Durante los siglos XVIII, XIX y XX se sucedieron los movimientos que han cambiado por completo el panorama de libertades y el reparto más justo de la riqueza. El marxismo, el sindicalismo, el feminismo y el capitalismo, los más importantes pero no los únicos, han cambiado el nivel de vida de la gente y han conseguido que nuestra sociedad sea más equitativa, justa, racional, formada y decente.
La lucha ha sido brutal y ha dejado innumerables muertos, presos y sufrimientos de todo tipo en las personas que no se conformaron con el satus quo de la nobleza y el clero. A todos ellos les debemos gran parte de lo que disfrutamos ahora.
Pero el trabajo no está acabado. Hay mucho trecho recorrido, el más duro, pero queda mucho por hacer.
Y en el trabajo que queda por hacer, ya no sirven los métodos que tuvieron que emplear nuestros antepasados (que no tuvieron más remedio). Se ha conseguido un sistema de libertades que, aún imperfecto, da cabida para poder afrontar el auténtico reto al que nos enfrentamos, que no es económico, por mucho que la crisis esté haciendo sufrir, sino de reparto de poder.
El marco político actual es a todas luces insatisfactorio. Y todos somos responsables de ello. Por ingenuidad, inocencia o simple dejadez, la inmensa mayoría de la sociedad ha dado el poder a unos pocos, ya sea a través de las urnas, y sólo de las urnas, ya sea por dejar que la creación de riqueza esté en manos ajenas, conformándonos con un sueldo, y no entrando a ser agentes activos en la economía.
Las pancartas, las manifestaciones, las quejas, los movimientos de indignados, los silbatos o la violencia, que en su día fueron imprescindibles, hoy son ineficaces y absurdos. No más pedir, no más "exijos". Todo ello no son más que formas pasivas de descargar emociones. Como mucho pueden servir para que el de arriba "conceda" una mínima lismona para que, dando algo, todo quede igual.
Tenemos armas mucho más poderosas que la queja, armas que nuestros padres y abuelos consiguieron darnos a base de mucho dolor: las libertades. Y con esa libertad, si la usamos de verdad, sí que cambiaremos la forma de hacer política, sí que conseguiremos ese reparto de poder.
Pero la libertad es tremendamente incómoda. Supone entrar de lleno en la vida política de la comunidad, entrar o crear asociaciones de vecinos, asociaciones de pacientes dispuestos a trabajar codo con codo con los sanitarios para colaborar en la mejora de la Salud de la población. Supone que las asociaciones de padres de alumnos estén abarrotadas de padres dispuestos a trabajar y colaborar en todo con los colegios. Supone que el funcionario no cumpla sólo con su trabajo sino que se implique activamente en la mejora contínua de los servicios. Supone que millones de trabajadores no paguen sólo su cuota sindical, sino que participen activamente en las políticas de los sindicatos. Supone que millones de personas se afilien o creen partidos políticos y obliguen a abrir debates internos y a democratizar internamente esos partidos. Supone que millones de personas dejen de buscar empleo o se presenten a oposiciones y empiecen a pensar en crear empleo.
No es hora de la queja sino de la acción.
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