“Una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad” (Goebbels)
El papel de la madre ha sido tantas veces ensalzado que, como todo lo que se sacraliza sin dejar entrar la crítica y la razón, se ha convertido en una verdad absoluta. La madre siempre tiene la razón. Es la santa, la que lo da todo sin pedir nada a cambio, amor de madre, sacrificio, todo por los hijos, sufrir por los ellos. Los hijos siempre son los malos, los egoístas. Y en algunas, esa mentira generalizada es una realidad, pero no en la mayoría.
El papel del padre está más ajustado a la realidad. Todos sabemos que hay buenos y malos padres. Padres maravillosos y hombres que pasan olímpicamente de sus hijos, que los maltratan, los embrutecen, que abusan de ellos o los ignoran.
Pero a la sociedad le cuesta creer que una madre sea mala y, cuando se demuestra fehacientemente, no sale de su asombro o simplemente se trata de una mujer enferma psiquiátricamente. Las mujeres “normales” son todas perfectas madres. Esta es una de las peores herencias del machismo.
Pero como toda etiqueta, esta etiqueta de madre buena, además de falsa, se convierte en una pesada carga para las mujeres. El listón para ellas está demasiado alto. Tienen que ser perfectas porque si todas son santas, el más mínimo error que cometen las llena de culpa y de ansiedad.
Todos dan por supuesto que el padre se puede equivocar y tener sus fallos. Para ellos es suficiente con el consabido “a pesar de todo, no es mal padre”. Pero el margen de error para ellas es nulo: o son santas o son malas.
Pues para mí, las mujeres se equivocan y mucho en la formación de sus hijos. Tanto como los hombres, aunque no de una forma tan visible. Con la leche materna va el proteccionismo excesivo que lleva al hijo a creerse que se lo merece todo a cambio de nada. Los miedos que encarcelan a tantos jóvenes y les hace buscar más la seguridad que un riesgo controlado. La manipulación que supone “la preocupación de la madre” para intentar que el hijo haga lo que ella quiere. Hacerle todo a los hijos convirtiéndoles en inútiles. Fomentar la culpa con el consabido “con todo lo que he hecho por ti”. Perpetuar el machismo o la transmisión de emociones no controladas que neurotizan a la descendencia.
Es un buen momento para reconocer que muchas mujeres se equivocan en la maternidad, que hacen mal las cosas. Sólo desde este prisma crítico pueden mejorar la educación de los hijos y, de paso, liberarse del yugo de la santidad materna.
3 comentarios:
Este es, ahora mismo, el tema de mi vida. Pese a tenerlo claro y a intentar siempre racionalizarlo todo resulta que noto cómo de cierto es esto que comentas. Ahora soy madre y resulta que no me tolero el menor fallo. Si el padre pierde la paciencia por un momento no es ninguna tragedia, en fin, los hombres, ya se sabe. Si la pierdo yo y necesito cinco minutos para recomponerme resulta que he fallado estrepitosamente en algo que debería dárseme bien por aplastante genética. Soy mujer. Soy madre. No debería fallar. Es imposible. Es intolerable. Si fallo es porque no soy lo bastante buena. O porque soy inmadura, o egoísta. En cualquier caso es porque la maternidad me queda grande.
Con los hombres no pasa lo mismo, claro, porque aunque son superiores a nosotras en casi todo traen de serie una excusa cojonudísima (nunca mejor dicho) que les disculpa de ciertas cosas. Siendo, como son, tan notablemente superiores, lo son en lo bueno y en lo malo, según convenga. Pasan más de los hijos porque, ya se sabe, son más egoístas. Ignoran a sus parejas porque, ya se sabe, no han nacido para comprometerse. Se frustran a la primera porque, ya se sabe, son emocionalmente inmaduros. Son exigentes porque, ya se sabe, están acostumbrados a mandar. Si son violentos, claro, es por la testosterona. Y así con todo.
Al final resulta que a ellos se les supone lo mejor de serie (no tienen que demostrar su valía porque son hombres, nacen con ella), pero también lo peor de serie. Y resulta que aunque lo bueno sea de serie... se les aplaude como un logro. Mientras que lo malo, al ser de serie, se les disculpa. Son así. Son hombres.
Pasemos a las mujeres. Traemos MIL cosas malas de serie (débiles, histéricas, manipuladoras, chantajistas) que no se nos perdonan nunca. Hasta el punto de que incluso si no somos así se nos endilga la etiqueta a la menor oportunidad (una mujer no se enfada con razón, se enfada porque es mujer y por tanto histérica. Especialmente en esos días del mes). Enfádate un único día de tu vida, que te quedarás de histérica premenstrual pa los restos.
Lo bueno no lo tenemos de serie, eso no. Eso nos lo tenemos que ganar. Pero, ojo. No todo lo que se considera bueno en ellos es bueno en nosotras. Ambiciosas?? Malo. En nosotras es malo. Nos convierte en mandonas, arpías, frías y calculadoras. Sencillamente no tenemos nada bueno de serie, pero tampoco se nos permite adquirirlo, porque para ello nos tenemos que colar en el puesto de los hombres y robarles sus cosas buenas. Suyas.
Sólo traemos cosas buenas de serie cuando conviene... a los hombres (qué sorpresa!) Por eso somos (y debemos ser) sumisas, amables, cariñosas, entregadas, dulces... y perfectas madres, claro. Eso, forzosamente, tiene que venirnos en los genes. Y si no es así estamos mal diseñadas. Tenemos taras. Somos malas, sin más.
Lo sufro ahora mismo porque el mundo entero me lo señala así, y porque yo misma, haciendo un perfecto alarde de imbecilidad) me lo señalo también. Y eso que lo sé, lo veo, lo capto, lo puedo analizar. Así que aquí me tienes, en la lucha conmigo misma. Y, eso sí, sin la menor intención de rendirme a mis propias chorradas.
Exacto Lenka. Eres mujer, sí. Eres madre, sí. Pero no eres Diosa. Te equivocas con tus hijos y te seguirás equivocando para siempre. Tendrás momentos malos, gritarás a veces, los mandarás a Hawaii más de un ves, pero jamás te sientas culpable por ello. En las equivocaciones radica tu propia humanidad.
Y cuando te equivoques y tengas que pedir perdón a tus hijos, no lo dudes, pídeselo.
Sólo las madres que saben que se equivocan, aprenden de sus errores y tendrán hijos mucho mejor formados.
En eso confío. Lo del perdón, por suerte, me sale solo. Menos mal. Les pido perdón cada vez que creo que no he actuado de la mejor manera que podía, y me importa poco que sólo tengan seis meses y no lo entiendan. Ya lo entenderán.
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