Nueva vida
Las circunstancias habían cambiado. Pero un barrio nuevo y amigos nuevos no me hicieron cambiar en lo esencial: la visión de mi propia valía. Por mucho que defendiera mi honor ante los demás, no estaba orgulloso de lo que hacía, de lo que sentía ni de lo que pensaba. Guardaba demasiado odio, rencor e ira y actuaba en consecuencia.
Padezco de una enfermedad gravísima y me imagino incurable: siento fobia a las justificaciones. Una ración, incluso una tapita, de autojustificación y autoengaño, me habría venido bien, pero no sabía encontrar disculpa a la manera de manejar mis relaciones. Sabía que me comportaba de una manera soberbia, agresiva y vengativa. No tenía empatía con los que consideraba enemigos, me comportaba como un psicópata con ellos. A la vez, con personas que me constaba que me querían, como mi madre, tampoco era justo. La consecuencia era una enorme culpabilidad que cerraba el círculo vicioso del desprecio hacia mí mismo. Sólo me reconfortaba saber que jamás atacaba al que me respetaba o me ignoraba.
Los ataques externos habían disminuido mucho, pero los ataques internos seguían el mismo ritmo infernal. No sabía como parar aquello. Era consciente que tenía que cambiar, pero no descifraba como ni hacia donde. Cada reflexión terminaba siempre en la manera de vengarme del mundo. Sentía que me debían algo, pero no sabía qué ni quién. Era como un toro enjaulado que lanza cornadas al viento como manera de protestar contra la prisión en la que se encuentra, pero sin comprender quién le había colocado en esa cárcel, ni porqué o para qué. Mis cornadas no se quedaban en el viento, hacían daño y, cuánto más hería, más deseaba hacerlo y peor me encontraba.
La autocrítica siempre me ha acompañado y me ha dado muy buenos resultados. Cuando algo no ha funcionado en mi vida, no he mirado alrededor para buscar culpables, he preferido interiorizar y buscar en mí lo que fallaba. Es una buena táctica pues, cambiar a los demás, es darse de cabezazos contra la realidad. Es más “fácil” y eficaz cambiar las propias conductas. Y resulta curioso pero, cuando he modificado mi manera de interactuar, y he acertado, no sólo he cambiado mi dinámica, si no que he influido decisivamente en transformar mi entorno. Por eso nunca he creído en las revoluciones sociales explosivas que se basan exclusivamente en la queja, que sólo es la manera de denunciar lo que los demás hacen mal. Creo mucho más eficaz la revolución lenta y constante donde el motor principal es la preparación personal y cuestionarnos mucho más a nosotros mismos que a los demás. Esta revolución lenta es la que ha llevado a Europa en general, y a los países escandinavos en particular, a estructurar el sistema político más justo que jamás ha existido, dentro de la evidente imperfección de cualquier sistema humano. Las revoluciones explosivas, en cambio, han solido terminar con una baño de sangre y un sistema aún más injusto que el derrocado, casi siempre de corte dictatorial.
Pero la autocrítica destructiva y despiadada, que es la que aplicaba en esos momentos, no construye nada y mete en un pozo sin fondo donde la agonía y la desesperación nubla los sentidos e impide el crecimiento.
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