre, pero nos da un enorme miedo la verdadera libertad. Por eso es mejor dejar atada y bien atada la educación de los niños con un sistema rígido, impersonal, frío, desmotivador, igualador y asesino de creatividades.
No hay que ocuparse tanto del hemisferio cerebral izquierdo (razón) y empezar a dejar fluir el derecho (emoción).
En el educar debe estar incluida la fórmula para que cada sueño sea más fácil de hacerse realidad. Y para ello, hay que confiar mucho más en las potencialidades innatas del niño, que son infinitamente más creativas e imaginativas que la de nuestros adolescentes capados.
martes, 21 de febrero de 2012
Guerreros valientes o cobardes
Todos los países tienen miles de historias para ensalzar o denostar a los guerreros que participaron en distintas guerras o batallas de su historia. Pero a los que lucharon se les juzga, en positivo o negativo, en base a unos criterios muchas veces discutibles o directamente enojosos.
El que mata mucho y bien, el que arriesga la vida para hacer más daño al enemigo, el que tiene un alto sentido del deber, sea cual sea ese deber, el que gana, el que pierde pero entrega lo máximo de sí mismo (para hacer daño al adversario), el que sigue las órdenes ciegamente, el que se queda en su puesto aunque sea un suicidio y no sirva de nada a la causa que defienden, en suma, el que es un ejemplo de como matar, es considerado valiente, bravo, héroe, defensor de la patria, ejemplo para los jóvenes, orgullo para la nación.
Pero pocas, muy pocas guerras, han sido justas, si alguna vez hubo alguna.
Valiente es el que se niega a luchar en un contexto de presión mediática y social para acudir a guerrear.
Inteligente es el soldado que, obligado a matar por los que organizan guerras, se abstiene y huye.
Sabio es el que conoce el porqué de la guerra y se niega a ser marioneta de los que mandan.
Héroe es el que no pelea por las razones que le dan sino por salvar a sus compañeros de trinchera, aún arriesgando su vida.
Villano es el títere al que le dan un fusil y dispara porque es lo que le han dicho que debe hacer.
Al final de una guerra sólo habla alto y claro el general vencedor. Pero el único con el derecho a la palabra es la víctima de ese general.
El que mata mucho y bien, el que arriesga la vida para hacer más daño al enemigo, el que tiene un alto sentido del deber, sea cual sea ese deber, el que gana, el que pierde pero entrega lo máximo de sí mismo (para hacer daño al adversario), el que sigue las órdenes ciegamente, el que se queda en su puesto aunque sea un suicidio y no sirva de nada a la causa que defienden, en suma, el que es un ejemplo de como matar, es considerado valiente, bravo, héroe, defensor de la patria, ejemplo para los jóvenes, orgullo para la nación.
Pero pocas, muy pocas guerras, han sido justas, si alguna vez hubo alguna.
Valiente es el que se niega a luchar en un contexto de presión mediática y social para acudir a guerrear.
Inteligente es el soldado que, obligado a matar por los que organizan guerras, se abstiene y huye.
Sabio es el que conoce el porqué de la guerra y se niega a ser marioneta de los que mandan.
Héroe es el que no pelea por las razones que le dan sino por salvar a sus compañeros de trinchera, aún arriesgando su vida.
Villano es el títere al que le dan un fusil y dispara porque es lo que le han dicho que debe hacer.
Al final de una guerra sólo habla alto y claro el general vencedor. Pero el único con el derecho a la palabra es la víctima de ese general.
domingo, 19 de febrero de 2012
Diferencias entre erudito, culto, intelectual y sabio
Por más que he mirado en distintos diccionarios y páginas, no he encontrado unas diferencias claras entre estos conceptos. Incluso para distintos autores significan cosas diferentes.
Sin embargo yo sí aplico diferentes matices a cada una de ellas, lo cual no significa que esté en lo cierto.
El erudito es el que profundiza en una o varias ramas del saber, pero sólo hace uso de esos saberes como un disco duro con los datos, almacenarlos, pero sin procesarlos. Sabe mucho pero le sirve de poco. Son los que aprueban las oposiciones.
El culto es el que tiene gran cantidad de conocimientos variados que le permiten disfrutar de las distintas artes y discernir las distintas calidades de los artistas. Son capaces de tener juicio crítico a través de esos conocimientos. Son los maestros del conocimiento
El intelectual, además de culto, es pensador. Procesa de tal manera la gran cantidad de información que tiene que es capaz de producir información nueva y original que puede influir en el entorno. Son los maestros del pensamiento.
El sabio puede ser extremadamente culto o tener poca formación, incluso ser analfabeto, pero es capaz de aprender de todo lo que ve, oye y siente, para construir su propia filosofía de la vida. Tiene la lucidez de entender lo que le rodea sin dejarse influenciar por lo que le han enseñado. Son los maestros de la vida.
