domingo, 2 de noviembre de 2008

El río

El nubarrón se enamoró de la montaña. El deseo se desbordó y anegó de gotas de lluvia la tierra seca, cansada y vieja. Arboles multicolores y arbustos ahítos de rocío desnudaron sus ramas de las hojas marchitas que tapizaron la falda del cerro. Las aguas inundaron de humedad cada centímetro de piel del bosque haciendo surgir mil fuentes, mil nacimientos, para parir un ser que emergía con fuerza de las entrañas de la naturaleza, del extraño amor del limbo y el altozano.

Se inicia una vida, comienza un nuevo camino, titubeante al principio, tumultuoso, pleno de rápidos, caídas y cascadas que enamoran al espectador y enorgullece a la montaña, su madre. Un manto de tierra cuida de esta nueva criatura. El sauce le acaricia, el aguacero le alimenta y la ribera le acuna.

No hay senderos que seguir sino vías que explorar. Con la lozanía propia de la juventud, escoge revueltas y atajos singulares que crean corrientes y rápidos. Horada cañones y burbujea feliz entre las lomas viejas que le contemplan. En su camino, nuevos afluentes, tan lozanos como él, se unen conformando un coro de jolgorio que combina la risa de sus aguas con el llanto amargo del que quiere ser sin saber cómo. A su paso, gotas de energía nutren el litoral alfombrado del verde joven y el árbol añoso.

Los cauces sabios y antiguos le inculcan los valores de lo conocido y explorado, pero la senda y sus recodos, llaman su atención por la virginidad que esconde, por la aventura, por el evento inesperado. Encuentra cruces de caminos, islas solitarias, dudas por doquier. Busca tierras por regar, plantas que empapar, piedras que nunca hayan sido bañadas. Acumula barros que no le detienen pero que van enlenteciendo su ritmo de avanzada.

La llanura le permite crecer sosegado, tranquilo, con menos pasión y más sabiduría. Los cauces conocidos ya no son inaceptables porque siempre hay una poza nueva que rellenar, una nueva vena de vida que hacen de su discurrir que nuevas tierras se empapen de su calor. Hace de su fluir una vida llena de cambios mientras sigue inexorable su caminar por la vieja cuenca.

Una mañana tranquila. Un arroyo se acerca. Una pasión se desata. Dos aguas se funden en un eterno abrazo. Las tierras, las riberas y los pájaros desaparecen porque sólo hay una mirada al ser que enamora. Juntos inician el primero y el último de sus viajes. Juntos verán nacer cada día un nuevo sol, sentirán cada nueva primavera crecer peces en su seno.
El mar no asusta. Las historias de amor a la vida no tienen fin.

2 comentarios:

Celadus dijo...

Leches, Juan, eres todo un poeta. ¡Y el niño decía que no sabía escribir bien!

Juan dijo...

Gracias Celadus. Su trabajillo está costando.