Nací en un barrio aislado de Córdoba, de casitas blancas, con ritmo de vida rural. Casas abiertas, patios con macetas, salida nocturna a la calle con las sillas y mecedoras para hacer vida comunitaria, todos a una ante la desgracia de un convecino, partos en las casas y niños jugando solos en el exterior y reprendidos por cualquier adulto que pasara. También chismorreos y meterse en las vidas ajenas. En fin, con todo lo bueno y lo malo de vivir en comunidad.
En mi anterior entrada comentaba que jamás se había tenido en España un nivel de vida tan alto como en los últimos años, pero jamás han habido tantas quejas.
Al margen de los banqueros, neoliberales, corrupciones y demás, que siempre han existido y posiblemente con mucha más fuerza, una buena parte de culpa la tiene la soledad en la que vivimos.
La comunidad ha muerto. Se ha pasado de la fraternidad social a la familia como eje central y casi único de nuestras relaciones. La intimidad ya no se comparte. Hay un muro infranquable en la puerta de cada hogar y los de fuera se convierten en simples amigos o compañeros de trabajo con los que charlar de vez en cuando, pero sin formar la comunidad, la tribu que siempre ha existido.
La vida rural con su vida comunal ha desaparecido. Antes habían dictadores, nobles impresentables, curas impositores, pero las desgracias se compartían entre todos y una parte de poder, aún insignificante, pertenecía al pueblo entero. Ahora nos encontramos solos ante la adversidad. No nos podemos apoyar en el resto de la comunidad. Vivimos aislados y con la sensación que, estando tan solos, nada podemos hacer frente al poder.
Vas a la manifestación llena de desconocidos. Durante unas horas hablas el mismo idioma de otros miles, pero tras la misma, todos vuelven a casa y se vuelven a encerrar en su soledad, en su aislamiento. Y lo malo de esta soledad es que se convierte en rutina. Ya no sabemos interactuar. Vas al gimnasio y cada uno se dedica a lo suyo sin apenas entablar relación con el resto. Vas al mercado, al hiper, la barbería o a la mercería de la esquina y sucede exactamente lo mismo.....rutinas de soledad.
El primer paso para repartir el poder es volver a crear comunidad, aun en las grandes ciudades.
6 comentarios:
Decía un amigo de mi padre que "pueblo chico, infierno grande". Y lo decía por algo.
Hemos sacrificado varias cosas y hemos ganado otras. Ahora no conocemos a nuestros vecinos, no charlamos con ellos, ni nos ayudamos, ni nos divertimos juntos. Mascullamos un "buenas" al cruzarnos en el portal, y eso si tienes la suerte de no dar con un grosero. La ventaja? NADIE sabe si estás casada, soltera, amancebada, quiénes son tus padres, a qué colegio fuiste, en qué trabajas, cuánto ganas, si has dormido con muchos o con pocos. No tienes relaciones sociales que no deseas tener, sólo las que eliges.
Es bueno o malo? Depende. La sensación de libertad es mayor, y eso acarrea a su vez ventajas e inconvenientes. Yo, en principio, no lo cambio. En principio. Que este modo de vida es más inhumano? Seguramente. Me gustaría una comunidad unida, solidaria, abierta y cercana? Quizá. Si me fiara un poco más de la bondad humana. No me fío, eso es lo malo. No nos fiamos hoy día. Por ser desconfiados nos hemos aislado? O decidimos aislarnos porque estábamos hasta el gorro de confiar y que nos la metieran doblada? No lo sé, la verdad. Digamos que yo ya me encontré el mundo así. Sólo he visto otras realidades en comunidades pequeñas (al veranear en el pueblo, por ejemplo) y sólo puedo decir que, en general, no me gusta.
No me gusta que me observen, que me juzguen, que olisqueen en mis asuntos. Prefiero el anonimato. Ojalá pudiéramos ser de otro modo: personas interesadas en personas, no en lo que esas personas hacen o dejan de hacer.
Tenía antes más poder la sociedad? Lo dudo. Sí, tenía el poder de resignarse. Juntos. Se ayudaban más, cierto, se apoyaban. Y, sobre todo, se consolaban y se resignaban juntos. A veces luchaban juntos, desde luego, y hasta ganaban no pocas batallas (los derechos que tenemos ahora los lucharon los de antes). Pero muchas veces, las más, pagaban un precio altísimo. Su libertad, o incluso su vida.