Sin embargo yo sí aplico diferentes matices a cada una de ellas, lo cual no significa que esté en lo cierto.
El erudito es el que profundiza en una o varias ramas del saber, pero sólo hace uso de esos saberes como un disco duro con los datos, almacenarlos, pero sin procesarlos. Sabe mucho pero le sirve de poco. Son los que aprueban las oposiciones.
El culto es el que tiene gran cantidad de conocimientos variados que le permiten disfrutar de las distintas artes y discernir las distintas calidades de los artistas. Son capaces de tener juicio crítico a través de esos conocimientos. Son los maestros del conocimiento
El intelectual, además de culto, es pensador. Procesa de tal manera la gran cantidad de información que tiene que es capaz de producir información nueva y original que puede influir en el entorno. Son los maestros del pensamiento.
El sabio puede ser extremadamente culto o tener poca formación, incluso ser analfabeto, pero es capaz de aprender de todo lo que ve, oye y siente, para construir su propia filosofía de la vida. Tiene la lucidez de entender lo que le rodea sin dejarse influenciar por lo que le han enseñado. Son los maestros de la vida.
sábado, 18 de febrero de 2012
Codependencia
Al que de vez en cuando se haya acercado a este blog, o a mí en persona, no le extrañará esta entrada.
La mayoría de post que he escrito gritan, desde uno u otro prisma, contra la codependencia.
Todos somos interdependientes, nos apoyamos más o menos en los demás. Al fin y al cabo, somos seres comunitarios, estamos programados para vivir en sociedad, y conlleva muchas ventajas...y algunos inconvenientes.
Pero la codependencia es una adicción, no una necesidad. Es la adicción más frecuente. De hecho, más del 90% de las personas tienen un grado mayor o menor de codependencia.
¿Qué es la codependencia?
Aunque esta palabra no está en el diccionario de la RAE, el concepto es claro: consiste en estar centrados en otra persona o circunstancia fuera de nosostros mismos. Supone una actitud en la vida que suele ser fomentada y aplaudida por el entorno como un rasgo propio de la generosidad, bondad, incluso amor (véase una entrada previa sobre "Las mujeres que aman demasiado").
Ser una buena madre, un buen hijo o un buen esposo significa preocuparse por el otro más que por sí mismo: es el sumun de la santidad. Sin embargo, no es más que una conducta adictiva caracterizada por el control obsesivo en los problemas o circunstancias de otros en detrimento de los propios. Son personas que se autoimponen ser los salvadores de otro u otros. Cuidan y se involucran en las vidas de los demás para salvarlos, ya sea del alcoholismo, del ateísmo o de cualquier circunstancia que consideren negativa para la vida del otro. Se preocupan tanto de "salvar a los demás" que terminan convirtiendo sus propias vidas, y la de los que intentan salvar, en un caos.
Cuando no consiguen salvar al otro, como en cualquier otra obsesión, en vez de parar, piensan que no han hecho lo suficiente o no lo han hecho lo suficientemente bien y redoblan sus esfuerzos cayendo en una espiral interminable de frustraciones contínuas, que terminan en el reproche, la culpa y en una falta de confianza en un mundo que no quiere cambiar como esa persona cree que debe cambiar. El fin suele ser el típico pensamiento "el mundo es una mierda", "no merece la pena", "todo es injusto".
"El codependiente sufre por cosas por las que realmente no le corresponde sufrir. Monopolizan el sufrimiento ajeno y lo hacen propio. Al mismo tiempo se olvidan de sus propios problemas" (Arturo Soria).
"Por alguna razón en algún momento de nuestra vida asumimos que nuestra obligación o deber era cuidar de los demás, que esa manera de actuar nos ennoblecía y nos confería nuestro valor más intrínseco como personas. Es por eso que podemos malgastar nuestra vida rescatando a las personas que nos rodean. Rescatar, consiste en hacer cosas por los demás que son perfectamente capaces de hacer por si mismos y que probablemente deberían estar haciendo". (Arturo Soria).
"Rescatamos cada vez que nos hacemos cargo de las responsabilidades de otro ser humano, de los pensamientos, los sentimientos, las decisiones, la conducta, el crecimiento, el bienestar, los problemas o el destino de otra persona”. (Scott Egleston).
Quieren cambiar a los demás, pero no saben cambiarse a sí mismos.
Se parte de una idea errónea: podemos cambiar a las personas que nos rodean. Y se olvida lo esencial: sólo podemos cambiar lo que depende de nosotros: nosotros mismos.
"La manera mas segura de volvernos locos es involucrarnos en los asuntos de los demás y la manera más rápida de volver a estar sanos y felices es atender nuestros propios asuntos”. Melody Beattie.
