Todos los países tienen miles de historias para ensalzar o denostar a los guerreros que participaron en distintas guerras o batallas de su historia. Pero a los que lucharon se les juzga, en positivo o negativo, en base a unos criterios muchas veces discutibles o directamente enojosos.
El que mata mucho y bien, el que arriesga la vida para hacer más daño al enemigo, el que tiene un alto sentido del deber, sea cual sea ese deber, el que gana, el que pierde pero entrega lo máximo de sí mismo (para hacer daño al adversario), el que sigue las órdenes ciegamente, el que se queda en su puesto aunque sea un suicidio y no sirva de nada a la causa que defienden, en suma, el que es un ejemplo de como matar, es considerado valiente, bravo, héroe, defensor de la patria, ejemplo para los jóvenes, orgullo para la nación.
Pero pocas, muy pocas guerras, han sido justas, si alguna vez hubo alguna.
Valiente es el que se niega a luchar en un contexto de presión mediática y social para acudir a guerrear.
Inteligente es el soldado que, obligado a matar por los que organizan guerras, se abstiene y huye.
Sabio es el que conoce el porqué de la guerra y se niega a ser marioneta de los que mandan.
Héroe es el que no pelea por las razones que le dan sino por salvar a sus compañeros de trinchera, aún arriesgando su vida.
Villano es el títere al que le dan un fusil y dispara porque es lo que le han dicho que debe hacer.
Al final de una guerra sólo habla alto y claro el general vencedor. Pero el único con el derecho a la palabra es la víctima de ese general.
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