Tener expectativas no es, en sí mismo, ni positivo ni negativo. Pueden ser un potente motor que nos motive para crecer. Pero también pueden ser una gran fuente de sufrimiento.
Las expectativas activas surgen cuando deseamos algo y trabajamos en serio para conseguirlo. Lo de menos es obtener lo anhelado, lo importante es el camino que emprendemos para alcanzarlo. Supone vivir, aprender, actuar e interactuar, caer y levantarse, equivocarse y corregir. Es iniciar una senda en la que, sea cual sea el resultado final, los frutos cosechados durante el camino justifican incluso la no consecución total o parcial de los objetivos.
Las expectativas pasivas son las que cultivamos en nuestra mente sin ir acompañadas de un esfuerzo personal por lograrlas. Supone esperar que los demás hagan lo que nosotros creemos que deben hacer. Esperamos recibir lo que creemos que se nos debe, como si la vida o el mundo estuvieran siempre en deuda con nosotros. El mundo debería ser como yo quiero que sea. La vida, si no sigue los cánones rígidos que impongo, es una mierda. Todo debe ocurrir de una manera determinada, sino es injusto.
Estas expectativas pasivas son generadoras de una enorme frustración, con sus consiguientes emociones desestabilizadoras: ira, rabia, ansiedad y depresión. Por mucho que se reciba, nunca es suficiente. Se sentirá defraudado por la humanidad y de ahí al reproche, sólo hay un paso. Todo cambio es una violación flagrante a nuestro código. Lo inesperado es un enemigo.
Sin embargo, el que nada espera no se frustra y agradece aquello que recibe sin esperarlo. Saber ser agradecido es un puente seguro hacia la felicidad.
Toda persona que luche para que el mundo se adapte a ella, se va a estar chocando con un muro. Quizás sea mejor adaptarse al mundo, que no implica no intentar cambiarlo, sino simplemente aceptarlo y mejorarlo en la medida de nuestras posibilidades….con expectativas activas.
Para conseguirlo hay que saber abrazar el mundo de la incertidumbre, lo desconocido, estar abierto al futuro y sus posibilidades, adaptarse a una realidad cambiante, ser flexible. No esperar sino observar y actuar. Lo imprevisto se convierte de esta manera en una nueva forma de generar expectativas activas y mejorar.
En resumen, como decía Epícteto: “No hagas que tu felicidad dependa de lo que no depende de ti.”
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