No siempre la codependencia es entre dos personas. Cada vez asistimos más a la codependencia social, a personas que se involucran demasiado en todos los problemas sociales y se olvidan de lo más importante, los propios problemas. Se sienten buenos siendo solidarios, luchando por los demás, por la justicia. Quieren (y creen que pueden) cambiar el mundo, cuando la única manera de cambiarlo en efecto es ocupándose de uno mismo.
El mundo está regido por una minoría de personas que no son codependientes.
“A fin de cuentas, los demás hacen lo que quieren hacer. Se sienten como se quieren sentir (o como se están sintiendo), piensan lo que quieren pensar, hacen las cosas que creen que necesitan hacer y cambiarán sólo cuando estén listos para cambiar. El hecho de que ellos no tengan razón y nosotros si, no importa. Tampoco importa que se estén lastimando a si mismos. No importa el hecho de que nosotros podríamos ayudarles si nos escucharan y si colaboraran con nosotros. NO IMPORTA. NO IMPORTA. NO IMPORTA, NO IMPORTA (…) La única persona a la que puedes o podrás cambiar es a ti mismo. La única persona a quien te corresponde controlar eres tú.” Melody Beattie.
La mayoría de post que he escrito gritan, desde uno u otro prisma, contra la codependencia.
Todos somos interdependientes, nos apoyamos más o menos en los demás. Al fin y al cabo, somos seres comunitarios, estamos programados para vivir en sociedad, y conlleva muchas ventajas...y algunos inconvenientes.
Pero la codependencia es una adicción, no una necesidad. Es la adicción más frecuente. De hecho, más del 90% de las personas tienen un grado mayor o menor de codependencia.
¿Qué es la codependencia?
Aunque esta palabra no está en el diccionario de la RAE, el concepto es claro: consiste en estar centrados en otra persona o circunstancia fuera de nosostros mismos. Supone una actitud en la vida que suele ser fomentada y aplaudida por el entorno como un rasgo propio de la generosidad, bondad, incluso amor (véase una entrada previa sobre "Las mujeres que aman demasiado").
Ser una buena madre, un buen hijo o un buen esposo significa preocuparse por el otro más que por sí mismo: es el sumun de la santidad. Sin embargo, no es más que una conducta adictiva caracterizada por el control obsesivo en los problemas o circunstancias de otros en detrimento de los propios. Son personas que se autoimponen ser los salvadores de otro u otros. Cuidan y se involucran en las vidas de los demás para salvarlos, ya sea del alcoholismo, del ateísmo o de cualquier circunstancia que consideren negativa para la vida del otro. Se preocupan tanto de "salvar a los demás" que terminan convirtiendo sus propias vidas, y la de los que intentan salvar, en un caos.
Cuando no consiguen salvar al otro, como en cualquier otra obsesión, en vez de parar, piensan que no han hecho lo suficiente o no lo han hecho lo suficientemente bien y redoblan sus esfuerzos cayendo en una espiral interminable de frustraciones contínuas, que terminan en el reproche, la culpa y en una falta de confianza en un mundo que no quiere cambiar como esa persona cree que debe cambiar. El fin suele ser el típico pensamiento "el mundo es una mierda", "no merece la pena", "todo es injusto".
"El codependiente sufre por cosas por las que realmente no le corresponde sufrir. Monopolizan el sufrimiento ajeno y lo hacen propio. Al mismo tiempo se olvidan de sus propios problemas" (Arturo Soria).
"Por alguna razón en algún momento de nuestra vida asumimos que nuestra obligación o deber era cuidar de los demás, que esa manera de actuar nos ennoblecía y nos confería nuestro valor más intrínseco como personas. Es por eso que podemos malgastar nuestra vida rescatando a las personas que nos rodean. Rescatar, consiste en hacer cosas por los demás que son perfectamente capaces de hacer por si mismos y que probablemente deberían estar haciendo". (Arturo Soria).
"Rescatamos cada vez que nos hacemos cargo de las responsabilidades de otro ser humano, de los pensamientos, los sentimientos, las decisiones, la conducta, el crecimiento, el bienestar, los problemas o el destino de otra persona”. (Scott Egleston).
Quieren cambiar a los demás, pero no saben cambiarse a sí mismos.
Se parte de una idea errónea: podemos cambiar a las personas que nos rodean. Y se olvida lo esencial: sólo podemos cambiar lo que depende de nosotros: nosotros mismos.
"La manera mas segura de volvernos locos es involucrarnos en los asuntos de los demás y la manera más rápida de volver a estar sanos y felices es atender nuestros propios asuntos”. Melody Beattie.
No siempre la codependencia es entre dos personas. Cada vez asistimos más a la codependencia social, a personas que se involucran demasiado en todos los problemas sociales y se olvidan de lo más importante, los propios problemas. Se sienten buenos siendo solidarios, luchando por los demás, por la justicia. Quieren (y creen que pueden) cambiar el mundo, cuando la única manera de cambiarlo en efecto es ocupándose de uno mismo.