Por no mencionar que antes (salvo unos pocos visionarios muy insumisos y respondones) la gente asumía cosas (de nuevo resignación). Siempre habrá ricos. Mandan los de arriba. Es que esos son de otra clase. Nosotros no podemos hacer nada, somos pobres. Nosotros no somos nada. Es que aquel es de buena familia. A nosotros no nos queda más que chitón. Ver, oír y callar.
Cosas así. Quizá la gente se quejaba menos, pero puede ser porque se habían resignado a un destino que consideraban inapelable (ya les interesaba a los de arriba que se resignaran, ya). También es cierto que cuando se hartaban luchaban con toda su fuerza. Seguramente porque no tenían nada que perder, o eso creían. Nosotros nos quejamos más, cuestionamos más, pero a lo mejor luchamos menos porque tenemos más que perder (o eso creemos), nos hemos acomodado y, claro, desconfiamos de los otros. De todos.
Nosotros nos hemos convencido de que se puede vivir mejor, que no hay que resignarse necesariamente, que se puede aspirar a más. Eso es bueno. Y malo si no sabes canalizarlo.
Muy buena entrada. Da para mucho!
Yo lo he vivido en mi primera infancia y, como pongo en la entrada, tiene sus cosas buenas y malas. Estás más controlado, pero es que vives más en la comunidad y tenías mucho más que decir en los acontecimientos de la vecindad.
No podías decidir el régimen en el que querías vivir, ni decidir el alcalde, ministro o presidente del gobierno. Sin embargo se tenía más sensación de poder decidir en loa asuntos que más te concernían.
Ahora es que no decidimos ni el florero que se pone en la planta baja de edificio. Hay más impresión de que deciden por tí y tú sólo controlas lo que hay de puertas de tu casa para adentro.
Pero lo que yo realmente quería exponer en la entrada era que hay que rescatar de la ruralidad algunas de sus virtudes, como una mayor comunicación con tu entorno. Vivir en una gran ciudad y no sentirse solo. Y, sobre todo, empezar a interactuar para ir consiguiendo todo el poder que debemos tener los ciudadanos.
Hemos de pasar de ser ciudadanos de segunda: el que trabaja para otros, paga impuestos al Estado y vota cada cuatro años y después se olvida, a ciudadanos de primera que, no sólo votan, sino también deciden lo que hay que hacer en todas y cada una de las facetas sociales. Y para ello es imprescindible volver a ser seres comunitarios, como en los pueblos antiguos, sin las incomodidades que acarreaba. Supone asociarse y pringarse en la gestión de los servicios.
Centrarse tanto en la familia y tan poco en el barrio, colegio o piscina pública no es positivo. La fraternidad social es la llave para el verdadero reparto de poder que creo, la mayoría de nosotros, ve imprescindible.
Ahora se nos piden sacrificios y la gente no entiende qué es lo que ha hecho para tenerlos que soportar. Si gestionarámos más, probablemente no se habrían hecho los dispendios que hemos vivido por mala gestión del que no tiene nada que perder ni que explicar a nadie, sabedor que será tapado por los suyos. Cuando los vecinos del barrio gestionen su piscina municipal, ya se las apañarán para que ningún sinvergüenza la ponga en peligro.
O se encontrarán con que el cabrón del bloque tal se ha quedado con la pasta de todos y se ha fugao XD
Ayns, Juan, no te lo decía? Ahora ya no nos fiamos de nadie.
Con los sinvergüenzas no se va a terminar nunca. Pero si encima les damos demasiado poder, nos la van a jugar mucho peor que el vecino cabroncete. Por eso es necesario repartir más el poder, para controlar mejor a los caraduras.
Qué le costará a la gente ser honesta? Nunca entenderé dónde está la dificultad.
En la ambición desmedida, en el cultivo de la imagen, en el aparentar, en creerse mejor que nadie y merecerlo todo.
¿Qué necesidad tenía Urdangarín de hacer lo que hizo?. ¿No ganaba suficiente la Pantoja con su trabajo honrado, como para tener encima que robar?.
Sinvergüenzas no van a faltar nunca, pero es que además, los sinvergüenzas buscan el poder a toda costa para conseguir un mayor grado de inmunidad (véase Berlusconi).
Si los honestos se conforman con su trabajo y a casa, le dejamos la vía expedita a la gentuza....y después, como está sucediendo ahora, pagamos todos, los inocentes y los culpables. Pero los inocentes,, sin ser culpables, son responsables, no por acción, sino por omisión.
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