miércoles, 6 de marzo de 2013

Palabras para una vida 23


Del sueño a la pesadilla
La bofetada de calor que recibí al bajar del tren fue inesperada. Mas de cuarenta grados a la sombra, sin la más mínima brisa, era lo único que tenía seguro en el verano de Córdoba, pero no estaba preparado para ello. Sentía que Sardañola era el paraíso y Córdoba el infierno, y ese sol tan brutal lo confirmaba.

Mi madre, con lágrimas en los ojos, no podía creer lo que veía. Su hijo estaba gordito y mi piel resplandecía con la buena cantidad de grasa acumulada merced a la milagrosa agua de Barcelona. No sé si percibió mi honda tristeza, pero mis nuevos kilos le alegraron la jornada.

Acostumbrado a convivir con mi primo Gerardo, alto, fuerte y grande, Reme, que era una semana mayor, me pareció pequeñísima, delgada y débil. Esto despertó la ternura que creía haber dejado aparcada en la estación de Francia. Cuando sus brazos me rodearon y su sonrisa me inundó, supe sin lugar a dudas que quería a mi hermana. No siempre me han acompañado sus ojos verdes, pero siempre que han estado conmigo he sentido que tengo una hermana y que puedo confiar en ella.

La figura de mi padre, siempre sólida como una roca, esperaba su turno para el abrazo. Si había escogido como madre a mi tía, con la figura paterna no tenía dudas: ese señor alto, con bigote, recio, orgulloso y guapo, era el único padre que quería tener. Acumulaba muchos defectos, la mayoría derivados de su acendrado amor propio. Si alguien le intentaba pisar se convertía en un ogro, pero era honesto, cabal, trabajador, buen amigo de sus amigos, gran padre de sus hijos y mejor esposo de su mujer. En Cordoba, sólo con él me sentía protegido. Cuando nos decía que no nos preocupáramos por algo, que ya se encargaba él, sabíamos que no teníamos nada que temer. Era un hombre de palabra y de honor. Un honor trasnochado que chocaría frontalmente con los usos y costumbres de los años venideros y que tanto hizo llorar a mis hermanas.

Era machista, franquista y católico. Le gustaban los toros, la caza, el fútbol, el vino y las mujeres. Pero, pesar de sus ideas y sus gustos, todos le querían y respetaban. Esto me enseñó que nunca debía juzgar a las personas por sus ideas si no por sus acciones, incluso mejor, no juzgar a nadie. 

Hay personas que se confinan en círculos cerrados de pensamiento único y menosprecian, juzgan y condenan al que difiere de sus ideales y tienden a justificar las peores acciones de sus correligionarios. Ponen los ideales por delante del individuo. Su moral es la única válida y quien no la siga puede ser impunemente vituperado. Hoy los machistas son asesinos, los cazadores merecen los peores insultos y los amantes de la fiesta de los toros son sádicos. Son los nuevos Torquemada, la nueva inquisición, que no duda en prohibir y castigar a quien no piensa como ellos. 

Mi padre jamás fue violento, nunca intentó imponer su ideario ni menospreció al diferente. Demostró con su vida ser más demócrata, respetuoso y tolerante que los que hoy se disfrazan de buenos pero que en realidad se comportan como dictadores morales.

El barrio estaba a dos kilómetros de la estación y los pies servían para algo más que para ponerse zapatos. Andar con esas temperaturas se me hizo muy difícil. En pocos días estaría habituado al clima extremo, pero mis piernas respondían mal al reto de dar un paso detrás de otro. Iba de la mano de mi hermana y esto me hizo más fuerte. El único que sudaba era yo. Los demás parecía que estaban dado un encantador paseo mientras me derretía, pero la huerta de Pepe estaba cerca y, con sus árboles y vegetación, me conseguí reponer. Veía mi casa y ya temía enfrentarme al agua de Córdoba, que tan delgado me dejaba.

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