El mundo está regido por una minoría de personas que no son codependientes.
“A fin de cuentas, los demás hacen lo que quieren hacer. Se sienten como se quieren sentir (o como se están sintiendo), piensan lo que quieren pensar, hacen las cosas que creen que necesitan hacer y cambiarán sólo cuando estén listos para cambiar. El hecho de que ellos no tengan razón y nosotros si, no importa. Tampoco importa que se estén lastimando a si mismos. No importa el hecho de que nosotros podríamos ayudarles si nos escucharan y si colaboraran con nosotros. NO IMPORTA. NO IMPORTA. NO IMPORTA, NO IMPORTA (…) La única persona a la que puedes o podrás cambiar es a ti mismo. La única persona a quien te corresponde controlar eres tú.” Melody Beattie.
domingo, 12 de febrero de 2012
Reforma laboral
La rigidez no es buena opción para nada, y menos aún para la economía.
La reforma laboral, por fin, ha terminado con una anacronismo que, en España, databa de los tiempos del franquismo.
Supone aire fresco en la economía y justicia social. Va a ser el principio del fin de la crisis.
Comprendo que a los sectores sindicales les pueda asustar. Les quita mucho poder (que ya era hora) pero en absoluto es un arma contra el trabajador sino, muy al contrario, un instrumento que hace justicia a la mayoría de buenos trabajadores y que impide el abuso sistemático que ejercían algunos empleados.
Hasta ahora en España, tener un puesto de trabajo fijo no dependía de la buena o mala marcha de la empresa ni de la buena o mala disposición de los empleados, sino de unas leyes que ataban a los empresarios que no podían despedir, ni siquiera, al que torpedeaba a la empresa desde dentro.
En épocas de vacas gordas puede funcionar, porque siempre hay personas responsables que hacen bien sus trabajos (y el de los "compañeros" que se abstienen). Pero en época de vacas flacas, cuando la actividad de la empresa disminuye y, por ende, sobra personal, el empresario no podía elegir a quien echar (pagando su correspondiente indemnización), sino que era un criterio tan absurdo como el tiempo que llevaba en la empresa, el que decidía quién se tenía que ir. De esta manera, en demasiadas ocasiones, se quedaban los que no trabajaban y se despedía a los que sí daban el callo, todo ello con la connivencia de los sindicatos. Esto no es justicia.
Por otra parte, si una empresa está pasando por apuros y tiene que despedir trabajadores, la enorme cuantía que tenía que desembolsar hacía que esos apuros se multiplicasen. Por eso, la mayoría optaba por cerrar y despedir a todos. Salía más rentable.
Por otro lado, una empresa no tenía la opción, como en Alemania, de disminuir el horario de trabajo de sus empleados con el consiguiente recorte de sueldos durante un tiempo, para adaptarse a una crisis en que sólo vende el 60% de lo que produce. En Alemania bajó el PIB un 5%, pero el paro sólo subió del 7,5% al 7.8%. Con tasas similares, España, que no podía disminuir horarios, pasó del 8% del paro al 22%. Alemania, mucho más flexible y con sentido común, el Estado pagaba a los trabajadores que disminuían horario una parte de lo que perdían. En España, donde no se puede disminuir el horario y por ende se despedian trabajadores, el Estado se tenía que hacer cargo del 100% del paro del tabajador. Al final, el Estado español ha pagado mucho más por el paro que Alemania por completar el sueldo de los que disminuían horas de trabajo. Además en España, las empresas que quebraban desaparecían mientras que en Alemania siguen funcionando. Volver a construir nuevas empresas es mucho más difícil que aumentar la actividad de empresas que siguen funcionando. Por eso en Alemania están empezando a levantar cabeza y en España nos hundimos cada vez más.
Y al final ¿quién paga el puesto de trabajo fijo con 45 días de indemnización?. Los jóvenes y los que no tienen trabajo. Porque muy pocos empresarios se arriesgan a contratar fijo sabiendo que si las cosas se tuercen, deshacerse de esos trabajadores es poco menos que imposible. Por ello se acude a la temporalidad (el 90% de los contratos de los últimos lustros eran temporales). Y los empresarios no son responsables de esta temporalidad, sino de las leyes rígidas y de los que las defienden.
Un poquito menos de seguridad para algunos para que todos puedan trabajar un poco más seguros.
La reforma laboral, por fin, ha terminado con una anacronismo que, en España, databa de los tiempos del franquismo.
Supone aire fresco en la economía y justicia social. Va a ser el principio del fin de la crisis.
Comprendo que a los sectores sindicales les pueda asustar. Les quita mucho poder (que ya era hora) pero en absoluto es un arma contra el trabajador sino, muy al contrario, un instrumento que hace justicia a la mayoría de buenos trabajadores y que impide el abuso sistemático que ejercían algunos empleados.
Hasta ahora en España, tener un puesto de trabajo fijo no dependía de la buena o mala marcha de la empresa ni de la buena o mala disposición de los empleados, sino de unas leyes que ataban a los empresarios que no podían despedir, ni siquiera, al que torpedeaba a la empresa desde dentro.
En épocas de vacas gordas puede funcionar, porque siempre hay personas responsables que hacen bien sus trabajos (y el de los "compañeros" que se abstienen). Pero en época de vacas flacas, cuando la actividad de la empresa disminuye y, por ende, sobra personal, el empresario no podía elegir a quien echar (pagando su correspondiente indemnización), sino que era un criterio tan absurdo como el tiempo que llevaba en la empresa, el que decidía quién se tenía que ir. De esta manera, en demasiadas ocasiones, se quedaban los que no trabajaban y se despedía a los que sí daban el callo, todo ello con la connivencia de los sindicatos. Esto no es justicia.
Por otra parte, si una empresa está pasando por apuros y tiene que despedir trabajadores, la enorme cuantía que tenía que desembolsar hacía que esos apuros se multiplicasen. Por eso, la mayoría optaba por cerrar y despedir a todos. Salía más rentable.
Por otro lado, una empresa no tenía la opción, como en Alemania, de disminuir el horario de trabajo de sus empleados con el consiguiente recorte de sueldos durante un tiempo, para adaptarse a una crisis en que sólo vende el 60% de lo que produce. En Alemania bajó el PIB un 5%, pero el paro sólo subió del 7,5% al 7.8%. Con tasas similares, España, que no podía disminuir horarios, pasó del 8% del paro al 22%. Alemania, mucho más flexible y con sentido común, el Estado pagaba a los trabajadores que disminuían horario una parte de lo que perdían. En España, donde no se puede disminuir el horario y por ende se despedian trabajadores, el Estado se tenía que hacer cargo del 100% del paro del tabajador. Al final, el Estado español ha pagado mucho más por el paro que Alemania por completar el sueldo de los que disminuían horas de trabajo. Además en España, las empresas que quebraban desaparecían mientras que en Alemania siguen funcionando. Volver a construir nuevas empresas es mucho más difícil que aumentar la actividad de empresas que siguen funcionando. Por eso en Alemania están empezando a levantar cabeza y en España nos hundimos cada vez más.
Y al final ¿quién paga el puesto de trabajo fijo con 45 días de indemnización?. Los jóvenes y los que no tienen trabajo. Porque muy pocos empresarios se arriesgan a contratar fijo sabiendo que si las cosas se tuercen, deshacerse de esos trabajadores es poco menos que imposible. Por ello se acude a la temporalidad (el 90% de los contratos de los últimos lustros eran temporales). Y los empresarios no son responsables de esta temporalidad, sino de las leyes rígidas y de los que las defienden.
Un poquito menos de seguridad para algunos para que todos puedan trabajar un poco más seguros.
miércoles, 8 de febrero de 2012
Expectativa frente a incertidumbre.
Tener expectativas no es, en sí mismo, ni positivo ni negativo. Pueden ser un potente motor que nos motive para crecer. Pero también pueden ser una gran fuente de sufrimiento.
Las expectativas activas surgen cuando deseamos algo y trabajamos en serio para conseguirlo. Lo de menos es obtener lo anhelado, lo importante es el camino que emprendemos para alcanzarlo. Supone vivir, aprender, actuar e interactuar, caer y levantarse, equivocarse y corregir. Es iniciar una senda en la que, sea cual sea el resultado final, los frutos cosechados durante el camino justifican incluso la no consecución total o parcial de los objetivos.
Las expectativas pasivas son las que cultivamos en nuestra mente sin ir acompañadas de un esfuerzo personal por lograrlas. Supone esperar que los demás hagan lo que nosotros creemos que deben hacer. Esperamos recibir lo que creemos que se nos debe, como si la vida o el mundo estuvieran siempre en deuda con nosotros. El mundo debería ser como yo quiero que sea. La vida, si no sigue los cánones rígidos que impongo, es una mierda. Todo debe ocurrir de una manera determinada, sino es injusto.
Estas expectativas pasivas son generadoras de una enorme frustración, con sus consiguientes emociones desestabilizadoras: ira, rabia, ansiedad y depresión. Por mucho que se reciba, nunca es suficiente. Se sentirá defraudado por la humanidad y de ahí al reproche, sólo hay un paso. Todo cambio es una violación flagrante a nuestro código. Lo inesperado es un enemigo.
Sin embargo, el que nada espera no se frustra y agradece aquello que recibe sin esperarlo. Saber ser agradecido es un puente seguro hacia la felicidad.
Toda persona que luche para que el mundo se adapte a ella, se va a estar chocando con un muro. Quizás sea mejor adaptarse al mundo, que no implica no intentar cambiarlo, sino simplemente aceptarlo y mejorarlo en la medida de nuestras posibilidades….con expectativas activas.
Para conseguirlo hay que saber abrazar el mundo de la incertidumbre, lo desconocido, estar abierto al futuro y sus posibilidades, adaptarse a una realidad cambiante, ser flexible. No esperar sino observar y actuar. Lo imprevisto se convierte de esta manera en una nueva forma de generar expectativas activas y mejorar.
En resumen, como decía Epícteto: “No hagas que tu felicidad dependa de lo que no depende de ti.”
Las expectativas activas surgen cuando deseamos algo y trabajamos en serio para conseguirlo. Lo de menos es obtener lo anhelado, lo importante es el camino que emprendemos para alcanzarlo. Supone vivir, aprender, actuar e interactuar, caer y levantarse, equivocarse y corregir. Es iniciar una senda en la que, sea cual sea el resultado final, los frutos cosechados durante el camino justifican incluso la no consecución total o parcial de los objetivos.
Las expectativas pasivas son las que cultivamos en nuestra mente sin ir acompañadas de un esfuerzo personal por lograrlas. Supone esperar que los demás hagan lo que nosotros creemos que deben hacer. Esperamos recibir lo que creemos que se nos debe, como si la vida o el mundo estuvieran siempre en deuda con nosotros. El mundo debería ser como yo quiero que sea. La vida, si no sigue los cánones rígidos que impongo, es una mierda. Todo debe ocurrir de una manera determinada, sino es injusto.
Estas expectativas pasivas son generadoras de una enorme frustración, con sus consiguientes emociones desestabilizadoras: ira, rabia, ansiedad y depresión. Por mucho que se reciba, nunca es suficiente. Se sentirá defraudado por la humanidad y de ahí al reproche, sólo hay un paso. Todo cambio es una violación flagrante a nuestro código. Lo inesperado es un enemigo.
Sin embargo, el que nada espera no se frustra y agradece aquello que recibe sin esperarlo. Saber ser agradecido es un puente seguro hacia la felicidad.
Toda persona que luche para que el mundo se adapte a ella, se va a estar chocando con un muro. Quizás sea mejor adaptarse al mundo, que no implica no intentar cambiarlo, sino simplemente aceptarlo y mejorarlo en la medida de nuestras posibilidades….con expectativas activas.
Para conseguirlo hay que saber abrazar el mundo de la incertidumbre, lo desconocido, estar abierto al futuro y sus posibilidades, adaptarse a una realidad cambiante, ser flexible. No esperar sino observar y actuar. Lo imprevisto se convierte de esta manera en una nueva forma de generar expectativas activas y mejorar.
En resumen, como decía Epícteto: “No hagas que tu felicidad dependa de lo que no depende de ti.”
martes, 7 de febrero de 2012
Madres no hay más que una y a ti te encontré en la calle.
“Una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad” (Goebbels)
El papel de la madre ha sido tantas veces ensalzado que, como todo lo que se sacraliza sin dejar entrar la crítica y la razón, se ha convertido en una verdad absoluta. La madre siempre tiene la razón. Es la santa, la que lo da todo sin pedir nada a cambio, amor de madre, sacrificio, todo por los hijos, sufrir por los ellos. Los hijos siempre son los malos, los egoístas. Y en algunas, esa mentira generalizada es una realidad, pero no en la mayoría.
El papel del padre está más ajustado a la realidad. Todos sabemos que hay buenos y malos padres. Padres maravillosos y hombres que pasan olímpicamente de sus hijos, que los maltratan, los embrutecen, que abusan de ellos o los ignoran.
Pero a la sociedad le cuesta creer que una madre sea mala y, cuando se demuestra fehacientemente, no sale de su asombro o simplemente se trata de una mujer enferma psiquiátricamente. Las mujeres “normales” son todas perfectas madres. Esta es una de las peores herencias del machismo.
Pero como toda etiqueta, esta etiqueta de madre buena, además de falsa, se convierte en una pesada carga para las mujeres. El listón para ellas está demasiado alto. Tienen que ser perfectas porque si todas son santas, el más mínimo error que cometen las llena de culpa y de ansiedad.
Todos dan por supuesto que el padre se puede equivocar y tener sus fallos. Para ellos es suficiente con el consabido “a pesar de todo, no es mal padre”. Pero el margen de error para ellas es nulo: o son santas o son malas.
Pues para mí, las mujeres se equivocan y mucho en la formación de sus hijos. Tanto como los hombres, aunque no de una forma tan visible. Con la leche materna va el proteccionismo excesivo que lleva al hijo a creerse que se lo merece todo a cambio de nada. Los miedos que encarcelan a tantos jóvenes y les hace buscar más la seguridad que un riesgo controlado. La manipulación que supone “la preocupación de la madre” para intentar que el hijo haga lo que ella quiere. Hacerle todo a los hijos convirtiéndoles en inútiles. Fomentar la culpa con el consabido “con todo lo que he hecho por ti”. Perpetuar el machismo o la transmisión de emociones no controladas que neurotizan a la descendencia.
Es un buen momento para reconocer que muchas mujeres se equivocan en la maternidad, que hacen mal las cosas. Sólo desde este prisma crítico pueden mejorar la educación de los hijos y, de paso, liberarse del yugo de la santidad materna.
El papel de la madre ha sido tantas veces ensalzado que, como todo lo que se sacraliza sin dejar entrar la crítica y la razón, se ha convertido en una verdad absoluta. La madre siempre tiene la razón. Es la santa, la que lo da todo sin pedir nada a cambio, amor de madre, sacrificio, todo por los hijos, sufrir por los ellos. Los hijos siempre son los malos, los egoístas. Y en algunas, esa mentira generalizada es una realidad, pero no en la mayoría.
El papel del padre está más ajustado a la realidad. Todos sabemos que hay buenos y malos padres. Padres maravillosos y hombres que pasan olímpicamente de sus hijos, que los maltratan, los embrutecen, que abusan de ellos o los ignoran.
Pero a la sociedad le cuesta creer que una madre sea mala y, cuando se demuestra fehacientemente, no sale de su asombro o simplemente se trata de una mujer enferma psiquiátricamente. Las mujeres “normales” son todas perfectas madres. Esta es una de las peores herencias del machismo.
Pero como toda etiqueta, esta etiqueta de madre buena, además de falsa, se convierte en una pesada carga para las mujeres. El listón para ellas está demasiado alto. Tienen que ser perfectas porque si todas son santas, el más mínimo error que cometen las llena de culpa y de ansiedad.
Todos dan por supuesto que el padre se puede equivocar y tener sus fallos. Para ellos es suficiente con el consabido “a pesar de todo, no es mal padre”. Pero el margen de error para ellas es nulo: o son santas o son malas.
Pues para mí, las mujeres se equivocan y mucho en la formación de sus hijos. Tanto como los hombres, aunque no de una forma tan visible. Con la leche materna va el proteccionismo excesivo que lleva al hijo a creerse que se lo merece todo a cambio de nada. Los miedos que encarcelan a tantos jóvenes y les hace buscar más la seguridad que un riesgo controlado. La manipulación que supone “la preocupación de la madre” para intentar que el hijo haga lo que ella quiere. Hacerle todo a los hijos convirtiéndoles en inútiles. Fomentar la culpa con el consabido “con todo lo que he hecho por ti”. Perpetuar el machismo o la transmisión de emociones no controladas que neurotizan a la descendencia.
Es un buen momento para reconocer que muchas mujeres se equivocan en la maternidad, que hacen mal las cosas. Sólo desde este prisma crítico pueden mejorar la educación de los hijos y, de paso, liberarse del yugo de la santidad materna.
domingo, 5 de febrero de 2012
Brecha social
Creo en la igualdad de derechos y deberes, pero no en la igualdad a secas sino en la equidad, en dar a cada uno lo que se merece. Creo en la meritocracia, en que aquel que dé más reciba más, el que más se esfuerce más gane.
Pero no creo en los abismos actuales en que la clase dirigente gana cientos de veces más que los empleados. En que los banqueros, lo hayan hecho bien o mal, obtengan primas de millones o jubilaciones doradas indecentes. Que los directores de compañías ganen, en tres días de trabajo, lo mismo que sus empleados en un año.
Deben haber diferencias salariales para fomentar el esfuerzo, la dedicación, el activismo en el trabajo, para compensar los años duros de preparación, pero no hasta extremos como los que estamos viviendo.
Creo en criterios de productividad en las empresas para que los empleados más rentables ganen más. Criterios consensuados, por supuesto, pero objetivos. Que todos sepan a principios de año lo que pueden obtener si consiguen las metas propuestas. Sin embargo, parece que esos criterios de productividad sólo se aplican a los directivos y los obtienen forzando a trabajar más a los de abajo, en vez de animarlos a trabajar más para conseguir mejores sueldos.
Pero existe un problema para homogeneizar sueldos: habría que hacerlo en todo el mundo. Si a directivos o banqueros brillantes se les paga en España cuatro veces más que a los empleados, se irán a USA o Europa donde les pagan 400 veces más. A medio plazo nos quedaríamos sin esas mentes brillantes y la brecha entre España y el resto del mundo se ampliaría.
Pero hay que hacerlo porque, en caso contrario, estaríamos haciendo el camino de vuelta de la injusticia: desaparición de la clase media. Volveríamos al mundo de la inmensa minoría de ricos e inmensa mayoría de pobres.
El Capitalismo es el único sistema que conozco que ha dado entrada a la meritocracia y, por tanto, el único que ha conseguido una gran masa de clase media. Y aún con sus defectos, que son muchos, una mayor justicia social. Pero las formas de entender este Capitalismo son múltiples. Durante mucho tiempo, la social democracia se ha impuesto, sobre todo en Europa, y ha contribuido a crear una sociedad decente. Pero últimamente intuyo que el Neoliberalismo está creciendo a expensas de la crisis y se puede convertir en el principio del fin de la clase media.
Contra esto sólo se puede combatir desde dos frentes:
1. Mayor protagonismo de todos en la vida pública/política, y no basado en un inocente y quejoso movimiento 15M, sino en la preparación y en la asunción de puestos dentro de los partidos para acercar éstos a la realidad social y dentro de todas las organizaciones sociales, sindicales, empresariales, culturales y económicas. Mientras vivamos al margen de la sociedad, cómodamente sentados en nuestros sillones, serán otros lo que decidan por nosotros.
2. Que todos seamos partícipes de la creación de riqueza activa. No podemos seguir esperando que los demás creen puestos de trabajo para nosotros. Así sólo somos sujetos pasivos del devenir de la economía. Debemos ser parte activa y, para ello, hace falta coraje, entereza, riesgo, un poco de talento y mucho de trabajo.
Si los de arriba son unos pocos, ellos serán los que manejen el cotarro a su gusto y según sus intereses. Hay que invertir la pirámide y que los de arriba seamos una gran mayoría. No sólo se puede. Sobre todo se debe.
Pero no creo en los abismos actuales en que la clase dirigente gana cientos de veces más que los empleados. En que los banqueros, lo hayan hecho bien o mal, obtengan primas de millones o jubilaciones doradas indecentes. Que los directores de compañías ganen, en tres días de trabajo, lo mismo que sus empleados en un año.
Deben haber diferencias salariales para fomentar el esfuerzo, la dedicación, el activismo en el trabajo, para compensar los años duros de preparación, pero no hasta extremos como los que estamos viviendo.
Creo en criterios de productividad en las empresas para que los empleados más rentables ganen más. Criterios consensuados, por supuesto, pero objetivos. Que todos sepan a principios de año lo que pueden obtener si consiguen las metas propuestas. Sin embargo, parece que esos criterios de productividad sólo se aplican a los directivos y los obtienen forzando a trabajar más a los de abajo, en vez de animarlos a trabajar más para conseguir mejores sueldos.
Pero existe un problema para homogeneizar sueldos: habría que hacerlo en todo el mundo. Si a directivos o banqueros brillantes se les paga en España cuatro veces más que a los empleados, se irán a USA o Europa donde les pagan 400 veces más. A medio plazo nos quedaríamos sin esas mentes brillantes y la brecha entre España y el resto del mundo se ampliaría.
Pero hay que hacerlo porque, en caso contrario, estaríamos haciendo el camino de vuelta de la injusticia: desaparición de la clase media. Volveríamos al mundo de la inmensa minoría de ricos e inmensa mayoría de pobres.
El Capitalismo es el único sistema que conozco que ha dado entrada a la meritocracia y, por tanto, el único que ha conseguido una gran masa de clase media. Y aún con sus defectos, que son muchos, una mayor justicia social. Pero las formas de entender este Capitalismo son múltiples. Durante mucho tiempo, la social democracia se ha impuesto, sobre todo en Europa, y ha contribuido a crear una sociedad decente. Pero últimamente intuyo que el Neoliberalismo está creciendo a expensas de la crisis y se puede convertir en el principio del fin de la clase media.
Contra esto sólo se puede combatir desde dos frentes:
1. Mayor protagonismo de todos en la vida pública/política, y no basado en un inocente y quejoso movimiento 15M, sino en la preparación y en la asunción de puestos dentro de los partidos para acercar éstos a la realidad social y dentro de todas las organizaciones sociales, sindicales, empresariales, culturales y económicas. Mientras vivamos al margen de la sociedad, cómodamente sentados en nuestros sillones, serán otros lo que decidan por nosotros.
2. Que todos seamos partícipes de la creación de riqueza activa. No podemos seguir esperando que los demás creen puestos de trabajo para nosotros. Así sólo somos sujetos pasivos del devenir de la economía. Debemos ser parte activa y, para ello, hace falta coraje, entereza, riesgo, un poco de talento y mucho de trabajo.
Si los de arriba son unos pocos, ellos serán los que manejen el cotarro a su gusto y según sus intereses. Hay que invertir la pirámide y que los de arriba seamos una gran mayoría. No sólo se puede. Sobre todo se debe.
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